Pedro Sánchez, en su investidura. FOTO: PSOE
Pedro Sánchez, en su investidura. FOTO: PSOE

A la tercera fue la vencida. Podría haberlo hecho mucho antes, pero ha sucedido hoy. Con una mayoría raquítica y auspiciado por la sombra de la ultraderecha y su fétido aliento, se formó el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos, llamado a presidir este país durante cuatro años.

No será sencillo. Las tensiones con las fuerzas independentistas y la tendencia de la derecha a judicializar cualquier asunto a su alcance, juegan en contra del nuevo ejecutivo. Eso sí, no hay aritmética parlamentaria para ejercer una alternativa, y esto puede ser clave a la hora de gobernar, aunque sea a trancas y barrancas.

Para la clase trabajadora, tal y como estaba el patio, esta era la mejor opción posible. Se le queda un ejecutivo cuyos líderes forman parte del socialismo que derrotó a Susana Díaz, Cebrián y los barones del PSOE, con ministros de Unidas Podemos verdaderamente de izquierdas, un ligerísimo aroma a 15M y una batería de medidas en cuarentena para revivir el efecto Zapatero de 2004. No parece que con la fortaleza del gobierno entrante se le pueda plantar cara a los grandes lobbies o al BCE, pero quizás, de la mano de Portugal se pueda mandar el mensaje a Europa de que otra manera de gobernar lejos del austericidio es posible. En una Unión Europa en continua convulsión, cuya inestabilidad ha sido señal identificativa los últimos lustros, cualquier corriente democrática y de progreso es una esperanza.

El Gobierno entrante debe aprovechar el golpe de efecto y comenzar a implementar medidas lo antes posible. Ni un minuto de gracia tendrá su ejecutivo con lo que tiene enfrente. Los lobbies más influyentes del país, el ÍBEX 35, toda una aparatología mediática en su contra y una masa social asustada con los fantasmas que vaticinan la fractura del país, no permitirán ni el más mínimo error.

Pero si algo tiene a su favor este gobierno es que, antes de gobernar, ya ha demostrado una inmensa capacidad de resistencia. Pedro Sánchez, al que todo el mundo dio por muerto (incluso en La Réplica), ha terminado escribiendo un increíble manual de resistencia y presidiendo el país, y Pablo Iglesias, el último believer de un gobierno en coalición, con un partido desbrozado y más apoyo de la militancia que dentro de su propio partido, ha terminado escribiendo el cenit de la izquierda española en esta joven democracia y colocando incluso a un comunista, Alberto Garzón, en el consejo de ministros. Nunca se les ha visto gobernar, y ahora, lo harán por méritos propios.

De la capacidad de Unidas Podemos de tirar del carro de las políticas sociales y del Gobierno de Sánchez de encontrar solución a la crisis territorial del país, depende no solo el futuro de las izquierdas sino el de las clases populares, tentadas continuamente con la cantinela ultraderechista. Forzados por la circunstancias, con el susto en el cuerpo, como último recurso, con mucha incredulidad y más fe que motivos, lo cierto es que mucha gente ve una luz al final del túnel. El futuro político de este país se podría abrir entre los escasos márgenes que esta realidad opresora y amenazante permite. Mucho más de lo que se tenía hace tan solo un mes y lo mínimo que hace falta para seguir adelante: esperanza.

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