¡Levantaos!

antonio manuel

Escritor. Profesor de Derecho Civil UCO y coordinador del Laboratorio Jurídico sobre Desahucios. Patrono de la Fundación Blas Infante. Vicepresidente de la Federación Ateneos de Andalucía. Portavoz de la Coordinadora Estatal Recuperando. Activista. Autor de 'La huella morisca', 'El soldado asimétrico', 'Flamenco. Arqueología de lo Jondo' y 'Daño'.

Cabecera de la manifestación de este martes en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.
Cabecera de la manifestación de este martes en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA.

Por eso hoy, mientras espero vigilante en el horizonte a que lleguen los bárbaros que acaben pronto con este tiempo narcotizado, enseño los dientes y muerdo los cuchillos de la utopía

Carlos Cano. Defender Andalucía, 1993.

Llegaron los bárbaros. Y la puta del Sur se postró a sus pies y volvió a gritar vivan las cadenas. Enferma de la crisis más dañina para un pueblo que no es económica ni política, sino de conciencia. Porque si tienes hambre, reclamas pan a quien te lo niega. Porque si te echan injustamente del trabajo, demandas a quien te despide. Sólo pueden levantarse contra los opresores quienes se saben oprimidos y oprimidas. La médula de la lucha feminista consiste en quitar la venda que invisibiliza a las mujeres para que tomemos conciencia de los venenos del patriarcado. La lucha de los que no podemos olvidar consiste en revindicar memoria a los que no quieren recordar. Por eso duele tanto la esclavitud voluntaria de los que aceptan callados el hambre y el olvido. Pero más aún, la sumisión de los que no saben que están sometidos, ni quieren saberlo. Esta legión de fachas pobres que aspiran a salvarse cambiando de bando. Parados y trabajadores humildes que quieren parecerse a los que negaron el pan y la memoria de sus abuelos, la dignidad y la libertad de sus abuelas, la democracia a quienes se dejaron la vida por ella. Todo sea por salvar a España, una y católica, de separatistas e infieles. Que nadie lo dude: cuando la democracia permite el fascismo, el fascismo prohíbe la democracia.     La pérdida de la conciencia de clase es doblemente grave en Andalucía. Porque siempre fueron la misma cosa. La crisis global de la izquierda también es crisis de Andalucía. Y a la inversa. La españolización de los balcones andaluces nos ha arrastrado a la derechización más terrible y cruel: la que nos niega la conciencia de pueblo y de clase. El mismo día que un puñado de hombres celebraban la Asamblea de Ronda en 1918, centenares de mujeres salían a las calles de Málaga para exigir al gobernador pan contra el hambre. Blas Infante siempre fue consciente de la urgencia y la necesidad de unir ambas reivindicaciones. De nada sirve que sólo hombres pidan tierra y libertad desde un casino, si a pocos kilómetros están matando a mujeres en las aceras por reclamar algo que llevar a la boca de sus hijos. Fue una obsesión para Blas Infante que las clases más necesitadas tomaran conciencia de que la mayoría de sus males hundían sus raíces en Andalucía, y que sólo desde Andalucía podrían solucionarse. Hasta la tierra se dio cuenta y por eso floreció en su arriate el rosal que quemaron en la tragedia de Casas Viejas. Pero tras la guerra civil y su asesinato y el de miles de andaluces y andaluzas, tuvimos que esperar a que el dictador muriera para que el hilo de plata cosiera el alma y el cuerpo del pueblo andaluz, un 4 de diciembre de 1977. 
Que nadie lo dude: cuando la democracia permite el fascismo, el fascismo prohíbe la democracia
