Una concentración de jóvenes en la plaza del Arenal. FOTO: ABRIR BRECHA JEREZ
Una concentración de jóvenes en la plaza del Arenal. FOTO: ABRIR BRECHA JEREZ

Uno de los datos más significativos de esta campaña electoral está siendo la escasa alusión de los distintos partidos que se presentan a las elecciones al sector joven. Parece como si nuestros jóvenes estuvieran en un segundo plano y no existieran para nuestros políticos. Sin embargo, deberían estar muy presentes en el discurso electoral, por cuanto son el futuro de este país, y, quiérase o no, se trata de la generación que marcará nuestro devenir.

No hace mucho, el fenómeno del 15M invadió el panorama nacional y marcó el punto de referencia de la reflexión social. La gente joven parecía resucitar, acercarse a la política y marcar los temas a debatir en un futuro inmediato. A muchos de los ya entrados en años, esa primavera se nos antojó positiva porque, después de un tiempo anodino y pasivo, se abría un capítulo esperanzador, donde la sangre joven salía a flote con fuerza y clarividencia. Pero, aquel fenómeno parece haberse diluido como por un encantamiento, fue asimilado por el sistema que todo lo traga, y reducido a un grupo político, que con el tiempo parece haber perdido parte de su carisma inicial.

Lo real es que nuestros jóvenes no han visto propuestas que articulen unas políticas que los vayan sacando del agujero en que se encuentran. Siguen vislumbrando un panorama laboral muy negativo, donde el paro y la precariedad crónica que padecen les está forzando a la emigración para buscarse un medio de vida. Muchos jóvenes, después de haberse formado aquí, han de buscar nuevos destinos laborales, porque en su tierra tienen cerradas las puertas, con escasas posibilidades para tener un futuro estable.

No pocos de ellos, una vez concluidos sus estudios universitarios, tienen que emplearse en la hostelería como camareros con contratos de cuatro horas pero ejerciendo muchas más sin pagar, y siempre con el yugo de “esto es lo que hay, si lo quieres bien, y si no, hay en la puerta muchos más como tú esperando”. Y cuando se les pregunta las razones por las que aceptan estas condiciones responden resignados: “Y, ¿qué le vamos a hacer?. Mejor esto que nada. Estamos hartos de depender de nuestros padres”. Y según estadísticas del Instituto de la Juventud (Injuve), casi dos tercios de los jóvenes entre los 25 y 29 años viven dependientes de sus padres. Una fundación holandesa expuso en otro estudio que estos jóvenes “corren el riesgo de convertirse en una generación desmoralizada”, víctima de una sociedad que invirtió mucho en su formación, pero que al final ha resultado un fiasco.

En muchos jóvenes se puede detectar una especie de abulia y desesperanza ante el panorama que tienen a la vista. Hace unos años nos referíamos a los “mileuristas” como una generación venida a menos por los bajos niveles de retribución de su trabajo profesional; pero hoy muchos jóvenes quisieran llegar a ganar mil euros, cuando los  salarios que abundan son de 600, 700 u 800 euros, y además sufren una inestabilidad laboral importante. Esto hace que muchos no puedan formar su propia familia, se piensan dos veces lo de tener descendencia y, por supuesto, montar una casa dado el precio de los alquileres y la compra de vivienda. Son muchos, demasiados, los que optan por un puesto de policía, de guardia civil o de militar, reductos que están copados por universitarios que después de unos cuantos años de estudios y títulos de toda clase, acaban aspirando a esta situación de estabilidad que, al menos, les permite formar una familia.

Casi el 40% de los universitarios tienen un empleo que no necesita estudios superiores.

Hay que ser crudos describiendo la situación de nuestros jóvenes para que la sociedad en particular, y en concreto, los políticos se den cuenta de que es un tema que merece especial atención. Hay que lanzar nuestro grito para que se concreten líneas de trabajo consensuadas que puedan mejorar la situación. Por ejemplo, hay que afrontar esta coyuntura habilitando programas económicos que genere oportunidades a las empresas para acogerlos con unas condiciones razonables. Que las facilidades de contratación y de posibles subvenciones repercutan en los jóvenes trabajadores y no en la bolsa insaciable de algunos empresarios cuya hambre de beneficios no tiene límites.

Hay que estudiar la forma de que los jóvenes que emigraron en busca de trabajo vuelvan a poner a disposición de nuestra sociedad los conocimientos profesionales aquí adquiridos. Que se estudien las condiciones laborales y sociales que permitan su regreso con cierto atractivo. Muchos de ellos viven en el extranjero en situación deficiente, tanto en materia de vivienda como laboral. Con un pequeño horizonte laboral podrían volver.

El asunto de la vivienda para jóvenes hay que abordarlo con especial seriedad, porque si el alquiler y la compra de pisos siguen estando tan alejados de las economías mundanas, es imposible que surjan parejas jóvenes dispuestas a formar un hogar con ciertas garantías. Y ello repercute, entre otras cuestiones, en el tema del mantenimiento de nuestra población activa. También es preocupante la frustración de tantos jóvenes que se entrenan duramente en los distintos deportes y que apenas tienen posibilidades de desarrollar su talento porque nadie apuesta por ellos. Y tantas otras injusticias.

Materias básicas que deben ser recogidas por nuestros políticos para articular un programa de acción que anime a los jóvenes a ilusionarse por integrarse y participar en la vida social, laboral y política.

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