Una famlia en la Feria del Caballo. FOTO: MANU GARCÍA.
Una famlia en la Feria del Caballo. FOTO: MANU GARCÍA.

La feria de mayo es uno de hitos lúdicos de Jerez. Durante una semana los jerezanos se visten de fiesta, dejan al margen sus preocupaciones diarias y se lanzan a pasarlo bien acompañados por un “rebujito”, una copa de vino y una música que invita a bailar al más tímido de la pandilla. Y eso en un escenario magnifico, donde el alumbrado es la admiración de quienes nos visitan, y que viene a convertirse en una especie de pequeña ciudad, eso sí, artificial como ella sola, pero dotada de encanto y del ambiente propicio para el encuentro, el charloteo y la armonía.

Dicen los entendidos que la Feria de Jerez nació allá por el siglo XVI como escenario para comerciar los productos de ganadería sobre todo, pero también de tejidos y artesanía, que motivaban toda clase de intercambios entre los jerezanos con los comerciantes que visitaban la ciudad al olor de su riqueza natural; aunque mucho antes se venía dando este ambiente extraordinario de transacciones comerciales, pero de forma más modesta.

Parece que uno de los primeros escenarios de la Feria de Primavera, tal y como hoy la conocemos,  fue en las llamadas Playas de San Telmo, celebrada en la Cañada de Caulina, donde se lució por primera vez el alumbrado eléctrico, eso allá por el año 1876. Y al calor de la compra y venta de productos autóctonos, se fueron añadiendo elementos festivos donde la población aprovechaba la ocasión para alegrarse, pasarlo bien con la familia y, de paso, hacer una parada lúdica durante unos días para descansar del duro trabajo en el campo, que les ocupaba a lo largo de todo el año. A primeros del siglo pasado el parque González Hontoria se constituyó como el recinto adecuado para albergar la Feria y a lo largo de los años, se ha ido remozando hasta alcanzar la estructura que hoy tiene y que lo convierte en un escenario ideal para este tipo de fiesta.

La Feria del Mayo tiene varios ingredientes muy propios de Jerez: el caballo con todo lo que representa de belleza y elegancia; las casetas donde los jerezanos se encuentran alrededor de una copa de vino y, al mismo tiempo, se arrancan a bailar con una gracia muy propia de esta tierra; y el alumbrado, que luce por la noche y que contribuye, de forma espectacular, a dotar al recinto ferial de una luminosidad y de una estética fantástica que admira no solo a los jerezanos sino también a quienes visitan en estos días la ciudad.

Con todo, la Feria del Caballo ha cambiado mucho en estos años. Quizás haya ganado en vistosidad pero perdido en participación. Hace unos lustros las distintas casetas eran gestionadas por voluntarios de Hermandades, grupos  políticos y sindicales, asociaciones de todo tipo, que no solo ideaban la estructura y fachada de “su” caseta, sino que elaboraban los guisos y tapas que degustaban sus visitantes. Se creaba una especie de ambiente familiar, donde todos echaban una mano en el quehacer diario, se creaban turnos de voluntarios, y en general cada caseta tenía  algo así como su propia idiosincrasia, que la definía ante los jerezanos que acudían al recinto.

Hoy esto se ha perdido bastante, por no decir totalmente; las casetas están en manos de catering profesionales que, por medio de una especie de subarriendo, compran a los titulares sus derechos, y sirven como si de un bar más se tratara. Ya está todo profesionalizado, uniformado y organizado. El antiguo sentido comercial que tuvo, en su momento, la feria como lugar de transacciones comerciales de ganado y otras actividades del campo o artesanales, hoy se sigue dando pero de tipo de negocios de actividades de hostelería. Hoy la Feria está en manos de empresas que gestionan comercialmente el tinglado lúdico que el Ayuntamiento monta anualmente en el Parque González Hontoria.

Actualmente  las ferias que se celebran en las distintas poblaciones de Andalucía no tienen el sentido comercial que tuvieron antaño; sino que se trata de ofrecer a la ciudadanía una días extraordinarios de asueto, en un escenario artificial donde las luces dan un realce al recinto, la música nos aturden un poco y nos hace olvidar los problemas que la población vive diariamente, y todo se reduce a crear un ambiente de exaltada euforia, de encuentros exultantes entre quienes apenas nos vemos a lo largo del año, eso sí, todo ello potenciado con los efluvios del alcohol y las fingidas alegrías. 

La Feria no tiene el enganche popular de antaño, donde la gente apenas salía en familia a comer fuera de casa, a no ser en celebraciones muy concretas, y aprovechaba esos días para salir llevando incluso la tortilla, los pimientos fritos y el vino… al recinto y allí montaban su propio ambiente. Actualmente, las familias salen con cierta frecuencia a comer fuera, y no necesitan un espacio muy extraordinario aunque, a veces resulte incómodo, para encontrarse, echar el rato y fortalecer los lazos domésticos. La Feria no es lo que era, y es lógico que haya cambiado; porque, esta sociedad, ha cambiado muchísimo y ya no es tan necesaria para hacer negocios comerciales. Ahora se hacen negocios en gabinetes y en empresas “offshore” que, por lo visto son más rentables y, sobre todo, sus chanchullos resultan más ocultos a la hacienda nacional.

Con todo, deseamos a todos los jerezanos una Feria agradable, que lo pasen lo mejor posible con todos sus familiares y amigos. Y a quienes nos visiten que lleven de nosotros la mejor imagen del jerezano, por   nuestra acogida,  nuestra amabilidad y por saber estar.

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