¿Vuelve la gripe aviar? El preocupante potencial pandémico del virus H9N9
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Aquel día dejó de esperar nada y a nadie. No lo sacó del agua hasta que pudo alcanzar los pavos.

No hay frío como el de perder a un padre, pensó la primera noche que durmió en el pajar junto a los animales. El aire se colaba por todas partes, su ropa escasa y la manta de arpillera apenas servían para consolarle. Podría haberse acercado al calor de las bestias pero les tenía demasiado respeto. Esa noche no pegó ojo, la siguiente ya lo rindió el sueño.

Pasado el tiempo, se le hizo el cuerpo pero sin dejar de rezar para que vinieran a buscarle. Daba por seguro que después de unos meses del casamiento, el nuevo marido de su madre, comprendería que era un contradiós tener a la familia separada. Pasaba los ratos muertos imaginando cómo se arreglaría todo. Primero buscarían a su hermano Diego y a su hermana Rosa, que habían quedado al cuidado de su abuela, para quitarle el cargo por los pocos haberes y los muchos años que tenía. Él debería esperar más. Iría cuando los demás estuvieran acomodados. Tendría que aguantar porque era el mayor, aunque echara de menos hasta el pueblo. Como era el más mozo, lo habían llevado al campo y lo habían puesto en manos de un pariente lejano.

Cuando llegó, el primo segundo quiso ponerlo con las ovejas o las vacas, pero al saberlo inútil, porque no había trabajado antes, lo puso a guardar pavos. Con una vara, los azuzaba, para llevarlos de un lado a otro buscándoles alimento y sin que ninguno quedara atrás. Como no se desacostumbraba de ser niño, a veces jugaba a capitán con su su ejército torpe y ganaba guerras. Otras, era una espada lo que empuñaba y lo más que mataba era su soledad.

Una tarde se quedó dormido y al despertar los contó y le faltaban dos. Avisó a voces y corrieron a dar con ellos. Los encontraron ahogándose en el río, los más grandes, los más cebados. Al momento, maldiciendo, su "tío" lo agarró por los pies y lo sumergió. Lo hundió una, dos, tres veces, perdió la cuenta con el agua fría y la tos con que buscaba el aire. Seguía las órdenes, con los ojos abiertos y las manos entumecidas. Aquel día dejó de esperar nada y a nadie. No lo sacó del agua hasta que pudo alcanzar los pavos.

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