Hablé con ella. O cómo conocí a Lola Flores

Yo tuve la ocasión de mirarle a los ojos negros y ella mirarme de frente. Hablar con Lola Flores en mi adorada juventud es para celebrarlo

Una silueta de Lola Flores, la Faraona, en la plaza Belén.
Una silueta de Lola Flores, la Faraona, en la plaza Belén.

Lola Flores llegó a El Puerto de Santa María para cantar en los jardines de Joy Sherry. Era el lugar de moda; su palacete, sus parterres y un escenario de lo más moderno para recibir a lo más granado del panorama musical español.

Los veranos en El Puerto de Santa María eran de vértigo, los “plumillas” no dábamos abasto, lo mismo tenías que perseguir al príncipe Felipe en las regatas de Puerto Sherry, en las que participaba, o ya por la noche en el pub musical de moda El Convento, donde escapaba de sus escoltas. Era guapísimo y muy rubio, todas estábamos locas por él cuando lo veíamos de cerca.

El mismo grupo de periodistas que acabada la temporada celebrábamos con una comida de despedida aquellos veranos maravillosos de trabajo y diversión.

Después de cada concierto, casi de madrugada, asistíamos a las ruedas de prensa que daban después de las actuaciones. Por aquel entonces Olé Olé, con una divertida Marta Sánchez. Un amabilísimo Luis Eduardo Aute que hablaba bajito y suave y que acabaríamos tomando unas hamburguesas con él. “Seguro que todavía no habéis cenado”, nos dijo, “vamos a tomar algo todos”. Y allá que nos fuimos con nuestras grabadoras y cuadernos. Aute era un ser de luz con elegancia en la palabra y el gesto.

Ana Torroja se mostraba borde, tal vez fuera timidez. La voz cantante en las entrevistas la llevaba Nacho Cano. Los conciertos de Mecano eran una auténtica pasada, todos bailábamos con sus éxitos. Eran los más entonces.

Y así también una espléndida Rocío Jurado, Joan Manuel Serrat único e irrepetible, muy delgado, con una sonrisa amable y su poesía en la palabra. En fin, todos los grandes, por eso llegó ella.

No voy a descubrir ahora quién fue y lo que representó la artista jerezana en el mundo del espectáculo, un referente en la música y en la vida. Mujer adelantada a su tiempo.

Lola terminó su espectáculo en los jardines de Joy Sherry de El Puerto de Santa María, se bajó del escenario con su bata de cola y toda la compañía detrás. Entre ellos el joven bailarín El Junco, que fue contratado en exclusiva por Lola y El Pescaílla, muchos años antes para el espectáculo La guapa de Cádiz, como primer bailarín de su cuadro flamenco.

Según contó El Junco en un programa de televisión, se amaron con arrebato. Un amor en la sombra que duró más de 20 años. Había que entrevistarla. Tenía que llevar sus declaraciones para la Cadena Ser, que era donde yo trabajaba, pero ella no salía de los camerinos.

Su representante nos dijo que se estaba cambiando de ropa y tomando algo. Pasada ya la una de la madrugada y todos aguardábamos de pie junto a la puerta. En esta ocasión no estábamos como con los otros artistas, sentados delante de ellos con las grabadoras en la mesa y charlando animadamente. Incluso en una de esas ruedas de prensa, que se repetían cada verano, Marta Sánchez me reconoció y alegremente, “ah tú eres la del año pasado, recuerdo que te dije que te pareces a mi amiga Ángela Molina”. Me gustó y reímos.

Con Lola no. Con Lola todo fue difícil, ese día no estaba por la labor, pero entré y le espeté que lo sentía pero que “mi trabajo era preguntarle y mañana tiene que salir mi reportaje en la radio”. Y salió.

Salió con un vaso de whisky en una mano y el cigarro entre los dedos de la otra. El pelo bien estirado hacía atrás en un moño, morena, muy atractiva, vestida de blanco y con sus joyas puestas.

¿Qué queréis saber de mi qué no sepáis ya? Lola era así de directa, te comía con la mirada e intimidaba con sus ojos fijos en ti. Tenía mucha personalidad, pero si le caías bien, como parece que fue el caso porque te consideraba valiente y decidida a buscarte la vida y tu trabajo, te respetaba. Le hice una buena entrevista, al menos eso es lo que me dijo ella y mi jefe.

Me invitó a un whisky, le dije que no bebía. Le di las gracias y me siguió hablando, ya sin grabadora. Su cuadro flamenco entraba y salía llevando ropa y zapatos. Bolsas y cansancio. Siempre había un escenario esperándole.

Fue feliz, aunque como cualquier persona tuvo sus luces y sombras. Me confesó que tenía una vida plena y muy intensa donde había mucho amor. Que su pasión era el espectáculo, su familia y la vida misma, que la exprimía al máximo en todos los sentidos. Murió joven, pues, ¡qué son 72 años!

Yo tuve la ocasión de mirarle a los ojos negros y ella mirarme de frente. Hablar con Lola Flores en mi adorada juventud es para celebrarlo. Ahora cuando es su centenario lo recuerdo en esta columna de los martes.

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