Estampa de flamenco.
Estampa de flamenco.

No sé los años que tengo. De eso no entiendo ni quiero entendé. Por mí y por los míos que hablen los papeles. Los que hablan de tó sin pensar terminan, como menos, con una puñalá en un costao tiritando de muerte. Ay hermanito Curro. Dios te tenga en su gloria. 

Sólo sé que me queda poco tiempo y que me trajeron a este mundo antes de que los franceses se hicieran con la mitá de España, en un día de esos oscuros que se dan, de higo a breva, en la isla porque negro sería como la boca de un lobo. Sólo así se entiende que hasta las buenas me vienen revirá. 

Aún tengo clavá esa noche con el torerillo de Chiclana. ¿Qué hará de aquello? ¿Tres inviernos? Los que sean.., mejor el olvío antes de que vuelva a arderme la sangre y haga un estropicio. A tiempo estoy. ¡Maldita la hora y maldito él! Pero la culpa la tengo yo que me tiré de cabeza al río por el ruío de la corriente. Paquiro, el Napoleón de los toreros siguen diciendo en Triana. Me cago en sus castas y en la gente que habla sin viví. 

No era la primera vez que iba a esa taberna pero me he jurao que será la última. Lástima porque tiene un vino que se deja tragá y buena candela cuando se abalanza el frío pero el lugar tiene algo, desde aquel día, que me hace temblá la espina solamente con pasá por delante. 

No me puedo dejá caer por allí. ¿Y si por lo que sea está? Yo lo mato. Se me fundan las manos. Lo mato a él y al valiente que se me ponga por delante aunque luego vaya yo detrás. Lo que he vivío ya, bien vivío lo tengo aunque éste, con lo mal que mata a los toros, no me movería ni el aire. 

Arda porque el fuego de su fama me arrastró a incendiarme el pecho. Como le canté esa noche no le ha cantao nadie en su vía. Ni su mare cuando lo tenía en los brazos. Lo sé porque me dejé, por hambre y por orgullo, las tripas en aquella seguiriya que hizo temblá las tapias del campo santo y hasta las estrellas del cielo. Y él con los ojos abiertos como si hubiera recibío la corná helá de un toro. Herío de muerte, caío en el suelo, dios se lo pague a los sordaitos, que me arrecogieron. El que venía conmigo ya no lo vi más. Se perdió como se pierde la vía, sin avisá. 

Fue curarse el torerillo de mi espanto y me tiró el desgraciao una monea a la mesa; una monea que se hacía pasá por noble pero que tenía más quebrantos que la pobre de mi mare, que dios la tenga en el cielo. El sonío que hizo en la mesa fue lo que me puso en alerta; el sonío y la risa que escondía en sus ojos de grillo. No me eché la mano al cinto porque muerte de acero no llevo en lo alto desde lo de mi hermano pero se la hubiera dao de buena gana. 

Eso sí.., no me callé. Pobre pero no me pude callá. Me fui pá él y mordiéndole los pies le pregunté si no le había parecío bien mi cante. El cobarde, por lo visto, tenía perdía la lengua. No me dijo ni mú. Pues que sepa maestro, que mi cante es cabal. No como usté. Y dejé su farsa monea tiritando en lo alto la mesa. Y bien sabe dios la falta que me hacía. 

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