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Quiero rendir mi homenaje a Lola Flores, como gitano que soy, porque así cumplo con una obligación sagrada que todos los gitanos del mundo tenemos de guardar: fidelidad, respeto y amor incondicionado a los miembros de nuestra familia.

No se escandalicen, por favor. Con esta invocación reproduzco literalmente lo que los cristianos decimos cuando pedimos a Dios que eleve a los altares a alguien que durante su vida hizo méritos extraordinarios para ser proclamado beato o santo. Pero este no es mi caso, ni pasa por mi imaginación que la Iglesia ponga en marcha en el Vaticano la Comisión para las Causas que es la que ha de elaborar los informes que justifiquen tan excepcional testimonio de vida ejemplar.

Me permito implorar que “santificado sea el nombre de Lola Flores” después de haber sabido que ayer su estatua fue profanada en el cementerio de La Almudena de Madrid. Algún malnacido manchó con pintura roja su pecho, sus dedos y su cara. Una cara de una belleza tan excepcional, tan oriental, tan gitana, tan andaluza y tan española que, gracias a Dios, ahí están sus películas para que nadie pueda poner en duda lo que digo.

Pero, sobre todo, yo quiero hoy rendir mi homenaje a Lola Flores, como gitano que soy, porque así cumplo con una obligación sagrada que todos los gitanos del mundo tenemos de guardar: fidelidad, respeto y amor incondicionado a los miembros de nuestra familia. ¡La familia! Ese fundamento básico de la humanidad que los gitanos conservamos y que, desgraciadamente, una parte del mundo de los gachés (payos) ha ido debilitando.

Nació y vivió en Jerez. ¿Qué más se puede pedir?

Lola Flores podía haber sido mi madre. Nació en Jerez de la Frontera, 20 años antes que yo y fue muy amiga de mi madre y de mis tías que vivían en el enclave flamenco y gitanísimo de la calle Cerro Fuerte, ubicada en el barrio de San Miguel. De hecho, toda mi familia vivía en esa calle. Mi madre nació y vivió en ella y mi tía La Paquera de Jerez (mi abuelo y su abuela eran hermanos) también nació en el número 20 de la misma calle.

Desde pequeño he oído hablar, especialmente a mi madre, de cómo la niña Lola Flores pasaba las horas en el patio de su casa donde participaba en los juegos infantiles de la caterva de niños y niñas que se daban cita en el lugar. Luego, ya de jovencita, Lola participaba en las actividades propias de las adolescentes gitanas donde el arte juega un papel decisivo. Cantar y bailar tal vez fuera la actividad más atrayente de unas familias que, a veces, se quitaban el hambre a bofetadas o cantando. Siempre recordaré como mi tío Agapito, viendo las caritas de hambre con que mi hermana Mari Carmen y yo sobrellevábamos una infancia de extrema pobreza, nos animaba cantando por bulerías letras tan estimulantes del apetito como las siguiente:

- Dos huevos fritos se están peleando y Juan de Dios y Mari Carmen los están separtando.

Artista inconmensurable que contenía todas las esencias de lo gitano y lo andaluz.

Se necesitarían muchas páginas para trazar un bosquejo del arte supremo que esta mujer encerraba en su cuerpo. Lo tenía todo: genio y temperamento, ingredientes indispensables para interpretar cualquier estilo flamenco. Un cierto sentido de valentía irresponsable (todos los que presumen de serlo, lo son) que la empujaba a plantarle cara a la vida sin mirar los perjuicios que podría causarle. Pero sobre todo, al menos para mí, Lola Flores encarnaba la imagen ideal de lo que, como gitano y andaluz, debía ser la mujer del sur de España. Una síntesis perfecta donde no se sabe dónde empieza lo gitano y donde termina lo andaluz. Es verdad que el abuelo de Lola, Manuel, era un gitano que se ganaba la vida vendiendo lo que podía entre los habitantes de la campiña jerezana, pero yo me pregunto, como llevo diciéndolo toda la vida:

- ¿Y eso qué más da? ¿Alguien puede mostrarme el gitanómetro infame que pudiera servir para medir el grado de pureza de la sangre gitana o no gitana que circulaba por las venas de esta mujer excepcional?

Alguna vez, en algunas de mis intervenciones públicas en Andalucía, he retado provocadoramente a mi auditorio pidiéndoles que levantaran la mano quienes pudieran asegurar que tras 500 años de presencia gitana en Andalucía no corría por sus arterias una mijita de sangre flamenca. Os lo aseguro: jamás nadie lo hizo. ¿Y saben ustedes por qué? Porque en Andalucía todo el mundo (dejémoslo en casi todo el mundo) es gitano. Por esa razón Lola Flores era y es la muestra más palpable del componente humano que define a la tierra de las cuatro culturas: la cristiana, la judía, la mora y la gitana.

