La lluvia da lugar a unas escorrentías de mayor a menor grado, que alimentan ríos y arroyos, y por ende embalses.
Estos acumulan el agua y los arrastres, desde piedras, troncos, residuos urbanos sólidos, coches, bicicletas, es decir cualquier elemento movilizable en un curso fluvial. Parece que su correcta conservación y mantenimiento del día a día no nos incumbe, y si para algunos pedir nuevas presas sin ya ubicaciones óptimas. Hacer y no conservar es una irresponsabilidad social, que nos afecta a todos.
Existe una herramienta llamada batimetría, desde una embarcación costosa y meticulosa, cuya finalidad es saber que columna de agua existe realmente en cada punto embalsado, descontando los lodos acumulados en el fondo, información de extrema relevancia hoy en día.
Ese factor corrector al igual que un modelo digital del terreno, modificado desde que se inauguró la presa, actualizado de cada embalse permite saber cuál es su capacidad potencial y la real embalsada.
Por todo ello, los porcentajes de almacenamiento que podemos ver diariamente en el tiempo de telediarios, no son exactamente reservas de agua disponibles, son datos más que preocupantes. Si no llueve en otoño bajo las expectativas de lo esperado, volveremos a valorar el sentido valor del agua en una economía hasta ahora basada fundamentalmente en el aprovechamiento de las aguas superficiales.
Por cierto, las infraestructuras llevan agua a las ciudades y áreas metropolitanas, en cambio para muchos pueblos en zonas rurales donde se asientan las masas de aguas superficiales, sufren para poder beber, al carecer de estas. Paradojas de la vida rural.
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