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Jerez es la cuna del flamenco. Ésa es una frase muy repetida y con fundamento a tenor de la inmensa nómina de artistas y a las  sagas de familias que ha dado la ciudad, que tanto han contribuido en la génesis y evolución del arte flamenco en todas sus vertientes: el cante, el toque y el baile. Recuérdese a Don Antonio Chacón Manuel Torre, Fernando Terremoto, La Paquera, Sordera, Manuel Moneo; el baile de la Macarrona, La Malena, Tía Juana la del Pipa, y las guitarras de Javier Molina, Manuel Morao, Moraíto, Periquín, y un inacabable etcétera. Estas familias y artistas han vivido y construido este inmenso patrimonio flamenco en Jerez, y lo han legado a la ciudad que lo ha hecho suyo a través de los tiempos.

Hay quienes, guiados por otras pasiones o mitologías personales, pueden discrepar de esa frase categórica que sitúa Jerez en el principio de todos los principios del flamenco. Ya se sabe que los aficionados son fieles a los artistas y sus territorios desde un sentimiento que raya en lo religioso. Pero ninguno de esos aficionados cuestionaría que Jerez atesora, en el Palacio Pemartín, el mayor fondo documental del mundo sobre la historia de este arte. Y ahí pueden encontrar la huella y la obra de todos sus dioses y diosas que han situado esta música única, y sus formas de expresión, como patrimonio inmaterial de la humanidad.

Hoy, un inmenso error, pretende enterrar 30 años de historia, y desahuciar la memoria del flamenco desde un Palacio, desde un templo, a un espacio que no corresponde a su dimensión universal

Pues bien, unos treinta años después de la rehabilitación arquitectónica y la posterior inauguración del Palacio Pemartín como sede de la entonces Fundación Andaluza de Flamenco, hoy Centro Andaluz de Documentación del Flamenco, la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento han planteado trasladar sus fondos al edificio del fallido Zoco de Artesanos, que formaría parte, juntos a otras edificaciones hoy ruinosas, del futuro Museo del Flamenco de Andalucía. La noticia está encontrando una respuesta contraria  por parte de personas estudiosas e implicadas en la investigación y la divulgación del flamenco que, en muchos casos, también  son usuarios del Centro. Yo tampoco comparto esta decisión de las administraciones, a mi parecer errónea y sin argumentar, y me siento afectado por mi vínculo laboral y, sobre todo, emocional con aquel proyecto en el que participé activamente entre los años 1987 a 1989 como responsable de difusión.Conocí el Palacio Pemartín en ruinas y vi evolucionar la rehabilitación en las visitas del alcalde Pedro Pacheco y el equipo técnico que dirigía Juan Ramón Díaz Pinto de la Gerencia Municipal de Urbanismo. Nunca he ido a trabajar con tanto ardor y entusiasmo como en aquellos años. Nos instalamos provisionalmente en el edificio que ocupara el diario La Voz del Sur (el antiguo de papel) y en la actualidad Canal Sur. Desde allí hacíamos seguimiento de las obras, concretábamos los contenidos y diseñábamos las primeras actividades públicas bajo la dirección de José Joaquín Carrera Moreno, redactor del proyecto y padre de la criatura. La Fundación Andaluza de Flamenco fue posible gracias al acuerdo entre el Ayuntamiento, que cedió el edificio del Palacio de Pemartín, y la Junta de Andalucía, Diputación de Cádiz y Caja de Ahorros de Jerez, que aceptaron integrarse como patronos.

Haber trabajado en el proyecto cultural más importante de Jerez representó una rica experiencia laboral, un inmenso aprendizaje y la posibilidad de conocer a personajes imprescindibles de la cultura andaluza y española. Recuerdo cuando Rafael Alberti nos atendió en pijama y zapatillas al calor de una mesa camilla en la casa de su sobrina, Teresa Merello, en Madrid, donde le  convencimos para que diseñara la tarjeta de invitación al acto inaugural del Palacio Pemartín. Con Luis Rosales paseamos por el barrio de Santa Cruz, mientras nos contaba sus primeras experiencias amorosas en Madrid, recién llegado a la universidad desde Granada. “Abril fue uno de mis amores pero su padre, militar, truncó la relación porque decía que tenía los tres mayores defectos que podía tener un hombre: ser estudiante, andaluz y poeta”. Abril fue el nombre con que bautizó Rosales a la chica con la que cruzó su mirada en el aula el primer día de clases y de la que se enamoró. Luego, lo trajimos a Jerez a participar en la Primera Conferencia Internacional Dos Siglos de Flamenco. Aquí el poeta granadino siguió embelesándonos con su conversación junto a su amigo, y compañero en Cuadernos Hispanoamericanos, Félix Grande. “Donde hay dos hay dolor y, sin embargo, la vida solo existe donde hay dos”, nos susurró al  oído.La Conferencia Internacional Dos Siglos de Flamenco, organizada en colaboración con el Instituto Internacional del Teatro y el apoyo de la Unesco, fue un hito de la programación inaugural de la Fundación Andaluza de Flamenco, en el que estuvieron presentes muchos de los estudiosos del arte gitano andaluz: José Blas Vega, Bernard Leblon, Manuel Cano Tamayo, Teresa Martínez de la Peña, Manuel Ríos Ruíz, José María Pérez Orozco, Gerhard Steingress, José María Velázquez-Gaztelu, Luis Suárez Avila, o Juan Manuel Suárez Japón, que luego fue nombrado Consejero de Cultura, y que recientemente se ha manifestado en contra del traslado de los fondos del edificio de la plaza de San Juan.