Que Dios perdone a José Borrell

Ya sé que a los del papel de fumar me arrojarán a la cara que en 1987 la Fiscalía presentó una querella contra ella por no presentar su declaración de la Renta durante cuatro años seguidos. Pero a estos hay que recordarles que la Audiencia Provincial de Madrid decretó su absolución como consecuencia de una sentencia del Tribunal Constitucional que había anulado parcialmente la Ley del impuesto. Pero mi amigo y admirado Pepe Borrell, a quien siempre he seguido en sus posicionamientos ideológicos, se equivocó tratando de empapelar a Lola y convertirla en muñeca de feria contra la que cualquiera pudiera lanzar sus golpes. Lola Flores fue utilizada como un reclamo publicitario para infundir miedo a los contribuyentes. Y eso que lo que Hacienda le reclamó era, y lo es hoy más que nunca, el chocolate del loro al lado de lo que han defraudado otros famosos del cine, de los deportes y de la política. En más de una ocasión le oí decir al profesor Jiménez de Parga, que luego fue presidente del Tribunal Constitucional, que lo que se estaba haciendo a Lola Flores no tenía nombre.

Mi testimonio personal

Durante muchos años he mantenido en las antenas de Radio Nacional de España un programa diario dedicado al cante, el baile y la guitarra llamado Crónica Flamenca. Lo empecé en los últimos años del franquismo y lo terminé 10 años después siendo ya diputado por Almería. Esta mal que yo lo diga, pero era, posiblemente, la media hora de radio más oída en Cataluña. Y ante los micrófonos de mi Crónica Flamenca pasó muchas veces la reina indiscutible de las mejores esencias del arte gitano-andaluz como tan certeramente lo denominó don Antonio Mairena.

Pero Lola, que era todo vitalidad, que era como una catarata de inspiración poética, hablaba de todo y opinaba de todo. Hablaba tanto que a mí, a veces, me lo hacía pasar muy mal temiendo que en algún momento se adentrara en un jardín del que difícilmente podría salir ilesa sin que se le escapara algún disparate. Oírla por televisión cuando la entrevistaban me cortaba la respiración. Pero ella, que era un genio, no caía en la trampa y siempre salía airosa de todas las entrevistas. ¡Claro que eso tenía una explicación! Durante algunos años tuvo a su lado al maestroRaul del Pozo, su amigo y consejero que un día me contó la siguiente conversación que sostuvo con Lola:

- Oye Raul, ¿tú te has fijado en ese muchacho que es diputado por Almería, aunque él haya nacido en Puerto Real que es un pueblo que está muy cerquita de Jerez?

- Pues sí que me he fijado Lola, ¿Cómo no? Hace unos días puso en pie al Congreso de los Diputados defendiendo la eliminación de tres artículos del Reglamento de la Guardia Civil que eran, verdaderamente, oprobiosos para el Pueblo Gitano. Además, Juan de Dios es mi amigo.

-Pues no sabes cuánto me alegro porque tú estarás de acuerdo conmigo en que Juan de Dios debía ser Ministro.

- Hombre, Lola, tampoco es para tanto. En el Congreso de los Diputados hay parlamentarios de mucho fuste que son tanto o más brillantes que Juan de Dios.

- No, no. De ninguna de las maneras ―replicó Lola―. Ministro es muy poco para lo que vale ese gitano. Yo creo que lo deben nombrar Presidente del Gobierno.

Llegados a este punto, el bueno de Raul del Pozo me clavó su mirada penetrante para no perderse ni un solo gesto de mi cara cuando oyera lo que le faltaba por decirme. Lola dejó pasar unos segundos de suspense. Tomó aire para darle mayor énfasis a su mensaje, y dijo:

- Pues ¿sabes lo que te digo, Raul? Que Juan de Dios Ramírez Heredia no debe ser ni ministro ni presidente del Gobierno. ¡Juan de Dios debe ser proclamado Dictador, eso es lo que se merece, ser Dictador de todos los españoles!

¡Cuánta inocencia, Señor, mezclada con tan evidente ignorancia! Descansa en paz, Lola, madre querida, española universal y faraona y gitana de tronío. Porque esos malditos extremistas de derechas o de izquierda se han equivocado hasta en el color de la pintura con que han querido manchar tu cuerpo. Porque tu color preferido era el rojo y cuando te revestías de gitana ―y entonces lo eras por partida doble― el rojo de tu bata palidecía ante el brillo inimitable tus mejillas.

Juan de Dios Ramírez-Heredia, abogado y periodista, es presidente de Unión Romaní

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