Rabia rabiña

La derecha logra el impacto en la calle, pero el éxito le dura poco porque el personaje que interpreta carece de algo fundamental, la credibilidad

José Bejarano

Periodistas Solidarios

Concentración convocada por el PP contra la amnistía.
Concentración convocada por el PP contra la amnistía.

La derecha está rabiosa. ¿Por la amnistía? ¡Quia! ¿Porque España vaya a romperse? ¡Quia! ¿Porque el acuerdo de investidura humille al Eestado? ¡Quia! Lo que tiene enrabietada a la derecha es que ve cómo se evapora el poder que antes del 23 de julio creía tener al alcance de la mano. Eso lo sabe en España todo aquel que no tenga los ojos cubiertos por el velo que todos los días extienden desde las televisiones y redes sociales decenas de tertulianos e intoxicadores a sueldo de la derecha. El problema de la derecha en este momento es que sobreactúa, exagera y dramatiza tanto que su discurso ya no es creíble. 

Hace más de un mes, el 4 de octubre, escribíamos que habría pacto para la investidura de Pedro Sánchez. Estaba cantado. La política es el arte de lo posible. O, dicho de otro modo, el arte de hacer lo que conviene en cada momento. No siempre lo ideal, sino lo posible. A veces, la política se ve en la necesidad de optar por la solución menos mala. Como ocurre en este momento. La política española está ante la siguiente disyuntiva: o un pacto de PSOE, Junts, Sumar-Podemos, ERC, PNV, Bildu, BNG, y Coalición Canaria o repetición de las elecciones el próximo mes de enero. ¿Qué es lo menos malo? ¿Qué prefiere usted? Las respuestas a esas preguntas variarán diametralmente según la opción política de cada cual. 

Uno de derechas dirá que prefiere elecciones. Uno de izquierdas dirá que pacto. ¿Por qué? Porque el de derechas alberga la esperanza de que pudieran gobernar los suyos después de unas hipotéticas elecciones en enero. ¿Para qué? Para que prevalezca el rechazo a los inmigrantes y al feminismo. Para que avancen el neoliberalismo económico, la concepción monolítica de España, los machos alfa, los toros, la caza, los seguros sanitarios privados... El de izquierdas alberga el sueño de que sigan avanzando los derechos sociales, la defensa de las minorías, la igualdad de género y un sistema autonómico que reconozca la riqueza y diversidad de lenguas y culturas que componen España. 

Eso es lo que está en juego y no lo que proclaman las declaraciones altisonantes de humillación, traición, vendepatrias o dictadores. Lo que ha pasado es que el 22 de julio, PP y Vox creían tocar el poder con la punta de los dedos. Iban a darle la vuelta a la política como a un calcetín, pero las urnas pusieron de manifiesto que eran víctima de un espejismo creado por las encuestas, el aplauso de los tertulianos y el jaleo de las redes sociales. El resultado electoral del 23 de julio les rompió el espejo que les prometía que iban a ser los triunfadores indiscutibles y los metió de cabeza en una pesadilla de la que todavía no logran despertar. Como se les ha roto el espejo, creen que todo se rompe. Que vamos camino de una dictadura, que ya estamos en ella. 

El PSOE, Sumar-Podemos, Junts, ERC, PNV, Bildu, BNG y Coalición Canaria son la anti España porque se han puesto de acuerdo para impulsar una nueva legislatura. Lo triste es que haya gente que se lo crea. Lo triste es que haya quien todavía no vea que la derecha sufre la rabieta del perdedor, al que no le queda otro recurso que echarles a los demás la culpa de su soledad. La derecha, aunque el 23 de julio ganara las elecciones, por más que este domingo saque a miles de personas a la calle, está tremendamente sola. Porque en democracia o ganas las elecciones por mayoría absoluta o tienes cintura para la negociación. Y ninguna de esas dos condiciones las cumple en este momento la derecha española. Sin cintura ni mayoría absoluta sólo queda la oposición. Y la rabieta.

Lo triste es que la derecha esté jugando con fuego y poniendo en riesgo una convivencia que costó mucho alcanzar. Lo triste es que algunos vuelvan a hablar de verter su sangre en defensa de España. Lo mismo hicieron en Cataluña quienes violentaron y enfrentaron a la mitad de sociedad con la otra mitad con el engaño de la imposible independencia. La derecha hace en España lo mismo que criticó a Puigdemont: enfrentar, incendiar y mentir porque no tiene la mayoría necesaria para gobernar. Puro egoísmo. El problema es que juegan con cosas que no tienen recambio y cuya rotura puede hacer mucho daño. Cuidado porque están alimentando a la bestia y lo hacen sólo porque no han conseguido el poder. 

Lo triste es que todavía haya tanta gente que caiga en el engaño. Cada vez menos, pero todavía muchos creen que vamos camino del precipicio. En el mundo del cine y del teatro a lo que está haciendo la derecha española en este momento se le llama sobreactuar. El actor que sobreactúa suele arrancar el aplauso fácil, como la derecha logra el impacto en la calle, pero el éxito le dura poco porque el personaje que interpreta carece de algo fundamental, la credibilidad. Ese es el personaje que ha elegido la derecha, sin tener en cuenta que tienen por delante cuatro largos años en la oposición, que el conflicto catalán va perdiendo aristas a pasos agigantados, que España no se va a romper y que un acuerdo de Gobierno firmado por ocho partidos políticos es la antítesis de una dictadura. Al tiempo.

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