El Congreso se inauguró una preciosa tarde de junio de 1988 en el Jardín del Palacio de Pemartín con una magistral conferencia de Antonio Gala, exquisito en sus formas y profundo en su contenido, que emocionó y arrancó aplausos de los presentes. Si bien, en el anecdotario de su presencia en  el acto, recuerdo el inmenso enfado de su secretario, muy contrariado porque no conseguimos cambiar las cortinas de la habitación del Hotel Jerez, donde hospedamos a los conferenciantes, cuyo color le horrorizaban a Antonio. El colosal broche de aquella histórica inauguración lo pusieron en los Jardines de El Bosque Fosforito, Fernanda de Utrera, Manuel Mairena, Chano Lobato y José Mercé, al cante; Angelita Vargas y el Biencasao, al baile; y Enrique de Melchor y Manuel de Palma, al toque. Hubo que darle muchas vueltas a la composición del cartel para que estuviesen representados los territorios del flamenco, como demandaba la vocación universal de la Fundación.Estos días me suelo cruzar por las calles a muchas cursillistas del Festival, y eso me lleva a aquellas clases magistrales de Matilde Coral, que algunos días subía a sus alumnos y alumnas (un jovencísimo entonces Antonio El Pipa puede dar fe de lo que cuento)  a bailar a las 8:30 de la mañana a la azotea del Palacio de Pemartín. “Respirad este aire de Jerez, sentid el cuerpo como si los estuvieseis entregando a vuestro amor…”, les decía.  En los archivos del Centro deben conservarse aquellas lecciones grabadas, en la que la gran Matilde insuflaba la pasión por el flamenco a su alumnado. Y justo abajo, en el aula de guitarra, Manolo Sanlúcar les contaba a los suyos que era “imprescindible para el guitarrista conocer la técnica para, en el momento de la actuación, poder olvidarla”. En aquella aula de la azotea, que da a la calle Francos, vi ensayar emocionado a Ana Parrilla, protagonista junto a El Torta, Manuel Moneo, Moraito  y la niña Mercedes Ruiz  del gran espectáculo Esa forma de vivir, obra del gran  Manuel Morao. Ana Parrilla hizo llorar bailando por soleá en el Palacio Pemartín a un realizador alemán que grababa un documental sobre Jerez.

 “Respirad este aire de Jerez, sentid el cuerpo como si los estuvieseis entregando a vuestro amor…”, les decía Matilde Coral a sus alumnos

Podría contar muchas historias de aquellos días felices que compartí con mis amigos y compañeros Joaquín Carrera y Sebastián Rubiales  en el Palacio Pemartín, en el que aprendimos del flamenco y de la vida, en largas tertulias con el tío Paco Vallecillo, principal  artífice de que la Junta de Andalucía se tomara en serio el apoyo institucional al arte flamenco. El tío Paco donó íntegra su biblioteca a la Fundación Andaluza de Flamenco y consiguió poner de acuerdo a mucha gente en torno a un proyecto del que no pudo disfrutar mucho tiempo y al que dedicó los últimos momentos de su vida.

A lo largo de estos años, y desde que se inaugurara como Fundación, el Centro Andaluz de Flamenco ha pasado por momentos de verdadera penuria por la insensibilidad, en muchas ocasiones, de la administración andaluza. A pesar de ello, siempre ha abierto sus puertas a investigadores, estudiosos y aficionados. Hoy, una decisión equivocada, un inmenso error, pretende enterrar 30 años de historia, de la que me siento partícipe, y desahuciar la memoria del flamenco desde un Palacio, desde un templo, a un espacio que no corresponde a su dimensión universal. No es tarde para rectificar.

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