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Los vecinos del casco histórico han convocado una manifestación el próximo martes 26 de septiembre para reivindicar el patrimonio, la habitabilidad y el comercio tradicional. Lo cierto es que el aspecto desolador del Jerez intramuros bate todos los records de dejadez y abandono. La pérdida del patrimonio ha sido constante desde la declaración de la ciudad antigua como conjunto histórico artístico en 1982. Al contrario de lo que debiera haber sido, el deterioro, en muchos casos irreversible, de casas y palacios, de calles y manzanas enteras, no ha hecho más que acentuarse desde aquella fecha. Las intervenciones en los barrios más viejos de Jerez, cuando se han hecho, han dejado mucho que desear: edificios que distorsionan su entorno, construcciones que no han respetado las líneas de la arquitectura tradicional, vergonzantes adefesios…

Es cierto que se hicieron algunas rehabilitaciones, la mayoría hace muchos años, pero en muchas partes se han impuesto el feísmo y la vulgaridad. De ahí que un grupo de ciudadanos concienciados, encabezados por la historiadora del Arte Esperanza de los Ríos, haya ideado las llamadas “Rutas de la barbarie”, abiertas a todo aquel que quiera comprobar in situ el oprobio infringido a lo que deberíamos haber conservado como nuestro más valioso tesoro. Lejos quedaron los tiempos en que las encaladas calles de trazado medieval olían a jazmín y a vino. En el mejor de los casos, los viejos muros de adobe y piedra han sido sustituidos por vallas metálicas. El romanticismo de las ruinas, por el brillo de las chapas. Quien asista a la manifestación podrá comprobarlo, pues está previsto comenzar en la Plaza del Mercado un recorrido señero hasta finalizar frente al Consistorio.

Los convocantes no se posicionan contra ningún partido político en concreto, pero creo que todos estos tendrían que reflexionar, porque está claro que la política local, durante demasiado tiempo, no ha sabido estar a la altura. La habitabilidad es otra de las demandas de los vecinos. De las infraviviendas hemos pasado a los solares donde las ratas se reproducen a sus anchas. Casas vacías, semiderruidas, calles que parecen haber sido bombardeadas en alguna guerra, consecuencias de un proyecto de ciudad desacertado, donde han primado la especulación y la periferia en detrimento del patrimonio histórico. Por no hablar del gran fiasco de la Ciudad del Flamenco —ojalá que la actuación municipal iniciada en la plaza Belén deje ver la luz al final del túnel—. Y todo ello tiene consecuencias económicas nefastas, a las que se une la apuesta por las grandes superficies comerciales del extrarradio en contra del pequeño comercio. Así hemos llegado a lo que hay —o a lo que no hay— en la actualidad, cuando tantas tiendas del centro han cerrado e incluso las cadenas que un día se asentaron en él terminan abandonándolo.

Lo de Jerez es insufrible. Teníamos una ciudad preciosa, de las más bellas de Andalucía, que podía atraer a propios y extraños, y la han convertido en un estercolero. Salvando algunas loables iniciativas, heroicas contra viento y marea, fundamentalmente de propietarios que se han esforzado por restaurar sus inmuebles —islas en medio de la desolación—, la mayor parte es ya patrimonio destruido. El corazón se me encoge cuando paso por las calles que me sedujeron de niño con su belleza mágica y misteriosa. Hoy las veo destrozadas y sucias. ¡Qué dolor!

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