El 24 de enero de 1977 un grupo de pistoleros irrumpió en el despacho de abogados laboralistas que atendía a los afiliados al sindicato Comisiones Obreras, aún clandestino; estos letrados eran a su vez destacados militantes del también ilegal Partido Comunista de España. 

Un bello Memorial en la Glorieta de Antón Martín de Madrid esculpido por el artista valenciano Juan Genovés, recuerda a los mártires del atentado contra un despacho de jóvenes abogados vinculados al Partido Comunista, uno de los sucesos más tristes de la Transición, y del que aún no se conocen bien las circunstancias que lo provocaron, más allá de la detención de los sicarios que ejecutaron la masacre. El 24 de enero de 1977 un grupo de pistoleros irrumpió en el despacho de abogados laboralistas que atendía a los afiliados al sindicato Comisiones Obreras, aún clandestino; estos letrados eran a su vez destacados militantes del también ilegal Partido Comunista de España. El lugar de la masacre se encontraba muy cerca del espacio que ahora ocupa la soberbia escultura que honra a las víctimas.

No está de más recordarles ahora, al hilo del alboroto formado por causa del vigésimo aniversario del asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco, que ha sido utilizado para humillar a la alcaldesa de Madrid Manuela Carmena, titular por entonces del bufete de Atocha, que se salvó de la matanza porque en ese momento se hallaba casualmente fuera de su despacho. Sorprende la presión ya que en el décimo aniversario de la muerte de Blanco era alcalde de Madrid Ruíz Gallardón y no colocó pancarta alguna tal como se ha exigido ahora a Carmena. Sin embargo, a Blanco se sabe quienes lo asesinaron, un grupo armado clandestino ya disuelto, mientras que todos los indicios apuntan a que la acción criminal de Atocha fue perpetrada por personas vinculadas al aparato del Estado, cuando se preparaba la Transición y muy posiblemente como consecuencia de las negociaciones que condujeron a la misma. 

Fue a las 10.30 de la noche, colocaron a las personas que allí se encontraban contra la pared y dispararon varias ráfagas. La acción criminal se saldó con cinco muertes y varios heridos graves que terminaron por fallecer a causa de las secuelas. Espacial dolor produce el caso de Lola González Ruíz, que fue novia del estudiante Enrique Ruano, asesinado por la policía política en 1969. Su marido Javier Sauquilo le salvó de una muerte inmediata al cubrirla con su cuerpo que quedó destrozado por las descargas, pero la metralla también partió la mandíbula de Lola que murió algunos años después.  

La investigación policial del múltiple asesinato se saldó con el enjuiciamiento de un grupo de personajillos de la ultraderecha, algunos de los cuales consiguieron fugarse o salieron pronto de prisión. Ya Nicolás Sartorius, que llevó la acusación particular, dijo en su momento: "No nos dejaron investigar, para nosotros las investigaciones apuntaban hacía los servicios secretos del Estado". Ahora la mayor parte de los historiadores coinciden en suponer que el atentado fue organizado por la propia Brigada Político Social, por aquellos tiempos aún operativa.  Hasta miembros destacados de los grupos de la derecha radical de aquella época (Guerrilleros de Cristo Rey, Alianza Anticomunista y Fuerza Nueva) declararon que no existía al margen de la policía ningún grupo armado de esas tendencias con capacidad para perpetrar la terrorífica fechoría.

La pregunta es: ¿Cómo en plena Transición miembros del aparato del Estado cometen la matanza? Además, a punto de procederse a la legalización del PCE. Las hipótesis son múltiples: La forma en que Suárez llevaba el proceso producía temores en ciertas esferas donde se pensó que los comunistas reaccionarían con violencia y eso serviría de escusa para reconducir los planes; o bien se quiso poner a prueba a los dirigentes del Partido que prometían moderación.  

Recuerdo con emoción la respuesta de la izquierda madrileña. Los féretros desfilaron por las calles de la ciudad portados a hombros por compañeros del partido y/o de la profesión, ante una muy amplia muchedumbre que colmataba las calles en medio de un estremecedor y disciplinado silencio, sólo roto por aplausos al paso de la comitiva fúnebre que portaba ramos formando con flores la hoz y el martillo. Los comunistas demostraron prudencia y moderación, pagando para ello el alto tributo de sangre que se les había exigido.

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