Ante el anuncio municipal de querer activar 118.000 metros cuadrados de suelo púbico en la periferia —conformando en tamaño la cuarta parte del Intramuros— no puedo evitar expresar desde la distancia y un sentimiento de pertenencia, mi opinión a tan provocativa decisión.
La energía que generaría sería justo la necesaria para frenar la degradación tan visible, por mucho que se quiera ocultar. Además de atraer la población que tanto precisa. Unos deseos que se viene denunciando desde hace años tanto por vecinos, comerciantes y, en general, por toda la ciudadanía. No se puede estar dentro y fuera, no se puede estar en misa y repicando. Las iniciativas centrífugas anulan las centrípetas.
Optar por lo más sencillo, y por lo más rentable en términos de inmediatez económica, es elemental y descomprometido. Y todo para seguir creciendo y aumentando el stock de producción inmobiliaria inútil. Un precio muy alto para seguir perdiendo y devaluando la identidad y el patrimonio de Jerez.
Por el contrario, una gestión activa del Intramuros, constante y sistemática, comprometida con las personas, con el patrimonio y con la vitalidad. Eso supondría un hilo de esperanza para la recuperación del principal escenario urbano con el que cuentan todos los jerezanos.
Hoy es un día para compartir ilusiones, y también desilusiones, por eso nos manifestamos. Aunque me coja tan lejos, estoy cerca. Aunque convertida en brecha generacional, siempre con la esperanza de ser útil a mi ciudad.
Ahora, con unas elecciones locales a la vista, busquemos nuestras preferencias en los compromisos concretos, en las recetas viables, en el equipo y el equipamiento idóneo. Busquemos capacidades para integrar e ilusionar. Busquemos las persistencias y las rupturas que la sociedad y la ciudad necesita, y el Intramuros sería el espejo en el que todas nos miraríamos.
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