Quizás deba recordarte algo, algo que tenía claro al principio pero que luego olvidé. Si existes, querido miedo, es porque yo TE INVENTÉ.
—Vamos, Margarita, que es muy tarde. Termina de lavarte los dientes y a la cama, ¡ya hace una hora que tendrías que estar acostada!
Margarita sonreía escuchando el estribillo diario de su madre, mientras el cepillo iba de un lado a otro con parsimonia y murmuraba la melodía de un anuncio de televisión.
Tras los preceptivos besos, mimos, frases finales y un pequeño cuento, Margarita y sus 9 años apagaron la luz para comenzar la tarea de quedarse dormida.
En el momento en que la somnolencia se empezó a adueñar de ella, sus ojos ya semicerrados, pero aún activos, se detuvieron en eso. Y… ¿eso qué es?, se preguntó. Era una sombra en el techo, claro, pero tenía toda la pinta de ser un vampiro. O quizás un simple murciélago… No, no. Margarita veía con los ojos de su imaginación un ligero reflejo que no podía ser otra cosa que los colmillos relucientes de un vampiro.
—¿Qué haces en mi cuarto, vampiro?
—He venido a darte una mala noticia, Margarita —le contestó—.
Margarita se sorprendió porque, aunque hizo su pregunta con su mente, no esperaba recibir una respuesta del vampiro-sombra-en-el-techo. El Vampiro prosiguió:
—Se acabó tu sueño por esta noche. Ahora estarás despierta y harás lo que yo te diga. De momento es mi voluntad que te quedes paralizada, no hagas nada y solo escúchame.
Margarita no movía ni un músculo… tras la sorpresa inicial le embriagó una creciente inquietud, una aceleración del corazón acompañada de una fuerte sensación de malestar que, sin embargo, le hacía seguir mirando fijamente a ese misterioso ser, como si estuviera obligada a hacerlo por alguna extraña razón…
—Repito: harás lo que yo te diga. Cuando te diga levanta, te levantarás. Cuando te diga llora, llorarás. Y cuando te diga grita, gritarás. Soy el Vampiro que puede contigo, ¡sigue mirándome! ¡No me pierdas de vista, porque sin mí no eres nada!
Margarita era incapaz de salir del estupor. Sus piernas extendidas temblaban y se contraían a gran velocidad, Sentía que quería gritar, ¡necesitaba gritar!, pero de su boca solo salía el sordo aullido de la frustración.
—¡Soy el vampiro de todas tus noches! Te visitaré cada vez que te quieras dormir, estaré esperándote en el techo y apareceré sin remedio sobre ti y tu conciencia. ¡Ten en cuenta que estás en mis manos y no podrás escapar!
A partir de ese encuentro, tal como lo había anunciado, el vampiro se apareció a Margarita todas las noches. Ella se contenía incluso de respirar mientras oía su voz, y en cuanto podía se tapaba con las sábanas y lloraba temblando… En ocasiones venía su madre a saber qué ocurría, alertada por los jipíos y lamentos de la pobre Margarita…
La niña estaba ya cansada de esa situación. Harta de tanta visita inoportuna, tanto llorar, tanto temblar, decidió aprovechar los días de sol para pensar. Al fin y al cabo, una chica tan lista como ella podía alcanzar casi siempre una solución a la mayoría de problemas que tenía. ¿Por qué no a este? De esta manera, empezó a darle vueltas a una idea...
Finalmente, en una noche de tantas, Margarita decidió cambiar el guion de la película. Cuando el vampiro estaba en plena perorata…
—¡Soy el vampiro de todas tus noches! Harás lo que yo te diga porque te tengo paraliz…
—¿Y POR QUÉ TENGO QUE HACER LO QUE TÚ ME DIGAS?
—mmmm… vamos a ver… soy un vampiro temible, un monstruo de la oscuridad, ¿no? ¡Deberías temer mi poder!
—Pero… ¿de qué poder me estás hablando? Mira, señor Vampiro… voy a decirte una cosa:
"Quizás deba recordarte algo, algo que tenía claro al principio pero que luego olvidé. Si existes, querido miedo, es porque yo TE INVENTÉ. No tienes más sentido que el que yo te quiera dar, ni más poder sobre mí que el que yo te permita, ni eres terrible salvo por el papel que yo misma te he dado. Tú sí que no eres nada, realmente. No tienes capacidad ninguna para hablarme, dirigirme, molestarme. No eres más que una sombra, a la que yo fui otorgando todos tus poderes. Te mantuve vivo y te hice fuerte porque no quise afrontarte. Pero eso ya se acabó".
—Pues… para no ser real… aquí sigo todavía, niña listilla.
—Solo mientras yo quiera. Pero ya no quiero… ¡vete!
Y en ese momento, en un estudiadísimo acto de valentía, Margarita encendió la luz.
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