Una pareja de turistas en uno de los accesos que llevan a la playa de los Bateles, el arenal más urbano de Conil, cuya inconfundible silueta se ve al fondo.
Una pareja de turistas en uno de los accesos que llevan a la playa de los Bateles, el arenal más urbano de Conil, cuya inconfundible silueta se ve al fondo. MANU GARCÍA

El amor es una cuestión de difícil determinación, o lo mismo es porque es un sentimiento y los sentimientos únicamente se sienten, no se definen. Pero la realidad es que el amor es una situación personal que todo Ser Humano vive por el simple hecho de serlo, nadie se salva, atendiendo así a la universalidad del concepto. Platón nos diría que es la búsqueda constante de lo bello y de lo bueno, no centrado en el romanticismo sino en la búsqueda de esa perfección propia e individual que el Ser siente con cualquiera de sus vivencias personales.

Hablar de esta palabra da vértigo, pero es necesario conocer el sentido que tiene, determinar su verdadero camino (si es que lo hay) y avanzar hacia la construcción de unas circunstancias mejores. Hasta el mismo Jesucristo, primer influencer de la Historia, fue uno de los firmes defensores de esta sensación, resumiendo toda la doctrina de su pensamiento en torno al amor, y a pesar de que ciertas actitudes en la actualidad de supuestos mensajeros de Jesús, provoquen dudas sobre esa misma defensa que el Padre de la Iglesia profesó hasta ser asesinado por su mensaje. También otros líderes y fundadores de religiones defienden esta construcción, como el mismo Buda. 

Y es que el amor acapara todo, se encuentra latente en nuestro entorno, en las miradas de las parejas, en las sonrisas de los niños, las lágrimas de los abuelos. Incluso nos podríamos atrever a considerar el amor como el sentimiento que mueve el mundo, el verdadero influyente en las acciones mundiales, pero luego vemos cómo va el mundo, repleto de guerras, hambre y miseria, y concluimos en que no. 

Entre las múltiples maneras de construir amor, no solo nos encontramos a la pareja hetero-normativa que se aman, se casan y para toda la vida. Tal vez sea un grave error relacionarlo directamente, cuando las maneras de construir son múltiples y diversas. Hablamos de amor en el sentimiento de cuidado de una madre con su hijo, o en el de un joven que emigra, se marcha de su Tierra y llora su despedida, o cuando dos mujeres se besan y caminan de la mano por la calle, sin miedo a nada ni nadie. 

No obstante, cuando nos centramos únicamente en la construcción del amor en torno a la pareja, tenemos que desprender el sentimiento de diferentes mitos y toxicidades que hacen peligrar el futuro, no solo de la propia pareja, sino de la misma existencia del sentimiento. Aquí entra en juego la responsabilidad afectiva, un término cada vez más habituado a conocer, pero que sigue despertando grandes incógnitas entre las parejas que se profesan el amor. Podríamos definir la responsabilidad afectiva como el papel fundamental que toda relación debe sostener, basada en una comunicación recíproca en la que la pareja se ve afectada de las acciones del otro componente, y para evitar cualquier problema de relación la solución está en esa responsabilidad, es decir, en no acudir al egocentrismo ni usar a las personas como simples objetos al gusto de un consumidor, cada vez más latente en la economía neoliberal en la que vivimos. En resumen, la responsabilidad afectiva es la solución para alcanzar una relación no tóxica en la que se construye de manera óptima el sentimiento del amor. 

Cabe señalar una de las frases más conocidas y polémicas de Erich Fromm, psicoanalista, “El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un objeto amoroso”. En otras palabras, el amor es la acción humana de un Ser con todo lo que le rodea, y que por lo tanto todos los hechos que tienen lugar a su alrededor, les afecta, y para que les afecte de la mejor manera posible se ha de encontrar esa responsabilidad en la que el Ser experimente la construcción de sus valores y no la destrucción de su salud mental.

Las claves de esa responsabilidad se basan en la sinceridad y reconocer los errores y los hechos. Sinceridad con el otro componente de la relación, con el entorno, dejar claro los sentimientos, no tener miedo, que tu pareja sepa lo que quieres y basar la sinceridad en una comunicación que explore la autorrealización de todas las partes. Preguntarse a sí mismos ¿qué somos?, ¿hacia dónde va nuestra relación? Reconocimiento, o simplemente responsabilidad, es el hecho de aceptar que uno puede equivocarse, reconocer que ha errado y buscar los mecanismos necesarios para evitarlo en el futuro. Así, con estas claves encima de la mesa, evitamos el mayor problema al que se enfrenta el amor desde sus comienzos, la toxicidad, el hecho de no reconocerse en la pareja y la inexistencia comunicativa. 

El amor tóxico se ha visto contemplado desde hace siglos como el verdadero amor, y aquí entra en juego el mito del amor romántico, que poco a poco va deshaciendo el número de sus seguidores. Son hechos y frases como las de “el amor todo lo puede”, “amar es sufrimiento” o conceptos como la media naranja. Ni el amor todo lo puede ni amar significa sufrir, y no, tampoco existen las medias naranjas, sino que somos seres autónomos y construidos en base a una personalidad y psicología propia. 

Entre las múltiples maneras de construir un amor sano en el núcleo de la pareja, encontramos el apoyo y respeto mutuo, asumir esas responsabilidades afectivas, la confianza en el otro, el espacio y la identidad propia. Con estas premisas se alcanza la mejor expresión del amor. Ahora nos toca poner en práctica lo aprendido, ¿estamos preparados para ese amor sano? ¿de verdad queremos desprendernos del amor romántico de Lope de Vega? Sea cual fuere la respuesta, solo nos queda seguir caminando hacia ser unos verdaderos amantes afectivos de la diversidad, el respeto y la sinceridad. 

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