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A la vejez viruelas, como popularmente se dice. Que es la sensación que tengo desde hace tiempo. Y supongo que lo mismo le ocurre a gran parte de ese segmento social al que han venido a denominar pensionistas (que será porque reciben una pensión: cantidad periódica, temporal o vitalicia, que la seguridad social paga por razón de jubilación, viudedad, orfandad o incapacidad, según la RAE) Es la sensación (yo diría que amarga es la palabra que bien la califica) de que, sencillamente, están jugando con nosotros a la manera de la peonza; es decir, nos ponen la guita al cuello y nos lanzan descaradamente al terraplén de los despropósitos sin más vestimenta que lo puesto. Es una sensación rara, sí. Y ya, ejerciendo de lleno como un sesentón y pensionista, esta sensación se me ha subido a las espaldas y con la carga casi que no puedo.

Pues que a la vejez todos los desatinos son posibles si la barca se tambalea golpeada por los vientos de los cuatro puntos cardinales. Es entonces, cuando a los pobrecitos pensionistas no les queda otra que lanzarse al agua aunque no sepan mantenerse a flote. Y aquí es donde se las dan todas en el mismo lado. Se les vuelve del revés, cada dos por tres, tratando por todos los medios al alcance de que no se salgan del redil establecido. De ovejas negras nada, oiga; que viene la censura siniestra y te empaqueta con lazo y todo, y de por vida. Así que, metidos a la fuerza en la tesitura del contigo o sin ti, los que reciben pensión no atinan ni de coña si ataviarse con el chándal y las deportivas o trajearse a lo Humphrey Bogart.

Ya ven, a la vejez viruelas y desatinos. Como no podía ser de otra manera. Puesto que los cimientos de esta democracia se hicieron con arena de playa y, como es lógico, los socavones han ido apareciendo al paso del tiempo con demasiada frecuencia. Todavía tengo en la memoria las declaraciones de la ministra de Sanidad, Monserrat, quien con toda la inexperiencia política del mundo se dejó caer conque lo suyo sería que los que dieron su sangre, sudor y lágrimas al Estado durante tantísimos años y que han sido vapuleados por todos los gobiernos —que no se salva ni uno—, deberían rascarse un poco más el bolsillo y aumentar su gasto farmacéutico. Sin pelos en la lengua. Que aquí la señora es la que dirige el cotarro y eso es lo que hay. Claro que provocó tanto revuelo esta insensatez que inevitablemente tuvo que emplear la marcha atrás.

Y no le fue a la zaga el resto de los que gobiernan, que apelando al famoso y socorrido espíritu de la letra no supieron ni contestaron. ¡El espíritu de la letra, ¿será posible?!... Al espíritu se encomiendan los que nunca consintieron en abandonar sus particulares cavernas, los que son incapaces de asimilar los nuevos tiempos; en definitiva, los mediocres. Y ahora los mediocres asaltan el Tesoro y se llevan 15.000 millones a la Seguridad Social para poder hacer frente al pago de las pensiones en 2018. Pero ¿y en 2019, en 2020, en 2021, etcétera y etcétera? ¿De qué manera se va a garantizar en un futuro inmediato la sostenibilidad de las pensiones? ¿Dónde están esas fuerzas políticas y sindicales que continuamente vocean su compromiso indiscutible con el espectro de la sociedad en donde se cobijan los más desfavorecidos? No, no nos hagamos ilusiones, ni practiquemos la táctica del avestruz. De sobra se sabe que aquí, en este país, mientras hagan ostentación de su vara de mando quienes trafican con la moneda, los grandes sacrificados en esta parcela de la economía, que debería ser sagrada, siempre serán los pensionistas.

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