Capricho de millonario

Sevilla no es propiedad de nadie aunque lo vengan creyendo sus últimos regidores

13 de marzo de 2025 a las 08:58h
José Luis Sanz en la rueda de prensa del acuerdo con Vox.
José Luis Sanz en la rueda de prensa del acuerdo con Vox. MAURI BUHIGAS

Capricho de millonario es hacer cualquier cosa en cualquier sitio, sin pensar si es lo adecuado o no. El dinero todo lo puede y el dinero impone su voluntad. Es lo que en Sevilla ya se ha consumado. Como si Sevilla fuera de su propiedad, el alcalde y la Iglesia la han confundido con su fortaleza personal atentando contra la historia y la lógica al violar las condiciones intrínsecas propias de un espacio público que debería ser más público, porque ocultar su pasado es la posición más torpe, interesada, ruin y nefasta que una autoridad pueda acometer. El pasado es como es, guste o moleste y ninguna autoridad por más votos que haya obtenido lo puede cambiar, ni tiene capacidad moral ni legítima ni legal para intentarlo, aunque la legalidad se acomode a las necesidades del poder, motivo de más para promover su cambio cuando esa legalidad puede ser aprovechada por la autoridad en su propio beneficio o a su entero deseo o capricho.

Sevilla no es una posesión de José Luis Sanz. Los señoríos fueron abolidos hace ya más de doscientos años y además esta ciudad, como indica su propia denominación, nunca fue propiedad de nadie más que de sus habitantes. Los bienes (y los males) de una ciudad son de la ciudad. Los bienes sólo de la ciudad, no de sus dirigentes, meros administradores delegados del Común que por tanto dependen del Común, de la ciudad, de su población a quien deben rendir cuentas. Los males, en cambio, suelen venir de la torpeza o de intereses personales o de partido, por eso constituyen una violación flagrante de la democracia y si la democracia fuera plena, esa persona o ese partido serían descabalgados de su cargo.

Sevilla no es propiedad de nadie aunque lo vengan creyendo sus últimos regidores y por tanto no tienen derecho alguno sobre esos bienes más que el deber de procurar su conservación. Ya está bien de posiciones dictatoriales como la del “No me gusta Sevilla como es y necesito cuatro años más para cambiarla”, frase que ahora Sanz promete elevar a la categoría de predilecta, pese a que Montesirín no puede ser hijo predilecto porque ha nacido en otro término municipal, ni el error de los sevillanos de mantenerlo doce años en la alcaldía es motivo para honrarlo con la medalla de la ciudad.

El alcalde ha violentado a cuantas personas sufrieron tortura en el castillo de San Jorge, muchos de los cuales salieron de allí muertos porque el tormento no tenía fin, a fin de arrancarle la declaración deseada por sus verdugos. Esas paredes, manchadas de sangre, no serán redimidas por cubrirlas con un manto de vergüenza para tapar sus horrores. Al contrario, se les vuelve en contra porque sólo pueden certificar que aquellas torturas fueron hechas por la misma Institución que ahora la adorna. Instalar un Museo, nada más y nada menos que de Arte sacro, es certificar que este arte ahora admirable es fruto de aquellos crímenes, que ahora se intentan ocultar con Arte pero es el mismo con que entonces se intentaban ocultar los propios crímenes y su principal objetivo, como las frases de los propios inquisidores si no detenemos no comemos”. Y que la inauguración el miércoles de ceniza, sólo puede recordar las cenizas de aquellos sacrificados en la Plaza de San Francisco o en el Prado de San Sebastián, “para redimir sus pecados”, lugares dónde se deben estar revolviendo sus cenizas, a pesar de la presión de la tierra que los oculta, como ahora se pretenden ocultar estos hechos cubriendo la piedra, testigo de aquella salvajada impropia de cualquier tiempo.

Permítasenos insistir por tercera vez, con un tercer artículo sobre el mismo tema para repetir muchas palabras que los políticos ignoran como ignoran toda realidad que no sea de su agrado: Sevilla no es de José Luis Sanz, quien está dando motivos para su repudio por los sevillanos. Sevilla no es su cortijo ni él, ni ningún alcalde, es su propietario. Sevilla merece respeto, el que no está teniendo con actos como este. Hay lugares en Sevilla dónde una exposición de Arte luciría mejor que bajo el nivel del río, con salas apropiadas y sin perjudicar al arte expuesto a la humedad del lugar. Pero su decisión caprichosa, su capricho de millonario les ha llevado a ignorar a todo el mundo con el fin de ocultar, de la forma más burda y chabacana, los crímenes de los que sólo la piedra de sus muros quedan como testigos mudos. Pero no son mudos ni el disfraz los puede enmudecer. Siempre se sabrá, siempre se recordará cual fue la función de esos sótanos lóbregos que podrán reverdecer la relación del día en que “en polvo nos convertiremos” con el polvo, la ceniza en que fueron convertidas miles de personas sin más pruebas que las arrancadas a base de tortura. Porque, como decían los propios inquisidores “el potro es la prueba”.

La ignominia crece varios siglos después, más de doscientos años después de ser abolido el ominoso tribunal. Crece cuando, sin conseguirlo, se pretende esconder aquellos crímenes. Crece cuando se relaciona esta exposición y este arte con aquella ignominia. Crece cuando se niega al Arte sacro la posibilidad de ser expuesta en un lugar acorde con la sensibilidad artística.

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