Una niña, con unos huevos de Pascua.
Una niña, con unos huevos de Pascua.

Los huevos de Pascua, este año, serán más caros que nunca. La singular atracción que tenemos hacia el chocolate se hace cada vez más costosa. La razón fundamental es que su principal materia prima, el cacao, está registrando los precios más altos de la historia. Una tonelada de cacao cuesta más de 10.000 dólares, más que el cobre. Es el grano que más ha subido en el último año, un 135%. La causa, las terribles sequías que están sufriendo Costa de Marfil y Ghana, quienes producen el 60% mundial de cacao.

La oferta se está viendo muy afectada por fenómenos meteorológicos adversos en el África Occidental, y también porque muchos agricultores prefieren alquilar sus tierras para la minería, y abandonarlas. Es decir, la creciente industria minera, alimentada por la fiebre tecnológica, es también causante directa de esta subida del precio del cacao. A ello hay que sumar las mayores exigencias comerciales por las que, por ejemplo, la UE, prohíbe que el cacao proceda de tierras deforestadas.

Una situación extremadamente compleja que deriva en una crisis económica: tendremos en la UE el precio del chocolate más alto que jamás hayamos visto. Una tensión de precio alcista que en realidad tiene un origen de crisis climática, que se trasladó a crisis social y tiene su derivada en la economía. En todo ello, el error infantil sería quedarse sólo en el último eslabón, y culpar a las exigencias ambientales de la Unión Europea, porque la primera crisis, la más perceptible, la que evidencia el agotamiento y debilitamiento de los recursos naturales es el origen.

El evento climático del kiloaño 4.2 produjo una terrible y prolongada sequía que acabó con civilizaciones. En Vichama hicieron frisos donde las ranas tienen el estómago abierto y vacío. Los petroglifos de los Aulagares, en Zalamea La Real imitan, en la piedra, el impacto de las gotas al caer sobre los charcos. Huellas de las sequías que se encuentran también en las cazoletas, calderones y canalillos del Cenajo en Hellín. Culturas rurales todas que necesitaban y dependían de los ciclos naturales.

Hoy seguimos en la misma dinámica. Por muy lejana que la sientan los que viven y trabajan en estables ambientes urbanos, todos seguimos dependiendo de las dinámicas naturales e hídricas. Porque la seguridad alimentaria, el abastecimiento de energía, las cadenas de suministro y producción siguen absolutamente ligadas a la Tierra y su clima.

Es por ello que, como, hoy, la emergencia climática y la degradación de los recursos naturales y de los ecosistemas, tienen un origen antrópico, no podemos eludir la responsabilidad de frenarla y revertirla.

Es cierto que se están logrando ciertos acuerdos internacionales sobre la necesidad de concretar medidas contundentes para frenar y mitigar el cambio climático realizando una transición energética y buscando un modelo de economía más verde, utilizando conceptos como “crecimiento sostenible” o “crecimiento sostenido”, fundamentado en cambios progresivos no traumáticos que eviten alarmas sociales en los países más “avanzados”, aunque eso suponga a veces desabastecimientos o encarecimiento de bienes de consumo básicos, recortes en los suministros; paro, inflación, reducción de la movilidad, como estamos comprobando ahora con el cacao.

Estas iniciativas buenistas se están evidenciando como claramente insuficientes. No están dando respuestas a los gravísimos problemas asociados a las crisis climáticas, que son causantes de pérdida de biodiversidad, pero también de pobreza y desigualdad social.

No podemos considerar aceptables los cambios que disminuyan el impacto ambiental sin que vayan también acompañados de mejoras en las relaciones sociales, que incidan positivamente en el capital trabajo, que no se conviertan en progreso estable de las condiciones de vida del conjunto de la población, que tengan como criterios fundamentales la equidad y la justicia interterritorial e intergeneracional.

Es radicalmente falso considerar que desarrollo y decrecimiento son antónimos. Porque no se trata de disminuir, sino de racionalizar y priorizar los criterios vinculados a la justicia y la equidad social y ambiental.

Lo que ahora si sabemos es que el crecimiento con el modelo neoliberal lleva al agotamiento de los recursos, a la concentración de riqueza y a acrecentar la desigualdad social, replicando, con guante más blanco, los viejos usos colonialistas. Por eso el progreso tiene que ser más cualitativo que cuantitativo y para lograrlo, hay que reducir la presión sobre los recursos naturales, acompañándolo con medidas de redistribución de la riqueza.

Los agentes políticos y sociales susceptibles de impulsar los cambios culturales y políticos necesarios para abordar estos retos, son los que Salvador Milà denomina “los productivos", es decir, las clases trabajadoras de todo orden -del sector público y del privado- , de la economía social y de los emprendedores pequeños y medianos que están directamente implicados en la producción social de la riqueza: agricultores, ganaderos, manufacturas, sectores tecnológicos e innovadores, prestadores de servicios a las personas. Son los que necesitan aliarse porque son estos los que sufren el efecto económico y social de la crisis climática.

Disfrutemos de la Pascua y el chocolate, mejor si es artesano, ecológico y de comercio justo.

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