Blas Infante con sus hijas.
Blas Infante con sus hijas.

Escribir sobre Blas Infante después de tan solo haber leído un libro o un artículo suyo es arriesgado y suele arrastrar a la confusión. Esto sucede, una vez más, en el Heraldo del pasado 26 de diciembre en un artículo de José Luis Melero, sobre el trabajo del líder andaluz titulado “La obra de Costa”.

Pero bueno, Melero, al menos, opina después de haber leído ese pequeño folleto que, además, no está muy difundido. En Andalucía suele ocurrir que muchos hablan y escriben sobre Infante sin haberlo leído.

Afirma José Luis que “esa pasión por España es, precisamente, lo primero que me llamó la atención al leer el libro sobre Costa de Blas Infante, porque, contrariamente a lo que algunos pudieran pensar de un ideólogo del andalucismo, de un nacionalista andaluz, éste se sentía profundamente español”. Y más adelante, este mismo autor concluye que “Blas Infante, tan costista, tan profundamente español, burgués ilustrado y andalucista”, con una “retórica patriótica colosal”, fue fusilado el 11 de agosto “sin juicio ni sentencia, en la carretera de Sevilla a Carmona”. Y añado, sería más riguroso desde el punto de vista histórico, incluir el agente de la información: “por los fascistas sublevados”.

Concluir que Infante era “profundamente español” a través de las pocas páginas de un folleto escrito en 1916, solo un año después de la publicación de su Ideal Andaluz, es al menos, muy atrevido. Infante era un intelectual en constante evolución ideológica y, obviamente, el Infante de 1915 no era el mismo que el de 1936. Y hacer esa traslación para convertirlo en un “patriota español”, es una gran imprudencia.

Efectivamente, en 1916, Infante asume tesis regeneracionistas en favor de una España, pero muy diferente a la que él vivía y sufría. Pero, tres años después, Infante se declaró partidario de “abolir los poderes centralistas” españoles en el Manifiesto de la Nacionalidad. Pero también, en julio de 1919, un grupo de andalucistas acompañaron al compañero de Infante, Eugenio García Nielfa, cuando lo liberaron de su exilio en Valdepeñas, con gritos “a favor de la independencia de Andalucía”. Infante, a principios de la Segunda República, escribió su conocido libro “La verdad sobre el Complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía”, y también se declaró separatista de la “vieja España”. Es muy complicado quedarse en la anécdota de un folleto, para elevarlo a categoría del pensamiento infantiano.

Es difícil entrar en el campo de los nominalismos. En primer lugar, porque ser patriota español o nacionalista andaluz es diferente según el momento histórico del que se trate. Y visto desde la perspectiva de un siglo, pues más embarazoso aún. Y, en segundo lugar, es complejo saber cuál era la forma de Infante de entender esos conceptos.

La mejor forma de salir del embrollo de los “ismos” es acudiendo a otro lugar. A otro marco. Y ahí encontramos al Infante liberador. El fundador de la Junta Liberalista, quien defiende al jornalero para liberarlo porque son iguales al resto de los andaluces. El que defiende los derechos de los obreros, donde incluye a la clase trabajadora, la empleada, quienes también sobreviven en condiciones infrahumanas en las urbes.

Infante defiende la libertad, pero no como la entienden las elites dominantes, tan defensoras siempre ellas de “su” libertad, porque la quieren emplear para seguir detentando su predominio económico, social y cultural, y así eliminar todos los obstáculos que le puedan hacer sombra.

Infante pretende, resumiendo en muy pocas palabras, liberar a los jornaleros en el campo y a los trabajadores/empleados explotados de las ciudades y pueblos. Convertirlos en ciudadanos iguales. Y como ejercicio de la libertad individual surge la libertad solidaria como miembros de pueblo. Se erige un colectivo -andaluces- compuesto de campesinos y obreros “ilustrados” y conscientes de que son libres e iguales para ejercer como sujetos con una seña de identidad y una voluntad política común. De ahí lo de Andalucía libre. Y de ahí la necesidad de construir no solo una España y un “patriotismo” diferente -o no, si no es factible- que respete la libre voluntad de los pueblos que quieran componerla y, por ende, una Humanidad distinta.

Leamos a Infante. Interpretemos sus textos con la coherencia que nos exige y, así, aprenderemos a conocerlo mucho mejor.

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