Las Urgencias del Hospital de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
Las Urgencias del Hospital de Jerez. FOTO: MANU GARCÍA

Las amenazas suelen ser el principio de grandes oportunidades de cambio, o todo lo contrario, pueden sumirnos en una densa niebla que dure décadas de marasmo. También son buenos momentos para reflexionar como gestionamos nuestra sociedad.

Por ejemplo, esta crisis sanitaria nos debe servir para repensar si apostamos por un sistema sanitario privado, que no atiende la salud de las personas sino sólo sus intereses económicos, o bien apoyar, sin contar décimas de deuda ni de duda, a una mejor cobertura sanitaria pública, con más medios técnicos y humanos, ahora desbordados por los recortes de décadas pasadas.

Si cada vez somos más población, y en España más envejecida por nuestra pirámide inversa demográfica, parece palmaria que la apuesta debe ir en un sentido de aumento de plazas en hospitales, de presupuestar más gasto en cuidados, de cuidar mejor a nuestros profesionales sanitarios, y no todo lo contrario, como se ha hecho hasta ahora.

Las personas afectadas por el coronavirus sólo pueden acudir a centros públicos, tengan o no cobertura privada, porque ésta no atiende casos en pandemias, ni de terrorismo, ni de guerras, ni de nada que esté exento en la póliza suscrita que haga mermar sus beneficios, lo que nos lleva a ver hospitales públicos atestados, donde se suspenden las citas y operaciones del resto de afecciones, y hospitales privados vacíos, que digo yo, algo deberían aportar dado que se llevan parte de nuestra carga impositiva de regalo. Evidentemente, si algo no funciona bien ni cumple las expectativas debería simplemente desaparecer.

Curioso también podría ser el camino inverso de la emigración, donde países antes creadores de vallas más altas y muros más anchos, para evitar la entrada de personas que huyen del virus de la guerra, del virus del cambio climático o del virus de la miseria inducida, atrincherando ahora tras sus fronteras a sus conciudadanos, obliguen a éstos a migrar en dirección sur, donde el virus sanitario aún no prolifera, y se encuentren esas barreras de la insolidaridad que durante décadas hemos creado y fortificado.

Seguramente no se llegará nunca a dar ese escenario, lo cual no debe dejar de hacernos reflexionar al respecto, porque en cualquier momento, todos podemos ser migrantes por diferentes causas sobrevenidas y ser tildados de culpables en otra nación, pueblo o región. La solidaridad no entiende de fronteras, es una cualidad que nos hace humanos.

Uno de los sectores más afectados por la crisis sanitaria es el de la aviación; la bajada de pasajeros aéreos es brutal, tanto que algunos vuelos han seguido operando vacíos durante semanas, para no perder las empresas sus derechos de salida (slots). En un mundo de locura crecentista cualquier cosa es posible. Ayer sin embargo, la Comisión Europea ha cancelado la normativa de concesión de Slots hasta nuevo aviso, dadas las cancelaciones de vuelos en todo el continente. Ya no habrá tantos "vuelos fantasma", eso que gana el medio ambiente y es claro ejemplo de que cuando se quiere, se puede cambiar la normativa, la ley, la regulación, de un día para otro.

Hablando de medio ambiente, los confinamientos de personas en sus domicilios ordenados en algunos países o regiones, los cierres de escuelas, las recomendaciones del teletrabajo, las prohibiciones de vuelos, o las suspensiones de eventos deportivos o culturales, han derivado en una bajada drástica de emisiones contaminantes, lo cual me lleva a preguntarme si el coronavirus es más, menos o igual de peligroso que la crisis climática , ecológica y ambiental, declaradas oficialmente en muchos ayuntamientos, comarcas, regiones y estados.

¿Por qué a pesar de las recomendaciones científicas para rebajar las emisiones de CO2, nunca se han tomado medidas como las que estamos ahora observando? El coronavirus pasará, o no, tendrá mutaciones, quizás, o bien será un nuevo virus el que nos azote dentro de unos años como ya lo hicieron otros antes, pero el Cambio Climático es una certeza científica, y nunca gobierno alguno, ha sido capaz de identificar las medidas necesarias para al menos paliar sus efectos.

Es hora de repensar y actuar al respecto, porque como vemos diariamente, tanto Europa como los países afectados, están tomando medidas económicas paliativas ante la situación actual, y por tanto es posible mantener en el tiempo decisiones de calado que cambien profundamente las columnas que sustentan una sociedad que colapsa, y puedan al menos mantener las estructuras socio económicas en pie, antes que el derrumbe, cual fichas de dominó, sea el efecto de la causa.

La economía mundial está en shock porque la globalización de la miseria para mayores beneficios de las grandes empresas, deslocalizó la producción y la aglutinó allí donde los derechos sociales y ambientales ni se regulan ni se cumplen. Relocalizar la producción en cercanía y generar valor añadido en las comarcas es la solución a corto y medio plazo.

Porque quizás el coronavirus nos haga despertar de nuestro sueño del crecimiento infinito, observando que la relocalización de nuestra producción, con salarios dignos y condiciones de trabajo justas, es el mejor antídoto ante cualquier crisis, no sólo sanitaria, también ecológica, climática y ambiental.

La única cura posible para un sistema que colapsa, porque está basado en la utopía del crecimiento infinito en un planeta finito, no es la de crear deuda económica, ecológica y ambiental a las siguientes generaciones (la deuda asciende ya al 330% del PIB mundial), la cura se llama decrecimiento, y se debe convivir con él, generando alternativas para vivir mejor con menos, apostando por el consumo de cercanía, y fomentando medidas que distribuyan la riqueza desde la solidaridad.

No es sólo el coronavirus el problema, es la incapacidad del organismo, para sobrevivir sin producción creciente continuada. Salir reforzados ante la amenaza, o sucumbir de nuevo ante los mercados y grandes multinacionales, ¿qué preferimos?

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