Una funcionaria del Ayuntamiento rellena un documento, en una imagen de archivo. FOTO: INFOSALUS
Una funcionaria del Ayuntamiento rellena un documento, en una imagen de archivo. FOTO: INFOSALUS

Hace unos días una amiga compartió una publicación en Facebook que me llamó la atención. En ella contaba que a sus 30 años había realizado su testamento vital. Que ella contara su experiencia me hizo reflexionar sobre la poca visibilidad que se le dan a temas como este. Ya se sabe, si se trata de muerte o de sexo, el tabú es impresionante. Y hoy toca escribir sobre el primero. Pronto llegará el segundo.

En la mayoría de casos pensar o hablar de la muerte da pavor. Da miedo hablar de algo para lo que no se está nunca preparado. Pero, ¿qué sentido tiene no verbalizar este tema cuando es el que más nos une a todos los seres humanos? Podemos ser muy diferentes que si algo tenemos en común es que nos vamos a morir. Y, evidentemente, las formas de morir pueden ser muy distintas y alguna que otra hay que tenerla prevista. Tanto las formas de morir como las de vivir. Porque hay algunas de estas últimas en las que por vivos que estemos perdemos la capacidad de expresión. Por eso hay que gestionar según qué cuestiones. Por nosotros y por los nuestros.

No por encargarnos de estos temas a una edad considerada temprana para morir quiere decir que nos vaya a pasar algo. Y en caso de que nos pase, porque puede pasar, pues mira qué bien que lo tenemos todo bien atado. El testamento vital es un documento en el que aparecen reflejadas algunas voluntades de la persona para que si llegado el momento no está en disposición de expresarse, quede constancia de sus decisiones y nadie tenga que estar en la difícil tesitura de elegir por ella. Algunas de las cuestiones que se expresan en este documento son el rechazo a recibir medicamentos si no van a aliviar los síntomas, el deseo de recibir medicación para paliar la angustia y el dolor, la no aplicación de técnicas de soporte vital para así no alargar la vida de forma artificial o la aplicación de tratamientos que alarguen la vida el máximo tiempo posible.

En definitiva, es el documento en el que una persona muestra su postura ante su vida y su muerte. Ante si prefiere morir o vivir conectado a una máquina. Ante si quiere medicamentos o no en momentos determinados. Y quién mejor que uno mismo para tomar estas decisiones. Primero porque es nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra mente. Segundo porque, ¿cómo de duro es decidir por un ser querido que se encuentra entre la vida y la muerte y de lo que nosotros decidamos depende el final o el sufrimiento? Es duro. Y es injusto.

Aquí también hay que hablar de la donación de órganos y tejidos. Dejar por escrito lo que queremos que se haga con ellos es una opción que debería convertirse en algo obligatorio. Bueno, la donación debería ser obligatoria. Pero teniendo en cuenta que no lo es, qué menos que dejar por escrito constancia de nuestra voluntad. Además es importante saber que el testamento vital se puede cambiar. Si con el paso del tiempo se cambia de opinión con respecto a lo que se ha puesto, tan solo hay que modificarlo.

Realizar estos trámites es más fácil de lo que pensamos. En Internet están disponibles los modelos de los documentos que hay que rellenar en estos casos. En muchos hospitales y centros de salud públicos existen los Registros Vitales de Voluntades Anticipadas. Es allí donde hay que acudir para formalizar los trámites.

Resulta curioso cómo algo tan fácil de hacer y tan imprescindible pasa desapercibido por el simple hecho de estar relacionado con morir. No somos conscientes del favor que nos haríamos a nosotros mismos y a nuestros familiares en tan solo unos minutos. Hagámoslo antes de que sea tarde.

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