El 28 de mayo tenemos que ir a votar. Las elecciones municipales a mí siempre me han hecho mucha ilusión. En el caso de Jerez, más. Unos años por saber si Pacheco seguía sentado en la poltrona Municipal (que él hombre parecía La Virgen de los Reyes), y otras por conocer, una vez don Pedro se apartó de la política (lo apartaron, sería lo correcto, aunque apartarse, lo que se dice apartarse, no se ha apartado ni si quera por el triste paso por la cárcel). De una manera o de otra, es divertido ver cómo las empresas de sondeo se la pegan en muchos municipios; y donde dijeron digo no dicen Diego, sino algún candidato de una formación independiente (que no independentista) al que no conoce ni los que lo votan, pero que le da un toque exótico a la política local, ya sea porque a lo largo del mandato vayan cumpliendo lo que prometieron, o bien porque el alcalde alcaldesa o alcaldesu, etécetera, la cague a cada paso que dé para "mejorar" su ciudad o su pueblo.
Hay alcaldes que se perpetúan en el cargo. Las siglas cambian, pero los nombres, no. O al menos no siempre. Hay primeros ediles que duran más que la infancia de Heidi, que un martillo metido en manteca, que un chupa-chups de mármol. ¿Es esto malo, es bueno? Creo que según. Si un nombre y no un partido se perpetúa en la alcaldía, se supone que es porque el que está al mando lo está haciendo bien o porque los que hay como alternativa son más inútiles que un cubo de cáscaras. Vaya usted a saber.
En todo caso, en nada veremos la pega de carteles, caretos de los candidatos y candidatas vestidos y vestidas, peinados y peinadas por un asesor de imagen (bueno, el asesor u/o/i/e asesora solo aconseja, que los alcaldables ya son mayorcitos para ponerse el pantalón o la falda e ir a hacer sus cositas al baño ellos solitos). Y será divertido, como en cada periodo electoral, escuchar cómo los candidatos siguen prometiendo el Taj Mahal, y cómo la oposición promete hacer lo que hace dos o tres meses criticaba con el colmillo afilado y los ojos inyectados en sangre (pedazo de expresión que está más vista que Verano Azul).
Y pasarán las elecciones. Habrán ganados todos y no habrá perdido ninguno. La derecha tirando al centro, el centro a la derecha, la izquierda al centro y el centro con una tajá como un borrico de aguantar tirones porque todos se lo querrán llevar al huerto.
Pero antes de todo eso, los candidatos visitarán calles de barriadas por las que no aparecen en cuatro años. Negarán con la cabeza ante la desidia del gobierno actual, que ha convertido parques y jardines en jaramagolandia, y calles en pistas de obstáculos donde algún abuelo se deje la dentadura o un niño se haga una brecha al grito vecinal de: "esto tenía que pasar".
Pasada la vorágine electoral, los carteles quedarán durante un tiempo adornando nuestras calles. Algún cachondo le pondré un mella con un rotulador de bingo a fulano o a mengana, o el sol de primavera les pondrá más mala cara que polvorón en agosto. Quedarán durante un tiempo las cabinas y urnas en los colegios electorales, donde regresarán los niños a poner un poco de cordura. Y nada. Así cada cuatro años. Algunas promesas cumplidas y los mismos socavones de siempre.
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