Teresa Rodríguez, líder de Adelante Andalucía, en un encuentro en Madrid con Pablo Iglesias, en una imagen de archivo. Autor: ADELANTE
Teresa Rodríguez, líder de Adelante Andalucía, en un encuentro en Madrid con Pablo Iglesias, en una imagen de archivo. Autor: ADELANTE

La situación actual, que podría calificarse de guerra abierta, entre los partidos que componen Adelante Andalucía, requiere un tratamiento y análisis que no cabe en unas pocas líneas si queremos evitar simplificaciones. No obstante, se hace inaplazable hacer, al menos, unas breves consideraciones, necesarias de ampliar y profundizar en el futuro. Resumo en cinco puntos:

1. El debate público que se está produciendo me parece totalmente inadecuado e incluso bochornoso. Y a esta inadecuación contribuyen los dos «bandos» en pugna: IU-Podemos, por una parte, y Anticapitalistas por la otra. Ambos parecen no querer entrar en el debate sobre las cuestiones políticas de fondo, lo que entiendo puede convenir a aquellos pero no a estos. Y me parece significativa la escasa visibilización de los dos pequeños grupos andalucistas que pertenecen también a Adelante. ¿Se han puesto de perfil? ¿No consiguen llegar a los medios? ¿O es que, como parecía evidente, pintaban muy poco en la “confluencia” y, por tanto, en este conflicto?

2. La mayor parte de las declaraciones, entrevistas, artículos periodísticos y mensajes en las redes que nos llegan pertenecen más bien al género de la «propaganda de guerra». Se centran en cuestiones organizativas, económicas y de procedimiento, que pueden ser importantes –no lo dudo- pero que no constituyen el núcleo del problema. Se obvia este, es decir, las diferencias políticas, y se opta por descalificaciones, ataques y contraataques personales, que llegan al navajeo (que esperemos no pase de dialéctico). Unos y otros parece que tienen como único objetivo fortalecer las adhesiones inquebrantables y ampliar el número de sus hooligans, más que exponer y defender sus respectivas posiciones cuya incompatibilidad han desembocado en el rompimiento. Dos son las desavenencias principales: la aceptación o no de convertirse en muleta del PSOE en Andalucía, como ya lo fue durante algunos años IU y antes el PA, y la del grado de autonomía (o independencia) respecto a los partidos estatales.

3. Tal como se ha planteado la ruptura, me parece que tienen las de ganar aquellos con menos escrúpulos éticos y que están dispuestos a lo que sea con tal de hacer desaparecer toda competencia en el espacio político que consideran privativo –el de la izquierda del PSOE en un contexto de unidad nacional de España- y a no permitir, o dificultar al máximo, la aparición en ese mismo espacio de partidos más o menos equivalentes en los pueblos-naciones del Estado. Es esta la estrategia política del PCE y sus derivados desde hace muchas décadas; una estrategia que comparte también el Podemos de Pablo Iglesias. Y aunque en algunos sectores de sus bases pueda haber cierta receptividad a la evidencia de los hechos nacionales, las cúpulas y aparatos mantienen fuertemente interiorizada la ideología del nacionalismo de estado españolista, sin ir más allá de la escolástica estaliniana sobre el tema. De aquí que su margen de flexibilidad política sea mayor, relativamente, respecto a Cataluña que a Andalucía.

4. El sector de Teresa Rodríguez, en mi opinión, ha mostrado gran dosis de ingenuidad y no pocas vacilaciones e incoherencias. Una de ellas fue, cuando dirigía Podemos en Andalucía, haber asumido en gran parte la política de IU y colocado en puestos clave de la “confluencia” a cuadros de esta organización más allá de lo que le correspondía según los números electorales. Sabiendo, o debiendo saber, cuál es el ADN político de IU. Otra error de gran calado ha sido decidir tomar un atajo para la creación de un nuevo partido, exclusivamente andaluz según manifiestan, regalando Podemos-Andalucía al aparato central. Creyendo que por ser mayoría en el grupo parlamentario de Adelante iban a poder utilizar este como palanca de una nueva organización independiente (o al menos ampliamente autónoma) de los dos grandes (o grandecitos) partidos estatales que lo formaron inicialmente. Una quimera, como se ha demostrado pronto.

5. Incluso si se compartiera el objetivo de un partido andaluz sin dependencia de estructuras estatales, no queda clara la naturaleza del que Teresa y sus “anticapitalistas” pretenden construir. No sabemos bien cuál es, o sería, su programa, ni su estrategia. O no han sabido explicarlos bien hasta ahora. Y, además, han optado por una forma de construirlo que no me parece el camino más adecuado: partir de la existencia de varios diputados (creyendo, además, poder mantenerlos como grupo parlamentario) para, apoyándose en ellos, conseguir una base social amplia. Esto es otro grave error porque el andalucismo político (incluyendo el político-electoral), para que sea sólido, solo puede ser posible mediante el camino inverso: de abajo arriba, involucrándose en las luchas de los movimientos sociales, estando muy pegados a los territorios, desde el municipalismo y planteando de forma nítida y didáctica el camino para superar la dependencia, subordinación y alienación que sufre el Pueblo Andaluz. Tener representación en las instituciones podría ser una ayuda pero nunca el cimiento de un andalucismo emancipatorio. La presencia en las instituciones, para que sea útil, ha de ser resultado y expresión de la fuerza y avance desde abajo. Creer lo contrario equivale a poner el carro delante de los bueyes y a repetir errores en los que ya cayeron en el pasado otras organizaciones autodefinidas como andalucistas.

Isidoro Moreno es catedrático emérito de Antropología y miembro del colectivo Asamblea de Andalucía (AdA)

Este artículo se ha publicado originalmente en Portal de Andalucía.

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