Yo también soy agricultor, porque en estos tiempos que vivimos todo está estrechamente ligado.
Nada ni nadie vivimos en islas separadas del resto, ni podemos ocultarnos en nuestra caverna privada, aunque algunos es lo que predican y quisieran para sí mismos.
Todo es transversal, en un planeta globalizado que se nos queda pequeño, cualquier acción en una parte del mundo, en una actividad, en un proceso extractivo, en cómo se gestionan los recursos o residuos allí, afecta a todas las personas por igual aquí, incluso añadiría, a todos los seres vivos.
Yo también soy agricultor, cuando como consumidor, elijo uno u otro alimento.
Al mirar el etiquetado de procedencia, doy mi voto en forma de dinero, a los agricultores cercanos, a aquellos que son de la comarca donde vivo, intentando huir de los espárragos made in China o Perú, de las naranjas sudafricanas, de las patatas rrgentinas o del aceite marroquí.
Yo también soy agricultor, cuando como consumidor doy la espalda a productos provenientes de regadíos imposibles, esa huerta murciana que produce miles de lechugas diarias que ningún trasvase podrá mantener en el tiempo, esos frutos rojos que desecan los acuíferos de nuestra emblemática Doñana.
Yo también soy agricultor cuando rechazo en la medida de lo posible esas frutas y hortalizas de Aragón que colmatan de nitratos provenientes de la agricultura intensiva las aguas del Ebro, esos productos de la huerta que contienen el grito de angustia de un Mar Menor que fallece ante nuestros ojos, víctima de pesticidas y fertilizantes químicos.
Yo también soy agricultor cuando no elijo productos procedentes de monocultivos de aguacates, que han dejado atrás las múltiples variedades autóctonas de la huerta malagueña.
Yo también soy agricultor cuando rechazo la esclavitud a la que se somete a las personas que recogen las cosechas en los invernaderos almerienses, condiciones infrahumanas en largas jornadas bajo el mar de plástico a más de 50 grados de temperatura, vergüenzas que se reproducen en Huelva con sus fresas de sangre, sudor y lágrimas, de aquellas que no tienen voz.
Yo también soy agricultor cuando rechazo públicamente los tratados de comercio de la Unión Europea con otros estados o regiones del mundo, esos que en forma de embudo, se fabrican anchos para las multinacionales de la alimentación con todos los derechos y ningún riesgo para su inversión, y estrecho para las cooperativas o familias de agricultores que nadan contracorriente en un río de dificultades para llegar a fin de mes haciendo frente a todos los pagos requeridos.
Yo también soy agricultor cuando reclamo una Política Agraria Común (PAC) que premie a quien nos alimenta y no a quienes son terratenientes de tierras en baldío permanente, que apueste por apoyar alimentos saludables, ecológicos, de cercanía, en pequeñas cooperativas o empresas familiares, y no al modelo agroindustrial que además de consumir ingentes y finitas cantidades de agua y energía, contamina acuíferos con fertilizantes y herbicidas, estresando a la tierra de tal modo, que en pocos lustros quedará infértil para las siguientes generaciones.
Yo también soy agricultor cuando no compro ningún alimento transgénico, ni producido con aceite de palma que deforesta vastas regiones de bosques en el planeta con su monocultivo intensivo, dejando huérfana de biodiversidad toda la zona.
Yo también soy agricultor, sí, trabajo un pequeño huerto ecológico al que cuido y mimo, que me cuida y mima, desde la reciprocidad roteña de su mayetería.
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