El fin de la Modernidad y nuestra casa sin barrer

A Andalucía el proceso de colonización del mundo la sumió aún más en la tragedia porque convirtió a los territorios con los que históricamente había estado interconectada en territorios expoliados y sometidos y por tanto pobres, engrandeciendo a otros territorios lejanos de los que cada vez fuimos más dependientes

Javi Zarco

Politólogo, militante del SAT, de Defender Andalucía y de Adelante Andalucía

Estudiantes palestinos se solidarizan con el pueblo andaluz en la manifestación del 4 de diciembre de 1977 en Sevilla.
Estudiantes palestinos se solidarizan con el pueblo andaluz en la manifestación del 4 de diciembre de 1977 en Sevilla.

Aunque la Historia de la humanidad no puede entenderse troceándose en apartados inconexos, existe quién sitúa el inicio de la Modernidad –que puede entenderse como un proceso de cambios que buscan homogeneizar a la sociedad, que da paso a la creación de individualidades y permite que los hechos y objetos se hagan de conocimiento y apropiación universal- en 1492, fecha clave en la Historia universal al ser la que inicia la conquista de América. Si partimos de aquí, no podemos obviar que, desde Andalucía, esta fecha tiene un significado aún más especial pues, no hay que olvidar que es también el año de la Conquista del Reino Nazarí de Granada y la de la expulsión de los judíos de los Reinos de Castilla y Aragón, preludio de lo que ocurrirá en poco más de un siglo con los moriscos –musulmanes cristianizados-.

No puede desligarse del proceso que da pie a la Modernidad el hecho colonial que acompaña al concepto “homogeneizar”. Esta palabra es importante porque deja entrever un proceso que va a darse no solo en la Península Ibérica y no solo contra las poblaciones andalusíes que ya estaban sufriendo desde antes tales políticas asimiladoras, sino también contra las poblaciones autóctonas de América, y más tarde contra las propias poblaciones del resto de la Península Ibérica, para culminar el proceso en siglos posteriores con los procesos coloniales que iniciarán el resto de potencias coloniales europeas en África, Asia y Oceanía, creándose inmensos y crueles imperios coloniales. Así, el capitalismo se desarrolla no como una fuerza natural propia de la evolución social de los pueblos del mundo, sino como una fuerza arrolladora que imponen las fuerzas imperialistas sobre el resto del planeta, arrasando con él culturas, lenguas y tradiciones milenarias en algunos casos. Este es un colonialismo que desarrolla el hombre blanco europeo contra el resto de etnias, razas, culturas, lenguas y tradiciones, también contra las mujeres propias y extrañas, imponiendo sus poblaciones en las zonas poco pobladas (como son los ejemplos de Norteamérica u Oceanía), o utilizando sus colonias más pobladas como territorios de explotación de mano de obra y materia prima barata.

La competencia interimperialista a principios del siglo XX llevará las tensiones al límite provocando la I Guerra Mundial, que debilita en cierto modo a los Imperios produciéndose algunos hechos relevantes: por un lado, su debilitamiento permite que el colonialismo afloje en ciertos lugares, apareciendo protectorados y las primeras independencias de antiguas colonias. El segundo hecho, y quizá el más relevante, es la aparición de la primera revolución comunista triunfal: la Revolución Rusa. Este nuevo Estado surgido tras el desastre ruso en la I Guerra Mundial y la Guerra Civil Rusa, entre otras muchas acciones de fuerte calado, nacionaliza los medios de producción, da derechos a las mujeres, reconoce el derecho a la educación y la sanidad universales, prohíbe el trabajo infantil y reconoce el derecho de autodeterminación de los pueblos, al punto de pasar de ser un Imperio a convertirse en una Confederación de Estados donde se reconoce el autogobierno a todas sus nacionalidades, creando poco después la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). A raíz de este hecho, el resto de potencias imperialistas ven en Rusia una “traidora” de la causa de Occidente, que no solo “abandona la senda de los países civilizados” sino que además lo hace yendo contra los propios intereses de los imperialistas, no solo reconociendo el derecho de autodeterminación de los pueblos sino también, tal y como señalaron Marx y más tarde Lenin, llamando a los pueblos del mundo a luchar por sus independencias frente a esos Imperios.

