El programa 'Sálvame', en una imagen de una emisión.
El programa 'Sálvame', en una imagen de una emisión.

La vida de padres es dura. Ya sé que con esto no vengo a descubrir ni América ni la penicilina. Tampoco a tomar una copa de desahogo en el Llorería Tapas Bar. Ya sé que ser padre es una elección propia, que no cabe la queja. Aunque a veces te sientas atropellado por el cansancio y la responsabilidad, el Instagram debe de ser perfecto, sin fallos, solo risas y sonrisas. Si no quieres ser calificado rápido y mal de padre regulera.  

A veces, viene bien desconectar. Por eso, alguna tarde hemos dejado a la niña con los abuelos con el motivo de hacer la compra de la semana, tomar un café que no sea rápido, reconectar como pareja. Teoría y otras mentiras. Al principio todo es euforia, huida, libertad. Pero al rato, la espuma se desvanece y sientes el pecho vacío, la ausencia de su ruido, el no poder salir corriendo tras ella y sus travesuras. La dejas, estáis solos un rato, y luego ¿qué? 

Eso mismo deben preguntarse los que abogaban por el fin del programa de Jorge Javier Vázquez y demás fauna y flora rosa. Sálvame ha muerto, murió, ya es historia. ¿Y ahora qué? Cadáver y enterrado desde hace semanas y cabría preguntar si somos ya mejores personas, si estamos ante una sociedad mejor, cuánta ética y moral hemos ganado desde entonces. 

Supongo que ya nadie se mete en la vida de nadie, el final de la crítica, el enderezamiento de la gente retorcida. Imagino la vuelta a los documentales de la dos, las siestas interminables, tu padre viendo el tour de Francia, la vuelta, el giro, el resto: las telenovelas colombianas, turcas, reposiciones de los Gavilanes, Bea, Arrayán, series españolas de thrillers chungos con actores más chungos aún. Tu madre que haga punto o roscos de azúcar, la abuela tiene donde elegir, basta de quejas, que si las horas largas en la mecedora, la soledad de la tarde. 

Réquiem por Sálvame. ¿Se lo merece? Nada de eso, lo único que hay que reconocerles es haber conseguido poner a gente de izquierda y derecha de acuerdo para odiarlo, sentirlo despreciable, unir el país, cosa que no veíamos desde que la Selección de Xavi e Íker ganaba cosas. Sálvame ha muerto y nada de pena, alegría, la farándula de hecho sigue de fiesta, bailando, esnifando, copulando sobre su tumba.  Celebrando el fin de los bulos con olor a bragueta, los cuernos públicos, sus vergüenzas al aire. Se acabó la telebasura, si bien nadie ha conseguido matarla y ella misma ha sido quien se ha disparado solita en el pie, infección, cangrena, amputaciones primero y féretro después.  

No era suficiente con no verlo, ignorarlo, había que evangelizar nuestro alrededor, educar a la cuñada, reñir a tu madre, tu abuela, tu hermana, tu amiga, prevenir a los niños, avisar a la comunidad de la negrura de sus tripas. El innecesario y dañino chismorreo, cobijo de malas lenguas, artistas del chisme sucio, espectáculo de perros canallas sin escrúpulos sostenidos por la correa de una audiencia cotilla y sin vida propia. No hablo de la Iglesia. Boicot o eres indigno, desintonización del canal o eres un paleto. El camino de la luz no era el cinco. 

Imagino a estos vengadores felices, por fin, librados del mal, liberada la televisión del mal, satisfechos por la cruzada, leyendo un libro a las horas de la merienda, una novela, quizá romántica o negra, o mejor, un ensayo sesudo mientras planean el siguiente paso para hacer del nuestro un país mejor. Acabar con la comida basura. Que tiemblen el señor Donald, King y compañía. Luego será el turno del reguetón.  

 

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