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La gran poeta jerezana-gaditana Pilar Paz Pasamar (Jerez de la Frontera, 1933) ha sido distinguida con el Premio Elio Antonio de Nebrija de las Letras Andaluzas que concede la Asociación Colegial de Escritores. Los escritores andaluces quieren reconocer así la trayectoria literaria de una mujer excepcional. Pilar Paz siguió el recorrido inverso de muchos de los autores de la promoción del cincuenta, que en la provincia de Cádiz se agruparon en torno a ese gran invento de Fernando Quiñones que fue la revista Platero. Cuando unos marchaban a Madrid para conquistar un nombre literario, Paz Pasamar, que vivía en Madrid con su familia y allí había estudiado Filosofía y Letras, se casaba con su novio gaditano y regresaba a la salada claridad de la tacita de plata.

Tuvo profesores como Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Había publicado sus primeros libros, que recibieron los elogios entusiastas de Juan Ramón Jiménez o Vicente Aleixandre. Dicen que Juan Ramón leyó a Pilar por primera vez en las páginas de Platero y le escribió a Pemán, desde el exilio, para preguntarle quién se encontraba detrás de ese sugerente nombre, que él creía un pseudónimo. Después la bautizó con otro: Mara Noemí, que quiere decir amarga y hermosa, y le dijo —en la intensa correspondencia que establecieron— que hablaba con las sienes, lo más delicado del cuerpo. Con apenas dieciocho años, ella había escrito: “¿Dónde voy yo, Dios mío,/ con este peso tuyo entre los brazos?/ (…) Búscate un lecho blando/ en el pecho del niño o del poeta,/ pero déjame a mí, muda y perdida,/ sobre la tarde sola”. Jiménez quedó absolutamente impresionado. En 1951, Carmen Conde prologaba el primer título de Pilar Paz Pasamar: Mara, que se abre con el texto citado. Siguieron otros poemarios, celebrados por la crítica. Joven y bella, dotada con el don sumo de la poesía, por amor, dejó los círculos literarios de la capital e incluso su prometedora carrera como actriz de teatro.

En 1957 se despide de Madrid para instalarse en Cádiz, un lejano confín en aquella España de interminable posguerra que, sin embargo, empieza a atisbar el desarrollismo de los años sesenta.  Como tantas mujeres de su tiempo, sacrifica su actividad profesional por dedicarse a su marido y a sus hijos —también a las causas sociales—. Y no protesta, sino que lo asume como una apuesta vital. Muchos colegas suyos de las letras no comprendían su decisión. Y menos el consiguiente silencio bibliográfico. Desdeñó la vanidad de los laureles y apostó por la vida, pero pagó el precio. En el país tan centralizado que entonces éramos, recluirse en la provincia significaba bañarse en las aguas del olvido, cuando no del desdén. Para más inri, siendo mujer en una sociedad de diseño descaradamente masculino.

Pero Pilar Paz siguió creciendo interiormente y, con el tiempo, daría a la luz nuevas publicaciones que la sitúan en la cima de la poesía mística contemporánea. El Centro Andaluz de las Letras la designó Autora Andaluza del año 2015. Hija adoptiva de Cádiz desde 2004, qué bello —y qué justo— sería hacerla hija predilecta de Jerez.

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