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Las playas a este lado del Estrecho de Gibraltar están alfombradas de espuma blanca que arrastra la piel negra de los sueños rotos.

Desde el Café Al Hafa de Tánger, en un día claro de poniente suave, se divisa una línea de arena blanca y de verdes colinas alomadas. Alrededor de sus mesitas, dispuestas en terrazas, se congregan músicos, poetas, artistas… Es una atalaya mágica que apunta al azul del mar y el cielo. Muchos jóvenes marroquíes vienen aquí a tomar té verde y a mirar en silencio ese horizonte deseado de la otra orilla. Son costas gemelas, bañadas por un mismo mar,  a las que separa una inmensa lengua de agua: frontera de la desigualdad y también, demasiadas veces, de la vida y la muerte. Nacer aquí o allí es fruto de la casualidad.

Las playas a este lado del Estrecho de Gibraltar están alfombradas de espuma blanca que arrastra la piel negra de los sueños rotos. A ellas arriban, un día tras otro, cuerpos de seres humanos que huían del sufrimiento, que navegaban valientes ansiando un lugar en el mundo en el que suturar la herida del hambre. Esas muertes, violetamente inhumanas, nos empequeñecen y califican como seres despreciables de este primer mundo, codicioso, cruel y mezquino.

Cada vez que un cadáver naufraga sobre la arena, sobre esas arenas que pasean los cuerpos bronceados en agosto, imagino que el mar vomita –enfurecido- cientos, miles de zapatos que cobran vida buscado a sus cientos, miles de pies descalzos: buscando a sus ahogados. Fantaseo que sus suelas se clavan, como cuchillos, en nuestros rostros impasibles ante el dolor… Y también que la lluvia salada de la pena, del llanto de la mujer amada, de la anciana madre, del hijo adolescente… arrasa nuestras confortables ciudades, arruina nuestros campos y destruye las cosechas…

Hace años me pregunté en estos versos cantados qué quedará después de la muerte de tantos desesperados y quiénes son los ladrones de la felicidad.

¿Dónde estarán los besos  arrullados de la despedida?

¿Dónde estarán los sueños ahogados en el vaivén de la noche?

¿Dónde estarán los deseos que dibujó el horizonte?

¿Dónde estará su mirada, el pañuelo del llanto enamorado?

¿Dónde estará el latido que los montes de espuma devoraron?

(…)

¡Qué triste morir y no tener a nadie que te llore…! El niño arrastrado junto al faro de Trafalgar, cuyo cuerpo nadie ha reclamado, tenía un nombre que desconocemos. Algún día sabremos quién era… Sabremos de quiénes eran tantos y tantos cuerpos que perecieron derrotados en su travesía hacia una vida mejor. Algún día, cuando ¡de pronto!, como escribió Federico Garcia Loca, el mar recuerde “los nombres de todos sus ahogados…” .

Canción "Ladrones de la felicidad", de Pedro Grimaldi:

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