La división de las mujeres

La negación del género parece ser hoy el principal punto de fricción, como también lo han sido y lo son las posturas abolicionistas o reguladoras de la prostitución

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Manifestación por el 8M de Cádiz.
Manifestación por el 8M de Cádiz. GERMÁN MESA

Por las que fueron, somos. Por las que somos, serán. Entre los muchos eslóganes, consignas y frases procesionarias de este 8 de marzo, esta me ha gustado especialmente. Creo que es porque, tras su aparente sencillez, encierra un gran mensaje que con frecuencia se nos olvida. Nos parece que todo lo conseguido siempre ha estado ahí o que, como poco, no corre peligro. Por eso, quizás por eso, no sentimos vértigo al ponerlo al borde del precipicio. A muchos no les atemoriza que la extrema derecha nos haga retroceder décadas enteras, que el machismo se esté adueñando de nuevo de las generaciones más jóvenes, que la execrable violencia machista no deje de crecer, o que sigamos siendo ciudadanas de segunda en muchas partes del mundo.

Mientras sigamos considerándolo una anomalía de burkas y ablaciones, mientras no seamos conscientes de que lo que nos toca a una nos toca a todas, no podremos construir un futuro de lucha feminista. No podremos convencer a las nuevas mujeres, a las que han nacido hoy, de que la vida en femenino es, principalmente, lucha. Lucha por combinar casa y trabajo, lucha por querer hacernos grandes en un mundo que no está pensado por nosotras, lucha por vencer las violencias, los acosos, los peligros. Lucha por convencer y convencernos de que el espejo y la báscula no marcan nuestra valía. Lucha por parecer fuertes, valientes y sabias. Lucha por hacernos más sabias. Lucha por tener derecho a decidir a quién amar y por qué no tener hijos. En definitiva, luchar para seguir jugando: lucha como la irrenunciable casilla siguiente.

Perder el sentido de la lucha nos hace dóciles, impotentes, comodonas. Por eso es el punto al que pretenden llevarnos: a ese estado en el que sentimos que la reivindicación ya no tiene razón de ser porque todo está conseguido. Se trata del mecanismo más efectivo para desarticular cualquier movimiento social: convencer de lo innecesario que es levantar un camino ya asfaltado… como si dejara de ser imprescindible cuidar el estado del firme y de las señales de tráfico. Y construir más kilómetros. Siempre más.

El otro de los caminos más efectivos para desarticular la acción social es la división. De eso sabemos bastante hoy en día. Hemos asistido a la doble convocatoria de movilizaciones para este Día internacional de la Mujer; la polémica por la Ley trans —y no solo esta ley— dividen hoy al feminismo en España. La negación del género parece ser hoy el principal punto de fricción, como también lo han sido y lo son las posturas abolicionistas o reguladoras de la prostitución. No obstante, a mí la división que más me preocupa no es esta. La que verdaderamente me parece lesiva es la que nos divide a las mujeres en lucha de las que no son conscientes de la necesidad de alzar la voz. Porque sin lucha no somos, no seremos, no serán. Sin lucha no existimos. 

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