Hoy sólo se parecen los números en el almanaque. Nada más. Porque hemos perdido la conciencia de pueblo y de clase. Las dos a la vez. Hay muchos culpables de lo ocurrido, sin duda. Y hay que reflexionar y asumir nuestras responsabilidades. Pero nos equivocaríamos para la Historia si malgastamos todo nuestro tiempo en arrojarnos la mierda unos a otros, cuando lo que ahora está en juego son los valores esenciales de la izquierda, la autonomía andaluza y la misma democracia. Que quede claro que señalo con el dedo a Susana Díaz cuando aceptó las condiciones del poder económico a cambio de intentar ser presidenta por partida doble, pactando con Ciudadanos, obviando la corrupción de Rajoy en su investidura, apoyando sin tapujos la intervención en Catalunya, traicionando a los suyos y destrozando su partido. Porque esa operación supuso el suicidio político del PSOE al normalizar el discurso españolista y derechizante en Andalucía, donde muchísima gente se sigue alimentando del imaginario político que nos venden desde el centralismo conservador o del regionalismo rancio del Canal Sur. El peligro no proviene sólo del fantasma del fascismo, sino con mayor irresponsabilidad de los fantasmas de la derecha y del susanismo que suscribieron su mismo discurso nacionalcatólico español. Hasta el extremo de conseguir que la gente se sienta amenazada por independentistas catalanes y no por el banco que los echa de su casa.   Ya no es 4 de diciembre. Ni lo será. Porque aquella fecha no es una arcadia a la que regresar sino una utopía que perseguir. Y consiste en trabajar para que Andalucía recupere su conciencia de pueblo y de clase. Empezando por entender que nuestros males estructurales son los mismos de siempre, pero más agravados incluso que cuando alcanzamos la autonomía porque la hemos despreciado para solucionarlos. Más de 850 mil andaluces y andaluzas han migrado desde que comenzó la crisis. Como si cayera una bomba atómica en Málaga y Granada. Casi 150 mil emigrantes el año pasado. Como si la tierra se tragara a Dos Hermanas. Pero ya no hay un Carlos Cano que les cante porque ni siquiera somos conscientes de que lo son. También hemos desterrado nuestro poder financiero llevando las cajas de ahorro, que quebraron curas y políticos de todos los colores, a Euskadi o Catalunya. Estamos dilapidando nuestros recursos naturales, la tierra y el agua, en una carrera ecocida por aumentar la producción agropecuaria sin pensar en las generaciones futuras. Hemos regalado gran parte de nuestro patrimonio cultural a la jerarquía católica, consintiendo su empoderamiento económico e institucional a niveles incluso superiores a los del franquismo, donde Iglesia y Estado eran la misma cosa. Somos un pueblo de acogida pero de tránsito para quienes llegan en patera o salvan las concertinas, de ahí que estemos padeciendo un despoblamiento urbano y rural sin precedentes en este siglo. Sólo en la provincia de Jaén, todos los municipios perdieron habitantes menos Alcalá la Real. Profesores o médicos ya no viven en los pueblos donde trabajan, a pesar de que disponen de los mismos servicios que en la ciudad. Las mujeres jornaleras y las que no encuentran más trabajo que limpiar casas, no pueden dejar a sus criaturas en las guarderías andaluzas porque la Junta de Andalucía jamás entendió que no es igual el feminismo en los barrios de la capital que en las afueras y los pueblos… Y podría seguir y seguir advirtiendo que todos estos problemas siguen encontrando su causa en el parasitismo económico y la subalternidad política de Andalucía. Hace 40 años tuvimos conciencia de ello y por eso pedimos libertad frente a la dictadura y autonomía frente al centralismo. Y hoy, completamente narcotizados por esta oleada de fascismo amable, españoles de golpes en el pecho que dicen no ser de izquierdas ni de derechas, culpamos a la verdiblanca de no habernos quitado las penas y el hambre. No es así. Los culpables son quienes la han usado en los coches oficiales y no en los tajos, en las cunetas, en los pequeños comercios, en los barcos de pesca, en los taxis, en las guarderías, en las aulas… Hace 40 años todos los andaluces y andaluzas sabían quienes eran Triana, Carlos Cano, Antonio Gala o Salvador Távora, y ahora somos incapaces de reconocer que la vanguardia literaria, musical o cinematográfica se pare en Andalucía pero sus frutos se recogen más allá de Despeñaperros. Creo que no es momento de lamentaciones ni de acusaciones estériles. Como decía Blas Infante hace justo un siglo, “ha llegado la hora de que Andalucía, en ocasiones la nación más civilizada del mundo, despierte y se levante para salvarse a sí misma”. Pero para eso, antes, debe recuperar la conciencia de clase y de pueblo que muchos han prostituido. 

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