¿Cómo está la gente del pueblo?

Todos ellos, quien más y quien menos, en el pueblo obtiene el beneficio de precios bastante menos abusivos que en las ciudades

José Bejarano

Periodistas Solidarios

Setenil, uno de los pueblos más bonitos de España.
Setenil, uno de los pueblos más bonitos de España.

Vuelvo de un viaje corto a Barcelona con la pregunta retumbando en la cabeza. ¿Cómo está le gente del pueblo? Me la ha hecho todo aquel conocido con el que me he cruzado. Bien, en general, he respondido siempre. Tampoco es cuestión de entrar en detalles cuando te hacen una pregunta que tiene más de retórica, de protocolo de buena educación, que de interés por descender a lo concreto. En los pueblos de Andalucía se vive bien, eso no admite discusión. Mejor que nunca, incluso. ¿Pero lo suficientemente bien? ¿Todo lo bien que se puede vivir en los tiempos que corren? Bueno, eso ya depende de lo que cada uno entienda por vivir bien, con quién se compare o lo que considere que es vivir todo lo bien que se puede vivir.

Quien más quien menos tiene una buena casa, equipada con todo lujo de comodidades, aire acondicionado incluido, faltaría más. Quien más quien menos tiene un buen coche aparcado en la cochera o en la puerta, o uno dentro y otro fuera. Quien más quien menos sale de tapas o de copas los fines de semana. Quien más ha disfrutado de unos días de veraneo en la playa, quien menos en la piscina propia, en la de un amigo o familiar o en la municipal. Quien más cobra un salario que le permite vivir el mes completo, con el suplemento de algún extra procedente de una subvención o ingreso agrario que le da para atesorar ahorrillos. Quien menos va tirando con el ingreso mínimo vital, con alguna peoná en el empleo comunitario, en el campo o en los albañiles. Trabajo no falta, en blanco o en negro, dicen quienes entienden del asunto. Así y todo, quien menos tiene el apoyo de sus familias o de una -o de varias- de las muchas entidades que socorren en los momentos de apreturas.

Todos ellos, quien más y quien menos, en el pueblo obtiene el beneficio de precios bastante menos abusivos que en las ciudades. Aunque el beneficio de lo barato se está yendo a pique últimamente por mor de Putin y porque la ley del mercado incluye también la avaricia sin tasa de los pescadores en ríos revueltos. Quien más quien menos, en su pueblo practica el sano, económico y ecológico ejercicio del trueque. Te doy unos pocos garbanzos de mi campo, me das aceite de tus olivos, te doy huevos de mis gallinas, me das el arreglo de la cerradura... Quien más quien menos llega al puesto de trabajo sin necesidad de realizar desplazamientos semejantes a las antiguas expediciones al Aconcagua y aparca el coche delante del taller o debajo del olivo que va a varear.

Quien más quien menos está satisfecho de todo ello, aunque se entregue con tesón y arrojo al ejercicio de la queja, deporte cuya técnica, intensidad y pasión quisieran para sí los más cotizados jugadores de fútbol. Satisfecho de puertas para adentro. A lo sumo, satisfecho de codos en la barra de la taberna, donde quien más quien menos cosecha las mayores toneladas de trigo por fanega. De trigo, de cebada, de garbanzo y de aceituna. Pero insatisfecho para el resto del mundo. Tal pareciera que la satisfacción de cara a la calle gravara en la declaración de la renta. Públicamente, quien más quien menos está al borde del precipicio, a punto de la quiebra, el colapso, la ruina, la mendicidad. Que el mundo se acaba lo sabe todo aquél que se asome, aunque sea unos minutos, a esa caja tonta conocida como televisor y que intoxica los cerebros más que el tubo de escape de un viejo tractor Land. 

Todo en este mundo es según el color del cristal con el que se mire. O con lo que se compare. Quien más quien menos se compara con alguien y, por lo general, saca conclusiones que le llevan a la envidia o al menosprecio del otro. ¿Los vecinos de Fuentes vivimos mejor o peor que los vecinos de La Campana?, por decir algo. Mejor, sin lugar a dudas, dirá la inmensa mayoría. ¿Mejor que en Santa Coloma? ¡Claro! ¿Y si nos comparamos, por ejemplo, con los vecinos de La Tour-d´Aigues, pueblecito de la Provenza francesa en cuyos viñedos trabajan ahora mismo muchos temporeros andaluces? La respuesta aquí se vuelve difícil y suele ser el amor patrio el que responde por nosotros haciéndonos decir que "como en casa de uno, en ninguna parte". 

En resumidas cuentas, todo el mundo sabe que en los pueblos de Andalucía se vive bien. Bueno, muy bien. Vivimos en el mejor de los mundos posibles. Sin meterse en detalles, claro está, que es de mala educación. Los trapos sucios -los trapicheos sucios- se lavan en casa. ¿Podría vivirse mejor? ¡Claro, faltaría más! ¡Claro, sobraría más! Entre la ciudadanía de a pie sobraría conformismo, resignación, pasotismo, simplismo. Entre la ciudadanía de sillón sobraría triunfalismo, cinismo, doblez, soberbia oscurantismo. A quien más y a quien menos le faltaría amplitud de miras. El problema de la vida en el pueblo es que viajamos con las luces cortas, ayunos de ambición, resignados. Al fin y al cabo, si en el pueblo vivimos mejor que en cualquier lugar del mundo, para qué vamos a imaginar que es posible estar mejor. Del pueblo, al cielo. Sin entrar en detalles, que hablar de dinero en público está feo. Y aquí tenemos educación.

 

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