Bendita hostelería "camino del Rocío"

De Manolo Lugo se siente el abrazo cercano sin que por eso te aplaste un oso

Un camarero recoge los vasos de una terraza de Jerez.
Un camarero recoge los vasos de una terraza de Jerez. MANU GARCÍA

I - De tiempos de silencio o tiempos de pandemia.

La mañana discurrió sin complicaciones ni bullicio. Llegada las tres de la tarde terminaba su trabajo en la oficina. Conectaba las alarmas, apagaba los ordenadores y toda la luminaria que le había acompañado durante toda la jornada. A pesar del remanso, aquella sensación tras pulsar los interruptores le zambullía en un silencio verdadero. 

—Toda una presión inadvertida, como si hubiese soportado un sombrero durante siete horas y el zumbido de un centenar de abejas que desaparecen al instante—.

Pasado algunos años vivía confinado en su propio domicilio cumpliendo con rigor las órdenes y leyes del gobierno, en lucha contra un virus coronado que aspiraba a convertirse en el azote de la generación de los mayores.

Son las cinco de la tarde. Acaba de asomarse a la puerta de la calle. Le reclama la llamada de un café en el bar “Camino del Rocío” al que acude cada tarde. Siquiera hubo asomado la cabeza a la puerta de la calle, apenas un minuto, y aquella sensación de la oficina le inunda de recuerdos.

La calle es un silencio muy sobrecogedor.

El café de su casa no le sabe igual que el que prepara su amigo Luis. Al café servido por Luis le acompañan su chispa, la gracia, la sabiduría y su amistad.  Todo un complejo de sabores que se perpetúan en cada instante. Hoy debe renunciar a ese café tan deseado en “Camino del Rocío”, pero le ha enviado un abrazo a Luis mientras que intenta conciliarse con una taza de menta y de poleo que acompañan su morriña a golpe de palabras en silencio.

II - Después de una pandemia son tiempos de esperanza

La Asociación Hostelería de Jerez ha acordado reconocer con un galardón a Manuel Lugo Ortega del Bar Restaurante “Camino del Rocío”.

Impecable en sus atuendos y atusándose el bigote, Manolo se muestra solemnemente humilde. Pasar desapercibido estando presente siempre. Impertérrito en la adversidad y bondadoso en la alegría, camina más bien despacio, como si nada, dejando que pase el aire.

De Manolo Lugo se siente el abrazo cercano sin que por eso te aplaste un oso. Muy cercas de él, cuidándolo siempre, el beso sonado de apretón certero que te regala Patri y la grácil turbulencia de una juventud rebelde — el de su nieta María— para comerse el mundo. Y todos como a “una”, a la “par”, regando cariño entre tantos. Porque en el “Camino del Rocío” no existen clientes. Por principios, por convicciones o por estilo propio de la esencia serena de su fundador, el “Camino del Rocío” es “amor” que se regala a través de los poros de la familia Lugo. No se puede entender de otra manera. 

En la trastienda, entre fogones —algo más que una cocina—, Isabel, Paqui y Joaquina ponen sabor al compás que va marcando Luis, —director de orquesta—, desde detrás de la barra. Ya puede ser lunes, martes, o un viernes cualquiera, después de cuarenta y dos años, en “Camino del Rocío” continúa sirviéndose el vino, la tapa, el plato o la cerveza, con cierta graduación de afecto y altas dosis de cariño.

Cómo explicar si no tanto trasiego: Trabajadores bodegueros de batallas solidarias. Cuadrillas de costaleros, fieles de la Defensión. Funcionarios de Justicia, vecinos de la otra esquina. Hermanos de la Clemencia con ramos para María. Jueces y Magistrados para indultar al vino. Amigas de las Esclavas que dan cuenta del pasado. Abuelos y deportistas que les encanta Jerez. Letrados de cuello blanco con su toga en la mochila. Currantes municipales con móvil en cada mano. Caballeros de Arte Ecuestre para marcar el paso…

En palabras de Manolo Lugo, estas son “mi gente”, “de los nuestros”. Esencia de lo diverso, donde reina lo plural, en singular respeto a cada individuo. Es su gesto sencillo en la atención sincera. La verdad de la cercanía, la confesión cómplice de la proximidad. Sin papeleta de sitio, aquí está garantizado. Donde puedo atestiguar que, al mirar sin mascarilla superada la pandemia, es como asomarse a ese espacio de tragos con esperanza que convierten “Camino del Rocío” en un lugar bendito donde se ama la vida.

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