Una pareja se propuso hacer de su campo, solitario y falto de biodiversidad, un hogar incluso para su hija Abril.
Con sus manos, aplicándolas en mesa de trabajo de carpintero, ayuda de soldadora y utilizando restos de madera de obras y ramas de alcornoques podadas, crearon primeramente un comedero elevado, lleno de semillas silvestres, una pequeña charca de agua y en la actualidad obsesionados con dotar de lugares de cría y refugio de la multitud de animales que se han empezado a observar.
Crías de decenas de estorninos, murciélagos y de cernícalo vulgar ya es una realidad. Un obelisco lleno de vida, a falta de vencejos, que ya hacen incursiones para establecer una próxima colonia en año venidero. Ya veo su réplica en nuestros parques municipales, jardines y patios de colegios, con seguimiento a través de pequeñas cámaras y con conexión a internet, del éxito del fomento de la biodiversidad, garantizando lugares de cría. Más hace el que quiere que el que puede.
Las plantas anuales de primavera se siegan –nunca herbicidas– al final del periodo de cría, para evitar la predación de cernícalos y gatos domésticos sobre crías que abandonan el nido prematuramente –especial atención a su aislamiento térmico con corcho naturall– y tengan protección /refugio.
Incluso el cerramiento perimetral de la parcela, donde clavados paneles de madera compartimentalizados, fomentan la cría y refugio de salamanquesas, con su decoración a base de pintura de manos infantiles, dotando de mayor calidez a una obra de ingenio, fruto de la observación de esta singular especie. Un auténtico espectáculo de vida recuperada, en memoria de mayores y descubrimiento de niños, sin picaduras de mosquitos, moscas ni cucarachas. Lo hicieron porque nadie les dijo que era imposible.
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