Diputados en el Congreso, en una sesión.
Diputados en el Congreso, en una sesión.

Cada día que veo por la televisión una sesión del Congreso de Diputados; cada día que escucho por la radio a un diputado manifestar cualquier tema socioeconómico de actualidad; cada día que observo por las redes sociales algún debate en el Parlamente; lo único que me genera, como andaluz, es una sensación de orfandad carente de protección alguna donde considero que, por supuesto, debería gozar.

Y así, pasan las décadas, los lustros, los años y los días, y andaluces y andaluzas quedamos huérfanos de topo tipo de defensa, ante nuestra situación de desigualdad, en el edificio central donde reside la soberanía del pueblo. Asimismo, me pregunto: ¿y si hubiera un partido andaluz en el Congreso?

A nosotros y nosotras, los andaluces y las andaluzas, se nos subraya de querer dividir la izquierda por, simplemente, querer tener voz y, a ser posible, voto en las decisiones que se tomen en la institución encabezado por los dos leones. Y me cuestiono: vascos, canarios, catalanes, gallegos, valencianos e, incluso, Teruel, también quieren dividir la izquierda; por qué nosotros sí y ellos y ellas, no. 

Además, si somos la región que más diputados y diputadas proporcionamos; es que acaso, no tenemos derecho qué alguien con rostro andalucista denuncien nuestras miserias y luche por nuestras oportunidades, al igual que los demás territorios con representación en la cámara. En este sentido, y lo que más me duele, siendo mucho de ellos y ellas andaluces, es que no les veo tan indignados y beligerante cuando los demás si pelean por tener representación territorial.

La gran excusa que nos exponen es que la extrema derecha nos acecha y existe un gran terror y miedo de que ocupen cargos de responsabilidad en las diferentes instituciones ya que, de ser así, muchos de nuestros derechos se verán no sólo diezmados sino rebobinados a décadas del siglo pasado. Por ello, no es momento de iniciar movimientos políticos con signos andalucistas.

Sinceramente, los andaluces y andaluzas no podemos permitir tal relato y agachar la cabeza. Hablemos claro, si alguien tiene la culpa que hoy la extrema derecha tenga posibilidades sería de obtener competencias, no será por culpa de que en el sur se combata por una voz andaluza en el Parlamento. Si no esto es debido por un centralismo, con cara de gaviota y perfume con olor a rosa, que siempre estuvieron de lado de una minoría empresarial en vez de la mayoría de sus ciudadanos. ¡Así de simple!

Este centralismo, comandado por la Unión Europea, ha propiciado unas políticas socioeconómicas que nos han llevado a una desigualdad atroz y a un callejón sin salidas de oportunidades donde sólo se les ocurre la creatividad de medidas asistencialistas y recortes en derechos fundamentales como sanidad y educación, entre otros.

En el caso Andaluz, el diagnóstico es claro, desde la transición (por empezar con una fecha) somos la tierra con peores datos en desempleo, informalidad, subempleo y pobreza de toda España e, incluso, gran parte de la UE. Y lo peor aún, apenas tenemos capacidad de generar trabajo de calidad. Por tanto, esto ha generado que uno de cada tres andaluces o andaluzas sea desigual.

A partir de aquí, que cada uno interprete los datos como quieran, pero hoy muestran que por el simple hecho de nacer en Andalucía tienes un 33 % de ser desigual, con todo lo que ello implica socioeconómicamente, de manera negativa. 

El centralismo y la UE trazaron, que Andalucía no fuera productiva, y que su riqueza se la apropiasen los de siempre; es decir, los propietarios de las grandes capitales. Nos plantearon que nuestro desarrollo es el turismo y la agricultura; que la industria era cosa del Norte y con os excedentes económicos generados iban a ser redistribuidos en todo occidente.

El tiempo pasó, y el rico se hizo más rico, el pobre más pobre ya que los beneficios jamás fueron repartidos sino cada vez más concentrados en pocas manos. Paralelamente, mientras íbamos perdiendo voz andalucista en el Parlamento; y, el sector inmobiliario anunciaba cava, festín y trabajo para todos. Y así, todos contentos hasta que el andalucismo se durmió y la gran crisis inmobiliaria llegó.

Con la primera crisis del 2008 nos apagaron la música (la construcción es sólo una burbuja especulativa); con la pandemia se vieron las verdades del barquero (sin turismo no hay paraíso); y con la guerra de Ucrania no tenemos ni para la luz y bienvenido Míster Inflación (no gestionamos ni controlamos recursos naturales claves en nuestro día a día – energía y gasolina-). De esta manera, Andalucía refleja una importante carencia de estructura productiva y una total dependencia de cada elemento en nuestra cesta de la compra. Así, la soberanía es una utopía y la limosna es nuestra realidad.

