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De forma deliberada, nos venden productos con obsolescencia programada, da igual la ética del fabricante, del comerciante o incluso del propio consumidor.

La O es quizás la vocal más primitiva, un círculo, un solo trazo. Una letra importante, los griegos incluso tenían dos, la ómicron y la O más larga y contundente, la omega (Ω). Pero al elegir esta letra pensé en una palabra habitual en estos tiempos, Obsolescencia, ese desuso no siempre motivado por un mal funcionamiento, sino por el deseo de estar siempre a la última de las modas: obsoleto, anticuado, inadecuado a las circunstancias, a lo que los expertos en comercio llaman, una necesidad actual. De forma deliberada, nos venden productos con obsolescencia programada, da igual la ética del fabricante, del comerciante o incluso del propio consumidor que alegremente desecha su producto por la búsqueda del más nuevo de los gadgets del mercado, más ingenioso, con la última tecnología.

Tenemos el teléfono más moderno que nos dura lo que la marca desea, desde la que se generan suficientes actualizaciones como para que pronto necesitemos una nueva versión, un nuevo modelo, lo que lleva, no solo a la adicción a un consumo y un gasto innecesario, al fin y al cabo es una decisión personal, sino a unas repercusiones medioambientales y a una acumulación brutal de residuos. Estamos ante unos niveles muy elevados de sobreproducción de basura electrónica no biodegradable, que en ocasiones revertimos a países subdesarrollados sin control, destruyendo lo poco que queda de virgen en el paisaje de este, nuestro único Mundo posible. Mientras, este fin de semana nos hemos vuelto locos con el Black Friday, saquen ustedes sus conclusiones.

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