Entre callejones blancos y macetas, en la parte más antigua de Sanlúcar, se esconde La Cigarrera. El restaurante, instaurando en un patio de bodegas construido en 1758, ofrece un poco de calma ante el bullicio de una ciudad en la que cada vez abundan más turistas. Es un pequeño oasis en el centro del municipio, un lugar tranquilo donde degustar una copa de manzanilla en rama directamente de la bota. En su terraza, donde reina la paz y algunos rayos de sol se cuela por la sombra de sus parras, se degusta la gastronomía sanluqueña en su mayor esplendor, con el pescado más fresco del mercado, traído de la plaza de abastos sanluqueña que se asoma a las puertas del establecimiento.
Su nombre se debe a la historia de su ubicación, ya que antes de convertirse en una bodega fue un convento en el que las monjas vendían el tabaco que llegaba de las Américas. José Antonio Soto Cordero (Sanlúcar, 51 años) cogió el testigo de este emblemático lugar solo hace nueve años. Tenía un puesto en la misma plaza y el anterior dueño le avisó de que las cosas no estaban funcionando bien. Se armó de valentía y relanzó el negocio superando muchas trabas por el camino. “Lo cogí sin saber. Se va aprendiendo a base de palos. Yo había trabajado en la hostelería de niño, pero llevarlo hacia delante es lo más difícil. Aunque no quería que algo tan bonito se perdiera”, admite el actual gerente.
Pasó por muchos baches, ya que uno de los principales atractivos del restaurante es su cercanía con la Plaza de Abastos. Sin embargo, al poco de coger el local empezaron a reformarla y la desplazaron hasta la Calzada de la Duquesa Isabel. “Cuando el mercado se puso en obras y se trasladó a uno provisional las ventas fueron muy mal. Por aquí prácticamente no pasaba nadie”, confiesa. Las obras se complicaron y lo que un principio iba a durar solo un año y medio acabó durando casi cuatro.
No fue suficiente para que decayeran sus ganas de relanzar el proyecto. “La necesidad agudiza el ingenio. Pensé que había que darle un empujón para que llegase a la gente. Hicimos sorteos junto al mercado de abastos con premios de cheques de 1.300 euros y cruceros. La gente compraba en la plaza,, y le daban la papeleta, y tenían que venir a echarla a aquí. Antes de la pandemia llegamos a sortear un coche totalmente nuevo”, cuenta Soto. Su ubicación tiene sus pros y sus contras, por ello el sanluqueño hace malabares para sacarle el mejor provecho: “Estamos en el corazón de Sanlúcar, pero a la vez escondidos, por eso hay que saber llegar a la gente”.
De la plaza directamente al plato
La Cigarrera se ha hecho un nombre, no solo en Sanlúcar, sino entre los visitantes que repiten destinos y que vienen a la ciudad para probar la calidad de los productos de la tierra. Este último es uno de los grandes atractivos de este establecimiento y es que tú mismo puedes escoger la materia prima en el Mercado de Abastos. “La gente va a la plaza, compra el producto y nosotros se lo cocinamos como más les guste”, cuenta el hostelero. Del mercado al plato, el pescado o marisco que más le convenza al comensal. La carta presenta una variedad de platos acorde con la cocina tradicional sanluqueña, siempre con ingredientes de proximidad, pero su plato estrella es la cazuela de corvina con almejas y langostino. Todo un disfrute a ojos y paladar.
Aunque hay muchas recetas que son las favoritas de los clientes: “Sale mucho el langostino encebollado, el pisto de verduras con migas de melva y el rabo de toro. Además, nos piden mucha cocina a la plancha, sobre todo calamares y chocos”, cuenta. Ahora uno de los platos que vuelan en su cocina son los caracoles, que no faltan en su establecimiento cuando llega la temporada. Las bodegas que lo rodean facilitan también que el restaurante ofrezca una carta de vinos espectacular. Pueden presumir de que tienen “auténtica manzanilla en rama, directamente de la bota”.
Una ciudad para comérsela
Sanlúcar es sinónimo del buen comer. Lo era antes y ahora lo conoce toda España gracias a su título de Capital Gastronómica. Soto lo ha notado en la afluencia en las vacaciones y en la abundancia de turistas internacionales. “En Sanlúcar se come bien en todos sitios, cada restaurante tiene sus cosas. Si hablamos del barrio alto, por ejemplo, te metes en cualquier tasquita pequeña y es un espectáculo”, cuenta el hostelero.
Soto tiene grabado a fuego la importancia de los referentes, de aquellos que se han convertido en una marca de calidad en Sanlúcar. “Un cliente me dijo hace mucho hay que ver que está Balbino lleno y estas a tú a medio gas. Y es normal, ese hombre lleva una lucha de dos o tres generaciones. 50 o 60 años luchando y se ha dado a conocer. Con la constancia y la perseverancia también podemos llegar a eso. No podemos pretender compararnos unos con otros”, cuenta el sanluqueño con admiración de sus compañeros de profesión.
“Hay que reconocerlo, eso se lo han ganado ellos. Cuando rebosan ellos ganamos también los demás. Hay que darle las gracias. Cuando pasen 50 años el que siga aquí luchando, ya decidirá el público donde ponerlo”, admite y critica a su tierra en ese aspecto: “Somos muy acogedores, pero a veces somos apáticos con nosotros mismos. Pasamos de todo y solo estamos pendientes de lo que pone el vecino. Si va bien se le copia. Sin embargo, si alguien nos pregunta por dónde está eso, si podemos lo acercamos nosotros mismos”.
Soto no lo duda, no sabe qué ocurrirá dentro de esos 50 años. Ahora, sigue luchando por sacar adelante cada día este rincón histórico de Sanlúcar donde reina la paz y la sombra los días de verano. Su equipo de profesionales, y él mismo, cuidan cada detalle de los platos y la atención al cliente. Es un trabajo en equipo, en el que se mejora codo con codo. Él mismo confiesa que “es muy cabezón”, pero que tiene mucha constancia y su negocio, como todo restaurante, es un reto. Ya tiene un nombre, se lo ha ganado a través de ingenio, ahora quiere que resuene con más fuerza.
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