Ese mismo Occidente que trataba a los indígenas americanos, a los africanos, a los asiáticos y a los habitantes originarios de Oceanía como “seres atrasados”, a los que se les sometía a condiciones de vida inhumanas cuando no al genocidio o a las constantes hambrunas, es el que imitó la Alemania Nazi. Hay sobradas evidencias que señalan que los nazis alemanes veían en la expansión de Estados Unidos hacia el oeste –a costa de los pueblos originarios de Norteamérica- una inspiración. Así, Hitler y otros teóricos del nazismo verán en los eslavos sus particulares “indios” y en Rusia su particular “oeste” y comenzarán a teorizar sobre la inferioridad racial del eslavo, al mismo tiempo que lo hacían sobre los gitanos o los judíos alemanes (askenazíes), del mismo modo que los colonialistas europeos habían estado haciendo desde 1492 en el resto del planeta. Eso explica que el verdadero peso de los combates durante la II Guerra Mundial estuviera en el este de Europa y que la URSS fuese la que más muertes sufriera a lo largo del conflicto. Conflicto en el que Estados Unidos sería neutral –al fin y al cabo Alemania no estaba haciendo nada muy diferente de lo que otras potencias imperialistas incluida ella habían estado haciendo- hasta mucho después de la decisiva batalla de Stalingrado, donde las tropas nazis sufrieron un revés del que ya no se recuperarían, iniciando la URSS la remontada. A partir de meses después, Estados Unidos empezaría a preocuparse realmente por lo que estaba pasando en Europa, y comenzaría un proceso que culminaría en la Toma de Normandía de la que tanto nos ha hablado Hollywood, iniciando una carrera por llegar antes que la URSS a Berlín –sin lograrlo-.

Tras esta humillante derrota no solo para el fascismo, sino también para el imperialismo, las potencias coloniales no tendrán más remedio que aceptar, igual que hizo el Reino de España con el desmantelamiento de su imperio a lo largo del siglo XIX, la independencia de sus colonias tras la II Guerra Mundial. Sin embargo este proceso de independencia no sería limpio, ni pacífico en muchos casos, ni tampoco completo. Algunas potencias se resistirán unos años más, como será el caso de Francia en Argelia o Vietnam o de Portugal en Angola. España, siempre servil a los intereses de potencias superiores, en lugar de descolonizar el Sáhara Occidental, se lo entregará a Marruecos a cambio de llevarse bien con sus socios estadounidenses en los Pactos de Madrid. Otro caso especial será el de Palestina, entregada por el Reino Unido a los judíos del mundo para que crearan su propio Estado, desoyendo a la ONU, negando el derecho de los históricos lugareños a tener su propio Estado y a vivir en paz tal y como habían hecho hasta entonces, siguiendo la estela colonial de racismo y apartheid que el Occidente racista y colonial había acostumbrado a dar allá donde había podido a los pueblos a los que sometió.

