Vamos a hablar claro: no tenéis vergüenza

No solo es frustrante que nuestros políticos pasen olímpicamente de ponerse acuerdo, lo que más cabrea es que pretendan volver a movilizar al electorado, gastando toneladas de dinero público, a sabiendas de que todo puede seguir igual o ir a peor

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Rivera e Iglesias, en la cafetería del Congreso en una foto publicada por Óscar Puente en Twitter.
Rivera e Iglesias, en la cafetería del Congreso en una foto publicada por Óscar Puente en Twitter.

No solo es frustrante que nuestros políticos pasen olímpicamente de ponerse de acuerdo, anteponiendo una vez más sus estrategias partidistas y sus traseros al interés de sus representados, lo que más cabrea de todo esto es que probablemente todo siga igual después del próximo 10 de noviembre. Corrijo: o peor. Todo siempre es susceptible de empeorar, y no me refiero a que nos gobierne la derecha —¿hubo una Andalucía más de derechas que con Susana Díaz?—. Lo peor es que quizás tengamos que resignarnos a pensar que eso es lo que verdaderamente les interesa. Un fango para mediocres en el que realmente se sienten cómodos, repartiéndose culpas como líderes de la inacción mientras la peste regresa en forma de recesión o de subida de la luz y la gasolina, haciendo aún más pobres a los ya pobres de solemnidad.

En el río revuelto, o eso dicen, ganan los pescadores. El coste de estos 146 días desde las últimas elecciones generales nos supondrá a todos los españoles unos 24 millones de euros entre sueldos a políticos, subvenciones a los grupos, tablets y viajes para sus señorías. Ir a elecciones, aseguran, implicará otra movilización de más de 120 millones de euros que saldrá de tu bolsillo. Nada de eso irá a educación, cultura, sanidad, justicia o cooperación. Dinero público que ha sido y será usado en vano, que no se devolverá y que podría pensarse que se ha malversado con la connivencia de todos.

Nos han vuelto a citar para acudir a las urnas en un par de meses después de hacerlo tres veces en cuatro años y se habla de temor a una desmovilización masiva, olvidando que antipolíticos como Trump gobiernan la mayor potencia del mundo con el apoyo de muchos obreros que antes votaron a Obama y con casi la mitad del censo quedándose en sus casas —vean La voz más alta El vicio del poder para entender mejor de dónde viene todo este mal de la época—. Trump filtraba sus mensajes de campaña en los intermedios de The Walking Dead, cruel metáfora de una sociedad de zombies donde nadie piensa más allá de cómo salvar su culo.

Lo que más cabrea a la autónoma que se levanta a las siete para trabajar y que hace malabarismos para conciliar no solo es que no se entiendan, es que se cachondeen de los contribuyentes con un circo en el que Hacienda somos todos salvo algunos y algunas, o que la Justicia, a menudo, sea un cachondeo —que se lo digan a muchos dentro del propio poder judicial, que sufren a los políticos como los que más—.

Son muchos los que están cabreados y los que tendrán que salir del tuiteo compulsivo y la queja a ninguna parte del Facebook para parar esto, si alguien sabe cómo hacerlo

Lo que más crispa y toca soberanamente la moral es pensar por un momento que no todos son iguales y que demuestren, andando el tiempo, que en el fondo los que manejan los hilos siempre son idénticos. Lo que jode es que jueguen a generar odio, miedo y división por sus propios intereses de poder y cuentas corrientes. Todo eso, claro, les importa más que la prosperidad y el progreso de un país que no está en llamas por cosas como la economía sumergida y la paciencia infinita de una sociedad civil cien mil veces más tolerante, moderada, solidaria, currante, tenaz e imaginativa que gran parte de su clase política. No es plan de generalizar, pero es que son muy pocos los que se salvan, y muchos de los que se salvan ya lograron escaparse de esta gran patraña.

Son muchos los que están cabreados y los que tendrán que salir del tuiteo compulsivo y la queja a ninguna parte del Facebook para parar esto, si alguien sabe cómo hacerlo. Ellos, darán titulares, esbozarán de nuevo propuestas y medidas de humo, y lo que más nos mosqueará es que muchos otros volverán a caer en sus telas de araña tejidas con fotos, vídeos y argumentarios de chichinabo. Por cierto, una vez más, Gabriel Rufián, uno de los que nos indican que es el malo de toda esta película de terror, vuelve a dar una lección de democracia y Estado —como ya ocurrió en el fallido debate de investidura—, afeando el bochornoso tuit que el socialista alcalde de Valladolid Óscar Puente, a propósito de un encuentro en la cafetería del Congreso entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, ha colgado en las últimas horas. "Les va a ir bien a estos dos", decía Puente.

"Esto es la cafetería del Congreso. Un espacio respetado por todos en los que se lleva hablando de todo con todos durante 40 años. Hasta hoy. No tenéis vergüenza", le espetaba Rufián al dirigente del PSOE en su cuenta de Twitter. El PSOE de Pedro Sánchez quiere que volvamos a hablar en las urnas y que lo hagamos "más claro", según ha dicho el presidente sin funciones. Muchos son ya los que lo dicen en la calle, alto y claro: no tenéis vergüenza. Si tanto les gustan las elecciones, que se las paguen ellos... aunque desde luego el próximo 10N iré a votar porque, pese a toda la desafección y la bilis que me genera este trilerismo infame, no me sale del fondo de mi alma que me quiten las ganas de ejercer mi derecho.

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