Santa Teresa de Cádiz

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Teresa Rodríguez, en el centro, en un acto de recuerdo a Blas Infante. FOTO: Adelante Andalucía
Teresa Rodríguez, en el centro, en un acto de recuerdo a Blas Infante. FOTO: Adelante Andalucía

La ya exportavoz de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, está en estos momentos terminando la tournée mediática que a todo disidente de izquierdas le tienen preparados los medios de comunicación que antes lo invisibilizaban, para legitimar desde la izquierda las críticas y el odio de la derecha que, seis años después del nacimiento de Podemos y casi un año tras el Gobierno de coalición, no se ha repuesto de que se estén haciendo políticas para cambiar los planes antidemocráticos y de empobrecimiento que los dueños de España habían planificado para las clases populares de este país.

Teresa Rodríguez le gusta a la derecha no porque su modelo de sociedad se parezca en algo, sino porque el izquierdismo de la gaditana se nutre de todos los clichés que la derecha usa para caricaturizar a la izquierda. Rodríguez no hace política, es militante de un camino catecumenal. Su movimiento político, el trotskismo –con perdón para Trotsky-, no convence, evangeliza; no necesita militantes, sino testigos de Jehová. La gaditana no está en política para transformar la sociedad, sino para llevar razón, por eso el valor principal que vende es la coherencia, el pensar lo mismo de que empezó a militar en política con 15 años.

Dialogar, ceder, llegar a acuerdos, pactar o cambiar de opinión es para Rodríguez y sus camaradas anticapitalistas una traición a los principios, una sumisión al poderoso. Como lo que hay es religión y no política, cuya base es el diálogo, reconocer que el otro piensa distinto a ti y que es posible llegar a un acuerdo intermedio en el que nadie gana ni pierde, Rodríguez se alimenta de dogmas morales. Como la santa sevillana Ángela de la Cruz, que decía querer “ser pobre entre los pobres” y a la que nunca se le conoció reivindicar para que los pobres dejaran de serlo, Teresa Rodríguez apela al voto de pobreza para justificar sus principios políticos.

Su movimiento político, el trotkismo –con perdón para Trotsky-, no convence, evangeliza; no necesita militantes, sino testigos de Jehová

Cuando Teresa Rodríguez presume de vivir en un piso de 40 metros cuadrados, lo que está haciendo es legitimar el mantra de la derecha reaccionaria: para ser de izquierdas hay que vivir en la precariedad. Cuando presume de cobrar lo mismo que de profesora de instituto, con el aplauso de la derecha que se harta de compartirla por redes sociales, lo que está reforzando en el imaginario colectivo es que montarse en el ascensor social es de desclasados. Si aspiras a ganar más ya no puedes ser de izquierdas y el origen social no es un motivo de orgullo para transformar la realidad de la clase trabajadora, sino una condena vital.

Cuando dice, para anular a otros políticos que la critican, que ella tienen una plaza donde volver cuando abandone la política –en la que, a sus 39 años, lleva ya siete años a sueldo más lo que traía de liberada del sindicato educativo Ustea-, lo que está afirmando es el sueño mojado de la derecha: para ser diputado hay que ser funcionario o tener la vida resuelta, únicamente los ricos puedan dedicarse a la política. Ni se te ocurra dedicarte a la política siendo cajera de supermercado, lo que te obliga a pedir la cuenta si eres elegida diputada, que Teresa Rodríguez te criticará porque no tienes un sitio donde volver cuando abandones el cargo.

Cuando Teresa Rodríguez le dice a Irene Montero que ella no ha cambiado de barrio, en contraposición al chalet en el que viven el matrimonio Montero-Iglesias con sus tres hijos y que pagan con una hipoteca, lo que está haciendo la dirigente de Anticapitalistas es decirle a la gente, a sus potenciales votantes, que si la votan a ella se olviden de montarse en el ascensor social. Es la construcción simbólica del barrio como castigo, la romantización de la desigualdad y la legitimación de un sistema de castas. Ahí has nacido, ahí te mueres, ni se te ocurra aspirar a un piso mejor, a un barrio más cómodo o a un sueldo más cuantioso porque entonces serás un desclasado y señalado por la izquierda evangélica y por la derecha que le compra a ésta todos sus argumentos porque sirven para que nadie acceda a su mundo exclusivo, en el que sólo los que ya son ricos pueden aspirar a vivir bien.