Mientras las colonias se volvían contra los imperialistas, el marxismo occidental, totalmente entregado a filósofos que traicionaron la línea anticolonialista y marxista del marxismo original, prostituyeron progresivamente la línea ideológica de las organizaciones comunistas de Occidente, haciéndolas totalmente serviles a los intereses imperialistas, llegando en algunos casos al extremo de negar la lucha anticolonial, hablo de filósofos como Luckács, Anderson, Della Volpe, Marcuse, Lefebvre, Sartre, Foucault o Zizek. Fruto de ello la inoperancia total de los partidos marxistas en Europa a la hora de elaborar programas y estrategias solventes, llevándolos a la irrelevancia. Mientras, los partidos socialdemócratas lograban imponerse, sin embargo no solventaron los problemas reales de las masas trabajadoras europeas, al tiempo que seguían a pies juntos el programa imperialista a escala mundial, un programa que ahora colapsa al tiempo que lo hace la credibilidad de la socialdemocracia europea. Lo estamos viendo en Ucrania -donde un golpe de Estado auspiciado por la OTAN derrocó al gobierno anterior llevando al poder a ultraderechistas que prohibieron partidos federalistas y de izquierdas, sindicatos y prohibieron la lengua del 40% de los ucranianos, el ruso, nótese la fórmula clásica del imperialismo de homogeneizar exterminando-, y en Israel, donde el Estado colonial y sionista israelí prosigue su matanza de civiles con la excusa de acabar con la resistencia palestina, tratando de adueñarse de paso el territorio de Gaza, donde además recientemente se han encontrado grandes depósitos de gas en sus costas –el colonialismo extractivista siempre presente-.

Rusia, aunque en otro tiempo formaba parte del campo imperialista, y a pesar de sus intentos de acercamiento a Occidente para volver a formar parte del club tras el derrumbamiento soviético, no olvida que tuvo que lidiar una guerra de liberación nacional contra sus antiguos amigos imperialistas (nosotros la llamamos II Guerra Mundial pero ellos la llaman la Gran Guerra Patria), en la que Stalin llegó a liberar a opositores y el pueblo ruso se unió para resistir el intento nazi de esclavizar a todos los eslavos. China, a lo largo de los siglo XIX y XX tuvo que sufrir la humillación constante de someterse a los imperialistas entregando territorios y permitiendo a estas saquear sus riquezas, hasta que una guerra de liberación nacional contra Japón y la posterior guerra civil contra los nacionalistas apoyados por Estados Unidos permitieron al gigante asiático liberarse del yugo colonial e iniciar su propia vía de desarrollo, con impresionantes resultados que a la vista están. Estos países forman, junto con Brasil (otrora colonia portuguesa), India (en su tiempo colonia británica) y Sudáfrica (ídem) los llamados BRICS, a los que otros países excolonias están llamando a la puerta de manera masiva, están creando estructuras económicas, militares y de asociación política al margen del belicoso Occidente.

Mientras tanto, la OTAN inicia y pierde guerras desde el inicio de la agresión a Siria, demostrando que sus armas no pueden con las que atesora Rusia, que es quién apoyó en sus peores momentos al gobierno sirio y quién está ganando a Ucrania a pesar de haber sido entrenada y armada de manera masiva por la OTAN. Tampoco parece ir bien las cosas para la avanzadilla de Occidente de Oriente Próximo, donde el Estado colonial israelí, financiado y armado históricamente por Estados Unidos, parece perder la batalla mediática al tiempo que se empantana en las calles de Gaza. Mientras tanto, algunos países de África central se rebelan contra sus antiguos amos, expulsando a los militares franceses en Mali, Níger o Burkina Faso, hartos de que Francia utilizase al Estado Islámico -al que jamás terminan de vencer- como excusa para justificar su presencia militar en el Sahel.

El colonialismo no solo quiere territorios ricos en materias primas y poblaciones pobres a las que explotar de todos los modos imaginables. También necesitan territorios por su interés geoestratégico. Ucrania era necesaria para la OTAN para poder amenazar directamente a Moscú con misiles de medio alcance, lo que hubiera supuesto una derrota estratégica para los intereses rusos. Sin embargo la gran batalla por el futuro se libra en territorio palestino. Palestina y su ciudad emblemática, Jerusalén, no son importantes por su contenido religioso (que también). El verdadero significado de todas las luchas que se han dado en Jerusalén y que le han dado ese cariz religioso es su situación geoestratégica, enclavado a orillas del Mediterráneo Oriental, nudo de comunicaciones entre Europa, África y Asia, junto al Canal de Suez. En otro tiempo lugar clave de control de la Ruta de la Seda (esa que tanto se empeña China hoy en revivir).

