El cerro.
El cerro.

Una enorme pila de maderos empapados nos da la bienvenida. Están mojados porque está llorando marzo cuando nadie lo imaginaba. En cambio, yo siempre espero a la lluvia. Seré de los pocos que brinda al cielo cada vez que se deja caer

Ladra un perro. La madre, a su vera, nos estudia con el hocico lleno de albariza aunque dudo que sea su madre. Los animales, los dos, están cubiertos de manchas negras como nubarrones tiene el cielo. Será el horizonte. El horizonte ha parido la mayoría de las cosas que consigo alcanzar a ver. Incluso alumbró a mi hijo. 

Pasa dice una voz y la casa, con sus ajos colgando de unas vigas y sus muros llenos de fotografías y carteles, parece salida de mis ojos tras abandonar mi memoria. Lo que veo es el campo de mi padre en Cuartillos pero treinta años más tarde. Treinta son muchos años pero me reconozco en el cristal de un anuncio de Fanta. Qué rápido pasa el tiempo dice la sirena. Tranquila, no estamos hechos de tiempo. Estamos hecho de amor y aliento contesta el marinero. 

Ya hay amigos poblando el cuarto. Son cincuenta metros cuadrados de planeta sin guerras ni rencores. Cómo es de sencillo que no me malgastaré poniendo nombre a cada uno de los países que abarrotamos el cuartichín. Lo mío es tuyo. Lo tuyo es mío. La jarra de mosto a tres euros. Eso no es ná pá lo que se ha entregao esta tierra con nosotros. 

La lluvia no cesa sobre la campiña. Las cepas no hablan pero observo desde una ventanita que tienen sus bocas encaradas, abiertas de par en par, al cielo de plata. Bajo el techo del cuarto relamemos los platos de garbanzos con calabaza. 

Ya estamos comío. Dale ahí un poquito por soleá. Y el cantaor recuerda a los de su estirpe mientras yo, haciéndome al mástil de la guitarra, no quiero acordarme de nada de lo que ocurre ahí afuera. No en este universo con olor a tomate de Conil y con sabor a Serneta y Frijones de Jerez. Qué son penas me preguntas, no te lo pueo explicá, las penas son del que sufre, no son de nadie más. Y a mí me duele todo. Nada no es ajeno. 

Los perros del horizonte han dejado de latir para poder dormir entre el barullo. Cógele el tono a mi pare ruega el que todavía tiene a su padre. La guitarra de las seis manos tiene cuerda para mil gargantas. La vida, como el arte, es una cosa infinita. Fuera, bajo la tormenta, tirita nuestro ejército de parras que acabará desangrado, como cada año, en septiembre. Hermano mío, ven a mi vera, que en teniéndote a mi lao, pue ser que no muera. 

La mujer que lee en las manos me tranquiliza. Hay futuro porque nunca se escribió. 

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