No sé si les sonará de algo el nombre de Egas Moriz. Para el que no lo sepa, fue un psiquiatra portugués especializado en Neurocirugía. También fue uno de los padres de la lobotomía prefrontal, una técnica quirúrgica que procuraba la ablación total o parcial de la zona más frontal del cerebro de los pacientes mentales que sufrían trastornos de neurosis, esquizofrenia, ansiedad, etc. Moriz llegó a ser galardonado, en 1949, con el Nobel de Medicina por este hecho.

Pero fue mucho peor el remedio que la enfermedad. Algunos pacientes fallecían tras la operación, y la mayoría de los que sobrevivían, se convertían en ‘otras’ personas, o sea, la mayoría se convertían en auténticos zombis, sin ninguna voluntad propia. La cosa se les fue de las manos, pues apareció en escena un tal Walter Freeman, un médico estadounidense, defensor a ultranza de la psicocirugía, que inventó una variante de la lobotomía prefrontal; la lobotomía transorbital, que se la conoció popularmente como la ‘técnica del pica hielo’.

Consistía básicamente en introducir un pica hielo por el hueco del ojo -entre el párpado superior y el ojo-, golpearlo con un martillo y moverlo hasta cortar las conexiones del lóbulo frontal con el resto del cerebro. Tal fue la paranoia por lobotomizar a diestro y siniestro que Freeman montó un auténtico quirófano en su furgoneta, llegándola a bautizar como la ‘lobotomóvil’, viajando con ella a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Puede parecer increíble, digno de una novela de ficción, pero la realidad es que la lobotomía se ha estado practicando hasta hace bien poco. Fueron los doctores de la Unión Soviética, allá por 1950, los primeros en decir que la lobotomía era ‘contraria a los principios de la humanidad’, y que convertía ‘a un loco en un idiota’.

A partir de ahí, numerosos países comenzaron a prohibir tan bárbaros métodos. Freeman perdió su licencia al fallecer uno de sus pacientes durante una lobotomía. Aunque eso no fue impedimento para que siguiera visitando a multitud de pacientes a los que practicaba lobotomías clandestinas hasta su muerte, en 1.972, a causa de un cáncer. El doctor Egas Moriz, se quedó paralítico para el resto de su vida a causa de los 8 balazos que un paciente psiquiátrico le disparó en 1932.

Todo lo anterior viene al caso, porque creo que en la actualidad se practica otra variante mucho más sutil de la antigua lobotomía. Ésta no utiliza bisturís, ni pica hielos, ni martillos, ni tampoco la llevan a cabo los médicos. Esta moderna lobotomía es totalmente diferente en su ejecución, pero, de algún modo, es parecida en sus efectos. Hoy en día, todos corremos el riesgo de ser lobotomizados. En esta sociedad en la que vivimos -o sobrevivimos como buenamente podemos- existen muchos Egas Moriz y, sobre todo, muchos Walter Freeman. Seguro que ustedes, sagaces lectores, sabrán perfectamente de lo que hablo. Piensen en ello. NOTA: Como no soy un experto en psiquiatría ni neurología, puede que haya algún error técnico en la breve explicación sobre la historia de la lobotomía, no me lo tengan en cuenta. Y es que, últimamente, me encantan las camisas de once varas.

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