Existe un dato que representa perfectamente lo que es Andalucía hoy. Según el Índice de Competitividad Regional, Andalucía ocupa el penúltimo lugar, sólo por detrás de Extremadura. Imaginaos que no tuviésemos sol y playa. Este indicador informa que variables socioeconómicas claves para nuestro progreso como mercado de trabajo, entorno económico, entorno institucional, capital humano, infraestructuras básicas, eficiencia empresarial e innovación no son potentes en nuestro territorio y esto da como resultado que nuestra región no es ni competitiva ni productiva ni mucho menos puede originar trabajos de calidad ni producir productos con alto contenido tecnológico. Por supuesto, esto tiene culpables con nombre y apellidos: centralismo y UE

La única manera de acabar con nuestro 1d3 (uno de cada tres andaluces o andaluzas es desigual) es con trabajo de calidad. Todo lo demás es pan para hoy y hambre para mañana. El trabajo es en elemento clave y motor de superación de la desigualdad y del desarrollo productivo de las regiones. Además, es un instrumento que amplía la libertad de la ciudadanía y construye identidad, soberanía, y lo más importante, dignidad humana. El empleo es el eje que vertebra socioeconómicamente a los territorios. 

En este sentido, en una nación altamente desigual como Andalucía, el curro de calidad es lo único que puede contribuir a disminuir las brechas sociales y que, por fin, el ascensor y movilidad social empiece a funcionar adecuadamente. No obstante, como he mencionado, el mercado laboral debe de ser de calidad, puesto que, por un lado, contengan salarios que respondan notablemente a las necesidades del trabajador; y, por otro lado, permita unos ingresos para que nuestras instituciones nos garanticen un Estado del Bienestar digno.

Llegados a este punto, me vuelvo a preguntar: ¿y si hubiera un partido andaluz en el Congreso? Pensar que con lograr representación andalucista en el Parlamento todo está todo solucionado es conformarse con muy poco y no entender la realidad andaluza. Sin embargo, si sería un buen inicio ya que si tenemos fuerza suficiente como para ser partícipe en la configuración de los Presupuestos Generales del Estado “toda inversión presupuestada para Andalucía sería inversión real; es decir, toda la inversión planificada sería ejecutada” si tuviéramos tal grupo político andaluz en la cámara (a día de hoy no se ejecuta ni la mitad de la inversión planificada en Andalucía). Además, las inversiones no serían diseñadas exclusivamente por el centralismo, sino que seríamos nosotros y nosotras, los andaluces y andaluzas, quién tomase el destino de tales inversiones.

De ahí, si no tenemos ni voz ni voto en el Congreso jamás cambiaremos nuestro papel periférico de región del Sur: protagonizado por la riqueza y oportunidades para el Norte y la sobra para nosotros. 

Ante esta tesitura de elecciones, las alternativas son las siguientes, votar:

Por un lado, a la derecha. Ni el PP, ni Juanma Moreno con sus revoluciones (verde, digital y fiscal) nos sacará de nuestra desigualdad, ya que acciones como suprimir el impuesto al patrimonio y sucesiones, y no hablar del cambio climático en su programa, poco más que añadir. Y Abascal, manifestando que suprime las autonomías, ya está todo dicho.

Por el lado de la izquierda centralista. Ni el PSOE ni Sánchez tampoco resolverá nuestros problemas, puesto que nunca torcerá el brazo ante las altas esferas socioeconómicas. Ni Sumar ni Yolanda Díaz, ya que proponer una herencia universal de 20 000 euros a partir de 18 años para que emprendan es entender muy poco la realidad socioeconómica andaluza (me pregunto, respetando todos los sectores económicos, qué empresa montará un joven andaluz de 20 años con la estructura productiva que poseemos ¿una discoteca?, ¿un almacén de alimentación?, ¿un bar?…). En términos económicos, hablaríamos de un “keynesianismo sin redistribución y sin oportunidades serias”

Por tanto, votar andalucismo para lograr voz, con acento andaluz, en Madrid, es combatir la soberanía andaluza hacia la gestión y control de cada elemento de nuestra cesta de la compra (alimentación, servicios financieros, vivienda, energía, entre otros) para que nuestras familias desde Despeñaperros hasta el Estrecho de Gibraltar puedan legar a fin de mes.

Andalucía no es pobre, es desigual

Andalucía no es muda sino ladra

No somos ni huérfanos ni huérfanas, ya que tenemos una madre que se llama Andalucía. Y a una madre se la defiende, empecemos desde Madrid. Adelante Andalucía, que el andalucismo sea el “Pilar” para una futura tierra de oportunidades.

¿Y si hubiera un partido andaluz en el Congreso?

X la revolución de los desiguales…

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