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El escritor estadounidense Cormac McCarthy publicó la novela No es país para viejos (No country for old men) en 2005, aunque seguramente esta obra sea más recordada en nuestro país por la adaptación cinematográfica de los hermanos Coen en 2007 –no en vano la novela fue concebida originalmente como guión en 1980.

Aunque no lo parezca, por este primer párrafo, este artículo no va a hablar de la obra de McCarthy, de la película o de la interpretación de Bardem; sino de un tipo de violencia más sutil que la ejercida por el personaje de Anton Chigurh: la de todo un Estado contra nuestros y nuestras mayores al no responder de forma diligente, honesta y responsable a sus necesidades socio-económicas y socio-sanitarias.

Desde los medicamentazos de 1998 y 2012 –que desfinanciaron varios medicamentos y productos sanitarios, muchos de ellos de alto valor terapéutico y alto coste-efectividad–, la introducción del copago a pensionistas también en 2012, el crecimiento de los tiempos en las listas de espera hasta estados insostenibles, la degradación de la asistencia sanitaria pública y la falta de adaptación de ésta al aumento de la cronicidad de la enfermedad y las comorbilidades y el surgimiento de necesidades que van más allá de lo estrictamente asistencial, pasando por el incumplimiento de la ley de dependencia aprobado por el gobierno de Zapatero de 2006, la falta de medios y de personal en residencias o las últimas movilizaciones en defensa de las pensiones, existe un común denominador: mirar hacia otro lado y no dar la cara desde la Administración.

Es entendible, pues, que cientos de miles de pensionistas salgan a la calle bajo la proclama que bien podría ser la de “No es país para viejos”, y que tengan en sus papeletas en las próximas elecciones un nuevo cambio de gobierno y de política social, cuando el actual de Pedro Sánchez sigue sin dar respuesta a lo que es de justicia y de pura supervivencia para el sostenimiento del ya golpeado por varios frentes Estado de Bienestar.

Durante la crisis financiera de las hipotecas ninja y del boom y especulación del mercado inmobiliario (del que estamos a un paso de volver a caer; ahora a través de la especulación del alquiler de pisos turísticos y la destrucción de nuestro litoral con megacomplejos hoteleros que presionarán aún más, no sin razón, la turismofobia) fueron las pensiones de nuestros padres, madres, abuelos y abuelas, el único ingreso para tirar hacia adelante que le quedaron a numerosas familias.

De esta larga crisis con salida en falso a base de la asunción de la precariedad y la miseria de la subsistencia en el trabajo como norma (pues las dos reformas laborales siguen sin visos de ser derogadas) son las luchas y conquistas del pasado por una generación que vuelve a salir a la calle más de cuarenta años después, la que ha sacado la castañas del fuego y evitado un hundimiento aún mayor del producido por la pérdida de derechos constitucionales –de los que solo parece defenderse a través de la acción del Estado y del sistema judicial en ciertas secciones, mientras otras quedan en el ostracismo del olvido–.

Así que mientras se intenta lanzar por doquier cortinas de humo y los sucesos políticos, las dimisiones, cambios de dirección de partidos o mociones de censura se suceden, y se endurecen la antes laxa tolerancia a la moralidad política, es de vital importancia que se endurezca también y se reivindique con fiereza la reforma integral de nuestro Estado de Bienestar, y que fruto de esta fiereza se le pongan los puntos sobre las íes a través de la consecuente reforma fiscal –pues defender otra salida sería de una demagogia de manual– a aquellos que no están cumpliendo con su pago proporcional (¿os acordáis del rescate bancario?) para que se garanticen los servicios públicos, en especial hacia una generación que le debemos tanto en el presente como en el pasado, y hagamos de este país, ahora sí, un país que cuide a nuestros viejos y a nuestras viejas, a nuestros yayos y yayas.

Se lo debemos. Estemos a la altura. Hagamos del título No es país para viejos algo que responda en nuestra conciencia a una obra exclusivamente de ficción.

Juan Antonio Gil de los Santos, portavoz de Sanidad de Podemos en el Parlamento de Andalucía.

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