La gente de campo no viste como Abascal

Los protagonistas de esta foto no han pisado un terrón en su vida; son los señoritos de siempre, los terratenientes, los que sólo pisan el pueblo para buscar jornaleros por debajo del jornal

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Santiago Abascal por las calles de León.
Santiago Abascal por las calles de León.

La foto con la que se ilustra este artículo corresponde a la visita de Santiago Abascal, presidente de Vox, a León para apoyar al candidato de su formación de cara a las elecciones autonómicas que se celebrarán en la región castellanoleonesa el domingo 13 de febrero. La foto ha sido usada por el partido ultraderechista para intentar comunicar su cercanía con el mundo rural, con la España vaciada, con los agricultores y ganadores. Isabel Morillo, periodista sevillana, ha llegado incluso a decir en la red social del pajarito que la estética “arrasa entre un sector de los jóvenes sevillanos” y que eso hace que la marca voxera sea “muy potente”.

Estamos ante la época dorada del periodismo. Si Chaves Nogales levantara la cabeza se volvería a ir sin decir adiós. La información política analizada con la misma insustancialidad y frivolidad con la que se comenta la información rosa, con la diferencia de que la información rosa no afecta directamente a la calidad de la democracia y la información política, que para mayor escarnio se produce con solemnidad vacua, interviene directamente en la democracia porque los periodistas son actores políticos de primer orden que generan tendencias, discurso y opinión. No leer ni las etiquetas del champú provoca tragedias sociales.

No tiene este artículo, de todos modos, intención de reflexionar sobre si la indumentaria de Vox arrasa en Sevilla o no, aunque claramente ya les digo que no, que los jóvenes que visten como Abascal son los hijos y los nietos de quienes vestían como Franco. En la ciudad donde habitan los siete barrios más empobrecidos de España, Sevilla, la gente tiene formas de vestir más corriente, y también más cómoda, porque vaya opresión vital tener que ponerse dos tallas menos de camisa para marcar pectorales.

No hay nada más lejano a la forma de vestir del mundo rural que como visten Abascal y los militantes de su partido. Mi familia es de campo, de campo de verdad, no agricultores de sofá. Cuando pienso en el campo no puedo evitar acordarme de mi padre, mi madre, mis hermanos o yo mismo cuando era chico. Ser del campo significa vivir con las botas embarradas, ordeñar vacas, echarle de comer a los cochinos, esquilar ovejas, arar la tierra, entresacar frutales, varear olivos, limpiar zahúrdas, sembrar, cosechar, tener pocos días de descanso, llorar cuando el pozo no tiene agua para regar como consecuencia de la sequía y rezarle a todos los santos para que la lluvia no venga con granizo y acabe en diez minutos con el esfuerzo de todo un año.

No conozco a nadie que trabaje en el campo que vista como Abascal. Ser del campo significa tener las manos ajadas de la dureza de la tierra y de la sequedad de los azadones, tener los dedos descoloridos por la pigmentación de las aceitunas o los tomates y tener más lumbago que pectorales. En este país nuestro, de tanto creer que se lo debemos todo a los señoritos, hemos interiorizado de forma errónea que ser del campo es lo mismo que vivir sentado en el sofá o en la taberna, a la espera de que lleguen de la UE las millonarias subvenciones de la PAC, por unas tierras cuya propiedad proceden directamente del reparto de la tierra que hicieron los reyes castellanos cuando conquistaron las tierras del sur.

Que en Extremadura y Andalucía la estructura de propiedad de la tierra sea el latifundio se debe a que estas benditas tierras del sur fueron repartidas para pagar los favores prestados por la nobleza y los militares en la ardua tarea de conquistar estos dominios para los intereses de Castilla. Por eso los terratenientes tienen apellidos tan raros y son tan rubios en una tierra de cabellos y ojos azabaches.

Que los herederos de la Duquesa de Alba sean dueños del 80% de términos municipales de Córdoba o Badajoz no se debe al esfuerzo ni a la meritocracia, sino a un botín de guerra. Por eso mi padre y tantos otros hombres y mujeres de bien de Extremadura o Andalucía ocupaban fincas de forma pacífica en la Transición para reclamar una reforma agraria que acabara con el latifundio y pusiera las tierras a producir riqueza, empleo y futuro para un sur hastiado de emigrar y de vivir por debajo de sus posibilidades.

Desgraciadamente, el PSOE de Felipe González tenía otros planes para el campo andaluz y extremeño y la Duquesa de Alba acabó siendo una orgullosa votante socialista. Los protagonistas de esta foto no han pisado un terrón en su vida. No son gente del campo, sino los señoritos de siempre, los terratenientes, los que sólo pisan el pueblo para buscar jornaleros que trabajen por debajo del jornal. No hay nada menos rural que un terrateniente.

Hasta la domiciliación fiscal de las sociedades mercantiles por las que cobran las subvenciones multimillonarias de la PAC están radicadas en Madrid, aunque las tierras por las que reciben los millones de euros están en la España vaciada, que está vaciada porque lleva siglos siendo saqueada por quienes piensan que ser de campo es ir de caza, frecuentar los puticlubs de carretera, vestir pantalones de Álvaro Moreno, fachalecos de 400 euros y zapatos de material que cuestan lo que gana un hombre del campo una semana entera trabajando de sol a sol.

No hay nada más lejos de un hombre de campo que Abascal y sus camaradas. No sabrían diferenciar entre una mata de tomate y un girasol. Por el contrario, la gente del campo sí sabemos distinguir a un agricultor de un señorito cortijero.

 

 

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