La propiedad desde pequeñito se manifiesta agarrando fuertemente tu juguete, bici, muñeca o pelota. Sin embargo, el mayor disfrute se produce jugando con otros niños, los más gratos recuerdos en la memoria y sonriendo.
Miraba por las amplias ventanas y la luz natural destacaba todo, era como si la clase fuera al aire libre. Y sin rejas.
Por la tarde se abren los campos de deporte para que los niños del barrio puedan jugar libremente, la biblioteca para lectores y estudiantes, la sala cultural para ensayos de todo tipo, incluyendo la editora y el gran huerto familiar ecológico para el cultivo de alimentos sanos, sabrosos y saludables.
El colegio estaba ahí, sólo había que utilizarlo, siendo el espíritu de cooperativa escolar el que impregnaba cada uno de sus rincones, aprendiendo que la cooperación nos hace más fuertes y felices.
Un día al mes sin móviles, talleres de artesanías manuales y esculturas in situ, un crowdfunding escolar para plantar árboles en el recreo, becas para estudiantes necesitados y en riesgo de exclusión social, manual para banco del tiempo, coloquios presenciales en diferentes lenguas con hablantes nativos, charlas como el carro de la compra como carro de combate, voluntariado repartiendo café a sin hogar, clases de trigonometría en barrios mágicos, excursiones de varios días en plena naturaleza y representaciones teatrales con recitales en el anfiteatro, un sinfín de realidades.
Devolviéndole un poco de lo que me enseñó mi colegio junto a niños, padres y abuelos, ahora en la madurez, ayudaré a contribuir y consolidar una mejor educación, base de nuestra sociedad. Su Fundación bien merece un gratificante esfuerzo, agradecido por dejarme formar parte.
Una vida sin cadenas te hace ser libre y un colegio sin rejas, el principio.
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