Depósitos de Tabacalera en Cádiz, en una imagen de archivo.
Depósitos de Tabacalera en Cádiz, en una imagen de archivo.

En nuestro último encuentro, Jesús Maeztu comenzó a recordar con mucho cariño y nostalgia su época en el Cerro del Moro. Siempre lo hace. Porque siempre lo lleva consigo. Habló de su gente, de la dignidad de un barrio al que nunca le han regalado nada, un barrio que siempre tuvo que apretar los dientes y tirar para adelante. Un barrio que sobrevive, que pese a todo sobrevive, y eso que sufre una esperanza de vida inferior en nueve años a otros barrios de la ciudad. Y un barrio, sobre todo, que más allá de los golpes -que han sido muchos y muy duros- está lleno de personas que cuidan, que quieren y que no aceptan lo que es injusto, una gente que tiene las espaldas destrozadas de trabajar para ellos y también para los demás porque no entienden la vida de otra forma que no sea en colectivo y en comunidad.

“¿Sabes que hicimos para que limpiaran un poquito el Cerro? Organizamos un concurso de ratas y mandamos la foto de los campeones al Diario, que la publicó del tirón. Y vinieron a desratizar el barrio en poco tiempo. Había que moverse de esa manera para llamar la atención, si no, no nos hacían ni caso. Dos kilos pesaba la rata, salió hasta en la portada”, recuerda Maeztu.

Una rata de dos kilos tuvieron que cazar los vecinos del Cerro del Moro para que el Ayuntamiento de entonces hiciera su tarea: sanear sus calles. Y es que los vecinos de este barrio desde Gregorio, Enrique, Carmen o hasta Pepa han peleado y pelean para conseguir, simplemente, aquello que les pertenece. Han peleado y pelean porque si no es de esta manera, se lo arrebatan y se lo roban. Han peleado y pelean porque no existe otro camino. Y no sólo a ellos, sino también a Loreto, Puntales o la Barriada. Barrios que con el Partido Popular se escatimó tanto en el mantenimiento que hasta se vieron sin agua potable.

En un mes, en sólo un mes, el Cerro del Moro lleva dos nuevos navajazos del Partido Popular. Otros dos. Ahora bombardean a los barrios populares desde la trinchera de la Junta. Primero, demorar sin fecha, hasta el infinito, la séptima y la octava fase de rehabilitación del barrio. Da igual que muchas y muchos vivan en domicilios agrietados, con riesgo de derrumbe, humedades, sin ascensor y en un estado deplorable. Da igual que lleven esperando, nada menos, desde el año 92. No es urgente. Lo es más, al parecer, las clases de inglés de las familias pudientes.

Ahora, además, al Hospital que se eterniza en un secarral gigante y baldío, a los centros de salud desbordados y al calor extremo en los colegios, se suma que le quieren arrebatar la Ciudad de la Justicia. Pese a que estaba pactado y acordado, pese a que este Ayuntamiento le había cedido hasta el suelo para que no tuvieran que derrochar ni regalar 70 millones de euros a Abengoa para comprar la sede, tal y como hicieron en Sevilla. Y pese a todo ello, pese a que toda la ciudad y la magistratura estaba de acuerdo, vuelven a pretender arrebatar, por puro clasismo, una infraestructura de futuro que le pertenece al Cerro del Moro y las barriadas de Loreto y Puntales. Manteniendo esa línea política que iniciaron con Valcárcel: ni agua a los barrios populares. Ni Valcárcel para la Viña, ni la Ciudad de la Justicia para el Cerro, Loreto, Segunda Aguada o Puntales, ni un Hospital para la zona de la Barriada.

De hecho, hasta se opusieron cuando desde el Equipo de Gobierno decidimos priorizar con los fondos Edusi toda la inversión para estos vecinos que históricamente habían sido olvidados. De hecho, nunca les gustó que invirtiéramos hasta el último céntimo necesario en las redes de abastecimiento, saneamiento, en los colegios públicos, en infraestructuras como el carril bici o en remodelar y dotar de zonas verdes espacios barriadas como la de Puntales. Siempre se opusieron. Siempre se negaron a dignificar barrios obreros.

Cuentan en la Historia urbana de Cádiz que José León de Carranza, alcalde franquista, estaba obsesionado con afianzar la presencia de las clases populares más allá de la vía del tren para poder así abandonar y olvidar aquella zona. Hoy, quienes no rompen con su pasado, mantienen intacto su legado.

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