Un ciudadano ejemplar

La España, la Andalucía en la que yo creo no es fascista, así lo ha demostrado el resultado de las elecciones autonómicas año tras año

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Filóloga y escritora.

Abanico con los colores LGTBIQ+ en el Parlamento de Andalucía.
Abanico con los colores LGTBIQ+ en el Parlamento de Andalucía. MAURI BUHIGAS

El resultado de estas próximas elecciones me tiene más agobiada que un teletubbi en una cama de velcro y aunque nos viene de casta eso de desenfundar la broma para quitarle hierro a los asuntos de plomo en el pecho, la que se puede formar después del 23 de julio no tiene ni puta gracia.

Este tema ya lo han comentado por activa y por pasiva politólogas, periodistas, comunicadoras y demás profesionales de la palabra, pero si hay un mensaje que resuena con fuerza es el de “Ve a votar y vota bien”. Hasta finales de julio España será monotemática, sondeos, entrevistas, los cara a cara, Ana Rosa Quintana y finalmente los resultados. Después tocará hablar de las temperaturas obscenas y el overbooking en las playas, pero sin comentar el cambio climático no vaya a ser que se nos ofendan los negacionistas.

Si algo caracteriza el debate en torno a las próximas elecciones es el miedo. El clásico cambio de ciclo nunca había provocado tanto pánico como hasta ahora, y es que el auge de la ultraderecha y en consecuencia, la apología al fascismo no deja espacio para más que para la risa incómoda. Me resulta curioso que estos partidos se califiquen a sí mismos como conservadores, y yo me pregunto ¿conservador de qué exactamente? De los valores tradicionales, responden algunos. Yo asiento. Tradicional como las palizas de Juan, el vecino que siempre saluda, a su mujer, porque la violencia de género no existe. Tradicional, como las amigas Antonina y Manuela viviendo escondidas intentando pasar desapercibidas.Tradicional, como castigar la diversidad con insultos y vejaciones. Tradicional como el bullying. Tradicional como negar la diferencia. Subnormales, maricones, bolleras, negratas, travelos y putas. Todos nosotros a la papelera.

Tradicional como la apropiación cultural, como contaminar una bandera que es tanto suya como nuestra. Tradicional como ir a misa e ignorar los abusos que se cometen en la Iglesia. 

Tradicional como los toros, porque no hay nada más bonito que ver desangrarse al progreso y rematar con dos banderillas.

La España, la Andalucía en la que yo creo no es fascista, así lo han demostrado el resultado de las elecciones autonómicas año tras año. Diría que no entiendo el volantazo que se ha dado en favor de la derecha pero mentiría. Creo que aquí la victoria de Moreno no fue más que el arremangue del votante medio de izquierdas, periódico enrollado en mano, dándole un golpetazo en el hocico a los de perro Sánchez. Para que aprendan. Malos políticos, el dinero público no se malversa. Llevaban tanto tiempo calentado la silla que casi piden la permanencia. Aquí la izquierda no lo ha hecho bien, eso por descontado, pero quién sabe si este viraje a lo verano azul no nos encamina a guatepeor. 

Muchos medios se refieren a la lucha feminista y por los derechos del colectivo LGTBI+ como ideología, pero ¿es la lucha por la igualdad una forma de pensamiento o es cultura? Llegar a la conclusión de que las personas no deben ser discriminadas en relación a su raza, sexo, orientación sexual o clase social ¿es adoctrinamiento? Yo que me dedico a la educación porque he tenido la libertad de estudiar lo que me ha dado la gana en la universidad, no comprendo como hemos podido permitir que  señores que están pasando por divorcios duros se suban el sueldo por censurar todo lo que no les gusta. Mostrar la heterogeneidad de nuestra sociedad es necesario, obras como Buzz Lightyear, ‘Orlando’ y 'El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca' son cultura, libertad de expresión y democracia. 

Esos valores tradicionales corruptos que busca imponer la ultraderecha confrontan la idea de respeto, aceptación y tolerancia que debe enorgullecer a la España líder internacional en materia de igualdad según la Cedaw. 

Me niego a dejar pasar al odio. Después de haber crecido con las historias de mi abuela sobre el racionamiento y los viajes al cuartel de los que ya no se regresa. Después del abuso que se comete contra miles y miles de inmigrantes para que nosotros compremos el paquetito de fresas sin más problema. Después de ver como mis amigas pelean con unas y dientes por defender su libertad para amar. Después de ser testigo del horror que supone que las agresiones homófobas hayan aumentado un 80% este año. Me niego a dejar pasar, porque ese Dios vengativo al que abandera la ultraderecha con su discurso de Odio, no es el mismo al que le reza mi abuela.

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