El gran logro de la derecha, y por eso le vota gente que materialmente no tiene nada en común con el ideario conservador, es haber logrado conectar con los sueños aspiracionales de una gran parte de la población

El gran logro de la derecha, y por eso le vota gente que materialmente no tiene nada en común con el ideario conservador, es haber logrado conectar con los sueños aspiracionales de una gran parte de la población. La gente que vota a la derecha puede vivir en el barrio que puedan permitirse, tener el coche que su cuenta bancaria les permita, cobrar lo que puedan y tener las incoherencias que les dé la gana, pero la gente de izquierdas no puede ni comerse un plato de gambas de Huelva porque entonces ya no conectan con los proletarios del mundo. Hace unos años, a Antonio Rodrigo Torrijos, exteniente de alcalde del Ayuntamiento de Sevilla y exportavoz hispalense de Izquierda Unida, el ABC le hundió su carrera política y su imagen pública porque éste, en una feria internacional de turismo, se comió una mariscada junto con otros empresarios de la ciudad que viajaron al cónclave de promoción turística. En lugar de ‘no robarás’, el mandamiento preferido de la derecha, con el beneplácito de la izquierda franciscana, es ‘no gastarás tu dinero donde te dé la gana’.

El ABC manipuló las fotos, cortó a los empresarios y publicó en portada a Torrijos comiendo mariscos. ¡Un comunista comiendo mariscos! No es casual que ABC quitara a los empresarios de la foto de la mariscada. Ellos sí pueden comer mariscadas, son ricos y lo tienen todo permitido, pero que ni se les ocurra a los pobres o a quienes defienden políticas a favor de la gente sencilla atreverse a tal lujo porque dejan de ser pobres dignos.

“No la voy a votar, pero es la única de Podemos que es coherente”, dicen de Teresa Rodríguez gente de la derecha más reaccionaria que la aplaude por sus actos de constricción. En seis años que lleva en el Parlamento andaluz, la ya diputada tránsfuga, sólo ha conseguido aprobar dos leyes, la de senderos y la de bioclimatización de los colegios, ambas aún sin desarrollar. No ha conseguido intervenir en ningún presupuesto, mejorar alguna ley, negociar una medida a favor de la gente o atraer a los 600.000 votantes socialistas que, quedándose en casa porque no querían votar a Susana Díaz tampoco se sintieron seducidos por Teresa Rodríguez, quien, en lugar de seducir al antiguo electorado socialista, se dedicó a culparlos de todos los males que sufría Andalucía y reforzarlos en la abstención. Como premio, llegó la ultraderecha y mandó parar, pero Rodríguez y su anticapitalismo estaban muy contentos porque habían sido muy coherentes.

Aunque la extrema derecha haya hecho acto de presencia en el Parlamento andaluz, no se pacta con nadie. Teresa Rodríguez no está en política para ganar ni transformar la realidad, sino para llevar razón, para ser coherente, para no traicionarse a ella misma y reforzar su identidad militante. Ha repetido hasta la saciedad que vive en un piso de 40 metros cuadrados, que cobra lo mismo como profesora, que no ha cambiado de barrio y que ella nunca gobernará con el PSOE, que es otro de sus mantras que tanto gustan a la derecha, porque la negación de Rodríguez a gobernar refuerza el mensaje de que la izquierda no es apta para gobernar, que es cosa de poderosos y aristócratas.

Dialogar, llegar a acuerdos, entrar dentro de un gobierno de coalición y hacer política con la fuerza que los ciudadanos te han dado en las urnas, sea mucha o poca, es traicionar los principios, mancharse las manos, convertirte en sumiso del socio mayoritario. Ella, como Santa Ángela de la Cruz, quiere vivir con los pobres en la pobreza, no sacar a los pobres de la pobreza. Su mundo no es de este mundo. No es anticapitalista, es Santa Teresa de Cádiz.

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Comentarios (2)

Carmen Hace 3 años
Muy buen artículo que hace pensar que lo importante en política, hablo de la izquierda, no es tener razón. Encontrar caminos que nos lleven a donde queremos ir es más útil.
Lydia Martín Bosch Hace 3 años
¡Excelente artículo! ¡Muchas gracias!
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