La modernidad se está muriendo ante nuestras narices, y con ella, el capitalismo al que dio lugar da verdaderos síntomas de agotamiento, un agotamiento que ya demostraba a inicios del siglo XX y que solamente la aparición de la socialdemocracia europea como sistema híbrido diseñado para competir con el marxismo ha podido sostener en estas décadas. La socialdemocracia ha mostrado su verdadera cara formando parte del club de los colonialistas apoyando las sucesivas masacres en Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria y otros lugares, al mismo tiempo que no solucionaba los problemas reales de las clases trabajadoras en los propios Estados Occidentales. Ante su agotamiento, el capitalismo hace resurgir partidos indisimuladamente fascistas que reconocen abiertamente defender a monstruos como el Estado sionista de Israel o al anarcocapitalismo devorador de servicios públicos de Milei. La traducción de todo esto es una OTAN deslegitimada y metida en todos los conflictos posibles –y perdiéndolos- junto con la primera potencia mundial y auténtica sostenedora de la Alianza Atléntica, en claro declive militar, económico y social.

En España, fiel aliado de USA y la OTAN, se traduce en una evidente fascistización de la sociedad programada desde arriba con medios de comunicación y redes sociales azuzando el fascismo machaconamente sobre nuestra juventud, con una extrema derecha desatada contra el régimen, con señalamiento a inmigrantes e incluso a españoles no “blancos” y menores por el mero hecho de no ser “blancos” utilizando palabras despectivas que señalan y criminalizan como “MENA”, en un Estado donde ya existe (gobierne quien gobierne) una negación constante del derecho de autodeterminación de los pueblos, una justicia donde el lawfare está a la orden del día, donde jamás se depuró al Estado franquista de elementos reaccionarios en la policía, en la justicia, en la administración del Estado o en el ejército, en un Estado donde los criminales franquistas jamás fueron enjuiciados ni molestados gracias a la amnistía que se aprobó con la Constitución del 78 (esta amnistía sí les gustó a los que ahora claman). Mientras las fragatas del Reino de España dan apoyo a la flota estadounidense en el Mediterráneo Oriental y las bases andaluzas de Rota y Morón dan apoyo logístico para continuar las agresiones contra los pueblos, al tiempo que armamos al Estado títere ultraderechista ucraniano y al sionista israelí.

El proyecto colonial de la modernidad que se inicia con los Reyes Católicos tomando el Reino Nazarí, que continúa con la Conquista de América, y que prosigue con la colonización del resto de potencias europeas del resto del planeta, está siendo duramente contestado y contrarrestado. España, como Estado directamente heredero del Reino de Castilla que impuso poco a poco su lengua no solo al resto del territorio de la posteriormente conocida como España, sino también de gran parte del continente americano, no concibe su existencia si no es ligada a dicha modernidad y a dicha forma de ver el mundo, donde solo puede autorreconocerse tanto en cuanto lo hace imponiendo su lógica y su homogeneización sobre los pueblos a los que domina. No es casualidad tampoco, que ante el legítimo derecho del pueblo catalán o vasco de autodeterminación, la respuesta del españolismo siempre esté relacionada con el ámbito judicial (que controla incumpliendo su propia constitución sistemáticamente), la persecución policial (llegando a inventarse casos de terrorismo para criminalizar el movimiento), el terrorismo de Estado (GAL, Triple A, Batallón Vasco Español,etc), o el golpismo habitual entre el siglo XIX y principios del XX. No es tan diferente a la respuesta que dio a inicios del siglo XX o a finales del XIX en Cuba, con campos de concentración y matanzas masivas. No se puede esperar del mismo una respuesta democrática porque el españolismo no concibe la democracia cuando no es proclive a sus intereses, tal y como ya ha demostrado cada vez que se ha propuesto una descentralización del mismo, tal y como demuestra hoy, ante nuestra mirada.

