captura_de_pantalla_2016-03-30_a_las_12.03.42.png
captura_de_pantalla_2016-03-30_a_las_12.03.42.png

Acabo de perder mi nombre. Poco importa porque nadie podrá llamarme. Tampoco enterrarme porque sólo Alá sabrá qué harán con mi cuerpo. Posiblemente acabará sepultado por las arenas de este desierto que conozco como la palma de lo que fue mi mano y que ahora, curiosamente tras mi asesinato, tengo bajo mis pies.

Pero es que todo, desde hace unos segundos, está debajo de mí: lo que queda del teatro romano, una fila de hombres que perderán su vida y que ganarán -quizás la mayoría- esta especie de limbo en el que me han llevado, también una camioneta repleta de cadáveres en la que acabará ese cuerpo -el que hace unos segundos me guardaba- que ya no sufre ni padece.

Todo parece tan estúpido desde aquí arriba, a cuatro metros del suelo, que siento lástima y asco por el ser humano.

Alejado del caos, sin alcanzar a oír lo que se grita y sin la oportunidad de poder cambiar el destino de tanta carne viva, me creo un Dios impotente. Aún así -rendido a la imposibilidad- tengo el poder de ver lo que no es, de sentir lo que nadie abajo es capaz de tolerar ni imaginar, de oler -entre otros prodigios- toda la sangre que se está derramando cuando sobre las piedras, mientras clavaban lo que era mi rostro sobre el mármol, sólo distinguía el olor a orín y a semen.

Me siento un Dios estéril, es la cruda verdad, pero sin las torpezas del hombre que dejé de ser hace unos pocos minutos porque olvidaré mi nombre para siempre pero porque aquí nadie me reclamará nada; olvidaré el lugar donde nací pero porque de nada sirve cuando todo lo que veo a mi alrededor puede ser mi hogar; tampoco recordaré la escuela donde estudié porque lo sabré todo..., como sé que ellos, al cortarme el cuello, me han convertido en este pájaro invisible con el que nunca se toparán por mucho que crean caminar hacia el paraíso. El paraíso no existe.

Yo fui un buen hombre y por ese motivo mi familia me llora sin saber nada de lo que me ha acontecido; desconocen que soy un pedazo de carne molida a palos y olvidada en la platea..., pero aún así lloran mi ausencia.

Yo fui un buen hombre y no tengo el paraíso porque éste no existe. Sólo silencio en esta parte que me gané y ruido, oigo mucho ruido, en la otra para aquellos que se creen dioses. Ese ruido que impide conciliar el sueño y termina convirtiendo a las doncellas del Edén en monstruos.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído