Algo se muere en el alma

La labor de Francisco Ruiz Millán iba más allá de las paredes del colegio de los Salesianos de la Trinidad

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(Carmona, 1985) Periodista, profesor de Secundaria, licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster en Dirección en Comunicación Empresarial e Institucional por la misma universidad. Posgrado en Lingüística Aplicada a la Enseñanza del Inglés como Lengua Extranjera por la Universidad Europea del Atlántico. Profesor titulado en Inglaterra y Gales. Comencé en 2003 en medios como Onda Carmona, TV Carmona, Estadio Deportivo, Grupo Publicaciones del Sur, 16 Escalones Producciones (Canal Sur) y, desde 2014, en las aulas y corresponsal para El Correo de Andalucía. En los últimos años, me he especializado en periodismo cultural, Geopolítica, Historia, Educación y el fascinante mundo de los libros. Y siempre llevando a Andalucía por bandera.

Francisco Ruiz Millán, sacerdote salesiano que ha fallecido esta semana.
Francisco Ruiz Millán, sacerdote salesiano que ha fallecido esta semana.

Que tiemble San Pedro en el Cielo, porque ha llegado don Francisco Ruiz Millán, salesiano de Don Bosco.

En la sociedad actual, una pregunta que muchos se plantean, a veces de manera retórica, es: ¿cuál es la función de los curas? Otros tantos la hacen con intención de provocar conflicto, de picarnos a los creyentes. Sin embargo, yo tengo una respuesta, al igual que miles de personas que encuentran consuelo en hombres de fe, independientemente de su grado de creencia o de su asistencia regular a misa. Y hoy, esa respuesta va en forma de homenaje a alguien que ha marcado la vida de miles y miles de andaluces y canarios. Por eso, el título de mi verea hace referencia a las sevillanas del adiós que cantaron los Amigos de Gines. Y es que, cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Y él era un hombre de Dios, sí, pero para muchos como yo fue más que eso.

Su rostro reflejaba décadas de servicio y dedicación por donde fuera que fuese. Las líneas en su frente contaban historias de desafíos superados, mientras que sus ojos, casi apagados en sus últimos años, brillaban con una mezcla de sabiduría y compasión. Aunque su paso por esta tierra había dejado su marca, con temperamento y determinación, su espíritu irradiaba una energía indomable y una fe inquebrantable en el poder del amor y la bondad. Siempre con María Auxiliadora como capitana.

Recuerdo como si fuera ayer ese “¿qué pasa, alma mía?” que delataba su origen cordobés las mañanas tempranas en las que lo veíamos en la puerta del colegio, con una sonrisa amable para cada uno de los 1600 estudiantes y una palabra de aliento para aquellos que la necesitaban, en un despacho que tenía sus puertas siempre abiertas, salvo cuando venían los inspectores de educación, claro. Ya saben, aquello del celo y la privacidad… Su presencia infundía seguridad en el ambiente, como si su mera existencia fuera suficiente para disipar cualquier temor o ansiedad que pudiéramos sentir, tanto en el profesorado como en las familias.

Pero su labor iba más allá de las paredes del colegio de los Salesianos de la Trinidad. Nos acompañó en campamentos juveniles, bodas, bautizos, encuentros, reuniones o peregrinaciones donde la risa y su guitarra fluían libremente. Por no hablar de sus homilías, que eran pura catequesis. Pero también en los momentos más duros de nuestras vidas, regalando un abrazo fraterno cuando más falta nos hacía. Siempre estaba allí, en el centro de todo, liderando con el ejemplo y demostrando con cada acción que el amor y la compasión son las fuerzas más poderosas del mundo.

Su dedicación a los Salesianos ha sido insuperable. Pasaba horas escuchando preocupaciones y alegrías, ofreciendo consejos sabios y consuelo en momentos de dolor. Pero lo que más destacaba de él era su visión de futuro. Siempre estaba buscando maneras de mejorar donde estuviera, de hacer del mundo un lugar mejor para las generaciones futuras. No tenía miedo de enfrentarse a los desafíos, por difíciles que fueran, y siempre encontraba la manera de inspirarnos a todos a seguir adelante con esperanza. Qué pena no haberte podido ir de misiones, con las ganas que tenías…

Recuerdo que, más de una vez, durante algún acto escolar, cuando las cosas parecían estar fuera de control, sobre todo con la técnica y el sonido, subía sus gafas hacia su frente con un gesto de frustración. "Esto es un desastre", decía, pero luego, con una sonrisa tranquilizadora, y unas dosis de pedagogía en momentos de tensión, afirmaba: “Venga, adelante”.

Hoy, mientras reflexiono sobre su vida y su legado, mientras veo las fotos de mi boda o del bautizo de mi hija Olivia sobre la que derramaba el agua bendita en su bautizo, me doy cuenta de cuánto le debemos a Paco Ruiz. Nos enseñó el valor del servicio desinteresado, la importancia de la resiliencia y el vaciarse por y para los jóvenes. Su partida deja un vacío en nuestros corazones, pero también la certeza de que su espíritu vivirá en cada uno de nosotros, inspirándonos a vivir con integridad y generosidad. Como familia. Lloraba Sevilla, Córdoba, Canarias y Andalucía completa. Hoy se funden en un “gracias” que resuena aquí y en la eternidad. Con Don Bosco de su lado.

Y así, mientras nos despedimos de él con lágrimas en los ojos y gratitud en el corazón, recordamos sus palabras finales, su famosa frase con la que siempre se despedía de todos y cada uno de nosotros: "Rezo por ti". Su espíritu, aunque ausente físicamente, continuará guiándonos hacia la luz y el amor. Que tiemble San Pedro en el Cielo, porque ha llegado don Francisco Ruiz Millán, salesiano de Don Bosco.

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