Periodistas y cámaras. Los aprovechategui.
Periodistas y cámaras. Los aprovechategui.

Hay un periodismo dañino como las siete plagas de Egipto. Hace unos años un amigo periodista me propuso incorporarme a un nuevo "grupo de presión". ¿Para qué?, pregunté. Para influir, para ser importantes en la profesión. No me interesa ser importante. Dejó de ser mi amigo y siguió con su proyecto. Hoy es un señor aparentemente influyente que habla de todo y de nada en la televisión autonómica como si supiera algo de alguna cosa. En realidad, ni sabe ni influye. Sólo habla y, cuando deja de hablar, le lame el culo al que está en el poder, que es lo que mejor le sale. 

Hay un ejército de supuestos periodistas como mi antiguo amigo. Muy dañinos porque hace tiempo que dejaron de ejercer la profesión, si es que alguna vez la ejercieron, para unirse a la secta del poder, cualquier poder. Hoy con unos, mañana con otros. No les importa la información ni el compromiso con la ética periodística que obliga a buscar siempre la verdad de los hechos. A ellos les importa, antes que nada, su cartera y obtener cada día el gesto aprobador de sus jefes políticos. Utilizan la representación, la apariencia, como materia prima. Y si acaso con información veraz hacerse puede, hágase. Si no, lo que haya, pero sobre todo que el jefe de filas del partido quede contento. Antes se decía "no dejes que la realidad te impida dar una buena noticia”. Ahora habría que decir “no dejes que la realidad te impida dar un titular gratificante para el jefe". 

Hay un periodismo pasado de rosca, gesticulante y aparentemente apasionado, que envuelve con destellos de celofán la vacuidad y la mentira. (Cuidado, a la política le pasa lo mismo). Impera la forma por encima del fondo, la palabrería por encima de la idea. Este periodismo funciona como un teatro en el que la escenografía se ha tragado a la obra y el público asiste atónito a una representación de supuestas noticias que carecen de sentido. El aspecto físico de los presentadores importa más que su credibilidad. Atrás quedó aquello de que sobra todo lo que no aporta información o ayuda a su comprensión. 

Las pantallas se llenan de gráficos, pantallas reducidas dentro de la propia pantalla, subtítulos, mapas… además de vestuarios que contribuyen a distraer más que a otra cosa. En directo desde la puerta del Tribunal Supremo, aunque sea de noche o domingo y allí no quede ni el apuntador. La nada en riguroso directo. Diez segundos para contar una sentencia, cinco segundos para narrar un descarrilamiento y tres segundos para las reacciones. Periodismo para un instante. La actualidad en píldoras, no importa que nadie se entere de nada. O sí importa, porque de eso se trata. Es más fácil manipular si nadie se entera de nada.

Hay un periodismo que fuerza la interpretación de la realidad para sacar las conclusiones que conviene a los amos y las presenta con apariencia de verdades absolutas. Predomina en las cadenas de televisión, pero lo puedes encontrar en los más recónditos rincones del poder político. En eso, hay que reconocerlo, son artistas destacadísimos. Lo hacen tan bien que hasta la manipulación más burda parece verdad. Estos llamados periodistas son los más peligrosos porque se manejan con formas de intrépidos defensores de la verdad. 

A este periodismo le gusta sobremanera tomar la parte por el todo, abusar de las medias verdades y lanzar diatribas contra quienes se sitúan en otros lares. En estos medios cocinan las noticias de maravilla. Cogen un cuarto de verdad, lo mezclan con otro cuarto de opiniones de "expertos" en la materia, le añaden algo de reacciones de la calle y lo sazonan con gesticulaciones y aspavientos y ya tenemos una primicia periodística capaz de hacer tambalear los cimientos del poder enemigo. Periodismo de combate. Porque curiosamente esos supuestos periodistas siempre andan trajinando en las cocinas del poder o de la oposición. Si se fijan bien verán que su vocación es la cocina, más que el periodismo. 

Resumiendo, hay un periodismo que no es periodismo, pero que aparenta tanto serlo que suele ser tomado como "el periodismo". En realidad, el periodismo es una actividad por lo general callada, ingrata y mal pagada, que busca la mejor manera de sacar a la luz, sin aspavientos, las historias de cada día. Nos ocupamos sobre todo de informar de aquellas cosas relevantes que alguien no quiere que se sepan (Orwell), fiel a la sociedad y comprometidos con la búsqueda de la verdad. Cometemos errores, por supuesto, pero rectificamos. El mayor error ha sido echarnos en brazos del poder, de los poderes, olvidando que el periodismo se debe sobre todo a los lectores, oyentes o espectadores. Poder y periodismo están reñidos por definición. Si los ves juntos es relaciones públicas.

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