Desde la Andalucía que sufrió desde el mismo inicio de la modernidad hasta hoy, toca revisarnos. Las intentonas soberanistas andaluzas en el siglo XVII o las confederales del siglo XIX, pasando por la lucha autonomista del siglo XX deberíamos servirnos para tomar nota de nuestra propia Historia, de la Historia de España en sí misma y de la Historia de la Modernidad. Deberíamos también tomar nota del mundo que se muere y del mundo que está por nacer y combatir a los monstruos que ya asoman la patita en nuestras propias plazas y calles. Al Ándalus no era rico porque fuera musulmán ni porque llegasen árabes con mucha guita, Al Ándalus era rica porque el sur de la Península Ibérica era un territorio históricamente rico, con una fuerte red de ciudades medias, un territorio muy urbano y civilizado que estaba perfectamente conectado desde antiguo con las rutas comerciales africanas y orientales cuando Europa no era más que un territorio de bárbaros. El sur de la Península Ibérica empezó a dejar de ser rico una vez fue conquistado, saqueado y sus mayores y mejores tierras repartidas entre un puñado de nobles extranjeros, y se la remató con las desamortizaciones que negaron la tierra al que la trabajaba para hacer aún más ricos a los que ya eran ricos, pasando por un proceso de industrialización negado por los mismos que se enriquecieron cada vez más a costa de la riqueza del territorio de Andalucía.

A Andalucía el proceso de colonización del mundo la sumió aún más en la tragedia porque convirtió a los territorios con los que históricamente había estado interconectada en territorios expoliados y sometidos y por tanto pobres, engrandeciendo a otros territorios lejanos de los que cada vez fuimos más dependientes, abocándonos de paso con ellos a convertirnos en una suerte de colonia interior, que en cierto modo reproduce los comportamientos coloniales de otros territorios del sur global, proveyendo de mano de obra y materia prima barata a los grandes centros del poder imperialista, de ahí la emigración masiva de nuestros jóvenes, el paro estructural, y el tratamiento colonial que sufrimos. Por tanto, es de manual que el proceso que está dándose, en el que el mundo colonial despierta y se libera poco a poco de las cadenas, en el que China y Rusia lideran un cambio de tendencia no visto desde el siglo XV, conviene a Andalucía seguirlo de cerca y estudiarlo por las potencialidades y los beneficios que podrían suponer un cambio favorable al sur global, del mismo modo que parte del movimiento soberanista andaluz que salió a la calle el 4 de diciembre de 1977 estaba al tanto de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, en las colonias africanas y asiáticas que lograban romper las cadenas del colonialismo.

Toca revisar la estrategia a medio plazo y pensar más que nunca que eso del antiimperialismo no solo nos va bien por el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos. Nos va bien porque es una necesidad y una oportunidad que nos brinda la Historia para resarcirnos de nuestra desdicha y sumarnos a los vientos favorables que soplan en estos tiempos, reclamando un mundo donde el colonialismo sea efectivamente cosa del pasado aquí y allá donde las sucias manos del imperialismo se han posado, para que como dice nuestro himno, seamos libres y hombres de luz que a los hombres alma de hombres les dimos, acabando con nuestra opresión histórica y nuestra dependencia, con esta España caciquil, centralista e injusta que nos exprime, abrazando la revolución anticolonial que está en marcha ante nuestras propias narices, exigiendo soberanía, autogobierno, expulsar a las peligrosas bases estadounidenses de Rota y Morón, pidiendo tierra en forma de reforma agraria que deshaga definitivamente la injusticia histórica que supone que una tierra tan rica sostenga a una población tan pobre mientras un puñado de nobles se pasean y cotizan en la Castellana, y hacerlo por supuesto construyendo una fuerza soberanista y anticolonial, obrera, campesina y popular, que reconstruya este pueblo y le saque definitivamente de esta vorágine de la modernidad en su fase terminal.

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