García Caparrós, mártir de una autonomía con la que el españolismo quiere acabar

Manifestación por la autonomía andaluza el 4 de diciembre de 1977. 'Sin animo de ofender', de M. J. Garnica.
Manifestación por la autonomía andaluza el 4 de diciembre de 1977. 'Sin animo de ofender', de M. J. Garnica.

El andalucismo amanece con mal sabor de boca. Las elecciones del pasado domingo 2 de diciembre reavivan viejos fantasmas no solo para los andalucistas, en teoría divididos y con un resultado electoral preocupante, sino para los defensores de Andalucía como entidad autónoma y como sujeto político. Deseosos algunos de un mayor grado de autonomía del existente —menor en la práctica del que permite el ambiguo Estatuto de Autonomía vigente—, y más o menos conformistas otros, de lo que no cabe ninguna duda para todos es que el orden constitucional y la cuestión territorial se tambalea en una España cada vez más polarizada y en las que las derechas cierran filas a favor del centralismo.

Hace 41 años, en una Málaga abarrotada de banderas andaluzas, un joven sindicalista que trabajaba en la fábrica de cervezas Victoria fue abatido por un disparo de la policía. Eran tiempos convulsos. A un año de la aprobación de la Constitución Española, la movilización del pueblo andaluz fue vital para conformar en esos años la autonomía andaluza, alterando el debate territorial que en torno a las comunidades históricas se planteaban. Aquel mártir de la autonomía, constituye el símbolo de unas movilizaciones populares que precipitaron a centenares de miles de andaluces a las calles de todas las ciudades de Andalucía. Solo en Málaga se calcula que 200.000 personas salieron a la calle a pedir poder para Andalucía.

Sin embargo, siguen siendo tiempos convulsos: la realidad ha cambiado notablemente pero ni el crimen de García Caparrós ha sido aclarado —sus hermanas sostienen con dificultades una investigación para escalecer todavía lo que sucedió—, ni la autonomía andaluza es una realidad consumada.

Imagen del entierro de García Caparrós

Cuatro décadas después, en vísperas también del aniversario de una Constitución Española agotada por un cambio de ciclo social y político más que evidente, en unas elecciones a la Junta de Andalucía —las primeras tuvieron lugar nada más y nada menos que en 1982— se cuela con fuerza parlamentaria un partido político cuyo objetivo es acabar con ese logro político que los andaluces consiguieron en las calles. Vox, que ha conseguido el apoyo de 395.978 andaluces y ocupará 12 de los 109 escaños del Parlamento de Andalucía, tiene como uno de sus objetivos la eliminación de todas las competencias autonómicas y el propio Estado de las Autonomías con todo lo que ello conlleva. Y lo intentará hacer entrando precisamente por primera vez al sistema democrático español mediante unas elecciones autonómicas y desde una institución que pretende liquidar.

Para la formación ultraderechista, se trata de "acabar con el chiringuito", o dicho de otra forma, con "los reinos de taifas", pervirtiendo y utilizando con cruel significado histórico una etapa de nuestra historia de una riqueza cultural, artística y literaria poco conocida y despreciada por el discurso nacional-católico, heredero de la educación franquista. Impidiendo, en definitiva, que los andaluces y las andaluzas puedan decidir por sí mismos cómo gestionar parte de sus recursos, qué hacer en materia educativa o sanitaria y cómo preservar y ampliar todo su legado cultural de forma propia.

Manifestación del 4D en Málaga

El grito de "¡Viva Andalucía libre!" y la arbonaida fue sacada del olvido en aquellos años 70 de penetración de las libertades de expresión y pensamiento en una España que empezaba a salir de su aislamiento social y cultural. Cuarenta años después la bandera verdiblanca, los símbolos de Andalucía y su identidad histórica y cultural es reconocida por la mayor parte de los andaluces pero perseguida por una minoría españolista que tampoco sabe cómo enfrentar su discurso a unos símbolos y un sentimiento común que une en torno a la paz y la esperanza.

Las derechas, que en su momento no estaban por la autonomía ni por los símbolos de Andalucía, poco a poco fueron aceptando la realidad andaluza. Sin embargo, en 2018, a cien años de la Asamblea de Ronda, en el que el Padre de la Patria Andaluza, tal y como lo reconoce el Parlamento Andaluz, Blas Infante, reuniera a los andalucistas históricos para configurar los cimientos simbólicos de la autonomía andaluza, la historia amenaza con retrotraerse a tiempos que el andalucismo ya creía superados.

Manuel José García Caparrós

Los autonomistas y los andalucistas cierran filas en unos tiempos en los que las rojigualdas llenan los balcones y las casas andaluzas, parece que olvidando el verde omeya y el blanco almohade. Unos tiempos en los que la figura de Manuel José García Caparrós es para una parte de los andaluces más importante reivindicar que nunca. Desde Madrid, llamando a una Reconquista a la inversa, desde Andalucía, Santiago Abascal, líder de Vox, avisó el pasado fin de semana: "Que no se llenen las urnas de papeletas verdes sino de papeletas rojigualdas”. Todo un desafío a una autonomía andaluza que además de inconclusa ahora ve peligrar su propia existencia. El pueblo andaluz, como en 1977, es el que tiene el poder en sus manos. El poder de decidir, precisamente, el futuro de su tierra con voz propia.

Sobre el autor:

Sebastián Chilla.

Sebastián Chilla

Jerez, 1992. Graduado en Historia por la Universidad de Sevilla. Máster de Profesorado en la Universidad de Granada. Periodista. Cuento historias y junto letras en lavozdelsur.es desde 2015. 

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