Íbamos al cementerio

No es un problema generacional, la socialización del varón como un ser agresivo sigue teniendo espacio en prácticamente todas las sociedades

Estudiantes pegando carteles en las calles de Montevideo.
Estudiantes pegando carteles en las calles de Montevideo. PMC

Íbamos al cementerio. Era de noche. Nos detuvimos en una parada del ómnibus porque nos esperaba la tercera amiga para la aventura que habíamos decidido acometer. En la parada, unas mujeres jóvenes eataban empapelando la tapia con menciones y llamados a nuevas masculinidades. Descendí del auto y conversé con ellas. Apareció un joven y se ofreció a ayudarlas con el cartel que se resistía a ser pegado a la pared. Fue una charla preciosa, con jóvenes alegres que simplemente desean un mundo con más respeto y alegría para todos. Quisieron saber cuál es la situación en España con el machismo y el lenguaje inclusivo. Nos despedimos y quedamos emplazados para esta columna, que se retrasó una semana por razón de la victoria futbolística argentina. Aquí está, aunque llegue con retraso.

Por nuestra charla, llegamos al Cementerio Central a lo justo. Aparcamos el auto pegadito al auto delantero, pero sin drama. En la puerta principal nos recibió un cartel advirtiéndonos de los peligros del mosquito aedes aegypti, que transmite el dengue. ¡Buen comienzo para ingresar a un cementerio y de noche! Terminamos en las catacumbas; Cecilia ya nos había contado sobre el famoso tesoro de las hermanas Masilotti, una historia delirante como tantas historias delirantes del Río de la Plata. Nada se sabe de aquella montaña de dinero que ha venido sirviendo para que la famosa leyenda no muera nunca y hayan surgido otras nuevas sobre hallazgos envueltos en la oscuridad que siguen alimentando, sin embargo, una última necesidad de su búsqueda.

Salimos del cementerio, fuimos al auto y allá encontramos por casualidad a un joven de unos 30 años, junto a una mujer de edad parecida. Es acá donde la columna sobre nuevas masculinidades toma otro rumbo. El joven salió de sí desde el momento en que nosotros llegamos y Gabriela fue a su puesto de conductora. “¡Payasa!”, fue el recibimiento, en un tono agresivo, ofensivo, violento que terminó con la patada contra del joven contra nuestro auto y las dos veces que lo escupió. Durante todo el tiempo, aquella mujer que lo acompañaba lo apoyaba, potenciaba aquella violencia inesperada y completamente injustificada, atacándonos.

El problema de aquel joven, en sus palabras textuales, a trompicones por sus gritos y sus injurias, era que el auto estaba aparcado demasiado cerca del suyo y que ni en sueños, nuestra amiga Gabriela, podría desaparcarlo sin tocar, romper, el suyo, incapaz de manejar el freno de mano como es debido. Claro, a una mujer al volante hay que imaginarla… Por cierto, Gabriela conduce estupendamente y no tocó el auto del energúmeno ni de lejos, lo cuál creo que le produjo aun más ira. Nosotros tres callados. 

Viejas y naftalinosas masculinidades, caminantes apergaminadas de cementerios y avenidas. Mujeres de hermosas ideas, lindas, tranquilas, estudiantes de primero o segundo año, ilusionadas con un mundo tranquilo, feliz, lleno de amor y alegría; de respeto, antes que nada. Y sí, que nadie pierda el sueño de un mundo lleno de respeto, amor y alegría, pero no porque sea Navidad, sino porque hay mujeres jóvenes que sin aspavientos quieren un mundo que las incluya en pie de igualdad y caminan por la calle con un lenguaje corporal que muestra cómo ocupan su espacio sin remolinos ni pedir permiso a nadie.

Hay una masculinidad que sigue asesinando a mujeres, insultándolas solo por serlo, atacándolas. Una masculinidad aprendida que resulta tremendamente nociva para todos e incapacita a esos hombres para establecer verdaderas relaciones de respeto, amistad y amor. Por suerte, no todos los varones responden a esa identidad de lo masculino. No es un problema generacional, la socialización del varón como un ser agresivo sigue teniendo espacio en prácticamente todas las sociedades. Sociedades que tienen establecido que las mujeres serían menos, serían peligrosas. No lo son. Son nuestras iguales.

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